Diario de León

Españas: muchas, pequeñas y cautivas

León

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España, dividida en trozos, sería (¿será?) el resultado de la suma del egoísmo de unos, la falsificación y manipulación histórica de otros, la ambición desmesurada de los de más allá, la miopía política de los demás acá, la incredulidad ante la evidencia o la indiferencia, con el consiguiente estado de estupor paralizante de otros tantos, así como la satisfacción de quienes vibran con el odio y la destrucción que no son pocos, y la cobardía, la negación o la ingenuidad del resto.

Se reescribiría (¿se reescribirá?) la historia falsificando la genuina, la auténtica, fabricando un relato a medida, apropiado para la ocasión, escondiendo y negando los hechos, mintiendo sin vergüenza alguna. Pretenderán, así, que los hijos de los nietos venideros se crean a pies juntillas la «grandeza» de sus ancestros que, en realidad, les secuestraron su futuro.

La sociedad, las sociedades, la manada, el rebaño, se han convertido, paradójicamente, en entes más manipulables, pues más aparente libertad poseen más se conducen como autómatas, se dejan dirigir, convencer por falsas propagandas, por cantos de sirena, por depredadores de voluntades ajenas. Al final, quieren más autonomía y acaban teniendo menos capacidad de discernimiento y acción.

¿Qué le ha ocurrido a esa sociedad que apenas 40 años decidió, con una grandísima mayoría, un acuerdo vinculante, aceptado sin reservas, y ahora, no solo lo cuestiona sino que lo rechaza

¿Qué ha pasado con la fortaleza del conjunto, valorada siempre como un paso adelante, como un logro cara al futuro? ¿De dónde ha surgido la idea de que el poder y la libertad serán mayores y más fuertes en la división y no en la suma? ¿Es que la manada ha perdido el sentido común de la propia defensa del grupo, ignorando que es así como sus enemigos, aunque se vistan de pacíficos corderos, los debilitarán y les atacarán cuando y como lo deseen? ¿Ha ocurrido que, entre el engaño de la zanahoria al burro y el egoísmo individual agudizado, el rebaño ha perdido la identificación al grupo, así como su fortaleza? ¿No es consciente de que la defensa y la valoración de lo propio no se logra rechazando lo que es de todos, sino más bien al contrario? ¿No se dan cuenta los componentes de una sociedad que cuanto más fuerte y libre sea esa sociedad, de más libertad y fortaleza gozará cada uno de sus miembros?

Es triste, muy triste contemplar la deriva de una Nación otrora «portadora de valores eternos», que se hizo grande y con gran proyección de futuro, y que ahora se va convirtiendo en un revoltijo de odios, desencuentros, distanciamientos separatistas, pérdidas de la identidad común, fraternal. Me dirán que estos dos últimos adjetivos responden a una visión demasiado optimista de nuestra historia real. No lo niego, ni ignoro la insatisfacción crónica, enquistada en núcleos esparcidos por nuestra común piel de toro y aledaños. Ya sé que no es de ahora la negación de la realidad, la frustración no superada de no haber sido nunca lo que habrían deseado ser y no fueron. La no aceptación de la realidad les lleva a un callejón sin salida, a buscar una repetición de la historia, a una deconstrucción imaginaria y que dé un resultado interesado y distinto.

Al margen de la legalidad, alegalidad o ilegalidad del proceso, lo que me parece significativo es el interés por ser pequeño cuando se es mayor, que sería lo contrario del deseo, cuando se es pequeño, de ser mayor. Esa tendencia regresiva a tiempos pretéritos, a la infancia, es probablemente un deseo de recuperar allí el futuro, con la felicidad y omnipotencia correspondientes. De todas formas no es nada nuevo, ya hace mucho tiempo que un poeta (Rilke) enfatizaba que «la verdadera patria del hombre es la infancia». Quizás vayan también en busca del paraíso perdido.

Pero, ya ven, se ha dado el salto de lo individual a lo colectivo, de la patria de la infancia personal a la patria de la infancia común de la sociedad como si fueran equivalentes o cuando menos equiparables. Y esa misma sociedad que durante siglos aceptó mayoritariamente un destino común, de ilusiones y retos compartidos, con una historia llena de encuentros, de entrecruzamientos amorosos en multitud de sus miembros y cuyos apellidos han cristalizado en su descendencia, reniega de esa misma historia.

Es cierto que, sin solución de continuidad, siempre han permanecido en su trayectoria núcleos disidentes en minoría pero, potencialmente, capaces de extenderse, de proliferar a juzgar por el resultado. ¿Qué le ha ocurrido a esa sociedad que apenas hace cuarenta años decidió, con una grandísima mayoría de votos, un acuerdo vinculante, aceptado sin reservas, y ahora, no solo lo cuestiona sino que lo rechaza? ¿Ha sido ese pequeño reducto de insatisfechos y ambiciosos el que ha seducido y convencido a la supuesta mitad de sus paisanos de que lo pactado no tiene validez alguna?

Me da la impresión, por otra parte, que se ha venido abordando este grave problema desde hace mucho tiempo con paños calientes, con la tibieza del timorato, incluso con un chalaneo político miope, torpe, interesado y cortoplacista.

No sé si ya no será demasiado tarde para reconducir la situación. Ése es mi deseo, el de reconducir la situación, aunque para lograrlo haya que recurrir a una cirugía mayor, y no a seguir poniendo cataplasmas. Lo contrario sería, como mencionaba en el título de este artículo, hacer de que aquello de «Una, Grande y Libre», se convierta en «muchas, pequeñas y cautivas».

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