Esperanza utópica en un mundo oscuro y tormentoso
Parecen haberse desvanecido hoy perspectivas alentadoras de progreso político y social, tanto a nivel internacional como de España. Se van opacando avances que se consideraban logrados, por ejemplo, unas relaciones internacionales de paz y no de guerra, y unas actitudes y modos de participación democrática y parlamentaria caracterizados por la aportación constructiva de personas, organizaciones sociales, instituciones públicas y partidos políticos
La crisis de confrontación prebélica en Ucrania nos retrotrae a los tiempos más álgidos de la guerra fría entre la URSS y los países miembros de la Otan, comandados por EE UU. China y EE UU pugnan hoy por la supremacía mundial, no solo a nivel económico y comercial, sino también a nivel geopolítico y militar. Resulta descorazonador y decepcionante contemplar este retroceso en la consolidación mundial de la paz, que nos retrotrae a una actitud belicista que parecía superada.
Hace unos años nadie podría pensar que la nación considerada modelo de régimen democrático, los EE UU, se convirtiera, por obra del presidente D. Trump y del Partido Republicano, en una factoría prolífica de fakes news y de manipulación descarada en aras de mantener una política nacional e internacional totalmente arbitraria, con el colofón de pretender revertir los resultados finales de las elecciones presidenciales a través incluso de una insurrección extremista y violenta.
Aun reconociendo ciertos avances, el cambio climático y la contaminación ambiental continúan en situación de verdadera alarma, prefiriendo mantener o acrecentar un crecimiento económico nocivo ecológicamente (a nivel de naturaleza y a nivel de población), con efectos suicidas ya a corto plazo. La llamada del papa Francisco en la encíclica Laudato sí continúa siendo profética ante la Iglesia y ante la consideración mundial.
Pero, quizás no debamos sorprendernos tanto si consideramos tantas situaciones actuales clamorosas de violación de la legalidad internacional, explotación económico-comercial-laboral y deterioro democrático en muchas de las zonas y naciones del mundo. África es un continente que nada mayoritariamente en la pobreza, víctima más que beneficiaria del extractivismo de materias primas de gran valor; afectada también en muchos de sus países por la inestabilidad política y antidemocrática, guerras intestinas y terrorismo yihadista.
De África proviene el mayor número de emigrantes hacia Europa, que les cierra las puertas y los condena a morir a manos de las mafias o de los embates marítimos en el Mediterráneo o el Atlántico. Es algo tan inhumano... ¿qué nivel de conciencia humanitaria manifiestan los gobernantes y ciudadanos europeos ante esta masiva tragedia humana? La Unión Europea y los Gobiernos de Europa están incumpliendo las leyes vigentes que regulan la acogida y el trato de inmigrantes y refugiados. África, como anteriormente América, fue colonizada por países europeos con fines económico-lucrativos, y ahora se les cierran las puertas de entrada (pacifica) en Europa. Los países europeos invadieron, ocuparon y explotaron esos países; ¿no sería ahora equitativo y reparador admitir a los inmigrantes africanos y latinoamericanos para trabajar, mejorar su economía y bienestar y contribuir a la vez al desarrollo económico de Europa?
Otras cuestiones muy graves, algunas ya casi relegadas al olvido, son la situación de indefensión del Sahara ante la presión anexionadora por parte de Marruecos que, en contra del dictamen de la ONU, va cosechado apoyos de EE UU y otros países. En Israel y Palestina se ha cronificado la situación de confinamiento de los palestinos en Gaza y la anexión sucesiva de territorios y localidades palestinas a favor de familias judías en Cisjordania y la misma ciudad de Jerusalén, ante el silencio cómplice de EE UU y Europa; Amnistía Internacional ha emitido un informe que habla explícitamente de un verdadero régimen de apartheid.
Algunas situaciones críticas se sitúan en Asia (Myanmar, los rohingas, Taiwan y Hong Kong, Corea del Norte…) y América Latina (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Brasil con la política antihumanitaria y antiecológica de Bolsonaro). Arbitrariedades muy abusivas e injustas como la guerra de Irak y la ocupación de Afganistán merecieron la instauración de la Yihad y el Estado Islámico, con terribles consecuencias bélicas, terroristas y humanitarias en todo el Oriente Medio y, ahora de nuevo, en Afganistán.
Las Organización de Naciones Unidas (ONU), llamada a velar por la legalidad y dirimir los conflictos a nivel internacional, apenas tiene palabra, relevancia y efectividad, dado que sus opciones están mediatizadas por el reducido club de naciones del Consejo de Seguridad.
Si pasamos a España, sobran situaciones verdaderamente preocupantes. Sigue bloqueada por intereses partidistas la renovación constitucional del CGPJ. Se intenta derribar por parte de la derecha política toda iniciativa y acción del Ejecutivo y del Legislativo que suponga un avance real en justicia y bienestar social, aun siendo moderado y consensuado, como la reciente reforma laboral. Se acude incluso a las instituciones europeas para descalificar decisiones internas como la asignación autonómica de los fondos europeos ante la crisis económica originada por la pandemia. Apareció y sigue creciendo la extrema derecha, caracterizada por la xenofobia, la anti-inmigración radical, el antifeminismo y la homofobia. Los partidos nacionalistas, que sostienen al Gobierno, se permiten el lujo cínico de condicionar su apoyo en determinados temas a la concesión de determinadas ventajas diferenciales a favor de sus respectivas autonomías. La polarización política alcanza en España niveles inéditos en comparación con los demás países europeos. La oposición política de la derecha se entiende y realiza como labor de acoso y derribo al Gobierno en cualquier tema o decisión que adopte, sin parar mientes en su adecuación a la necesidad social y al bien común. Acaban de celebrarse elecciones autonómicas en Castilla y León y de nuevo han interpretado la misma música de promesas teóricas o proyectos que resolverían situaciones de vieja data y que no se han molestado en hacerlo en tantos años de gobierno conservador. Por otra parte, siguen pendientes temas también cronificados como la precariedad laboral y el paro desproporcionados, la escalada incontrolada de los precios de la energía eléctrica y los combustibles, el deterioro y falta de rentabilidad de la producción agrícola y ganadera —a pesar de tanta habladuría sobre la España vaciada—, el deterioro progresivo de la Sanidad en múltiples aspectos, el acceso universal a la vivienda…
Las razones últimas de este grave declive de vigencia de Derechos Humanos, democracia, justicia social, cohesión social y paz a nivel internacional son variadas. La competencia por la prevalencia mundial entre EE UU, Rusia y China se ha mantenido siempre activa de modo latente. Los países llamados del Norte velan por sus propios intereses, predominantemente económicos, sin justicia ni deferencia alguna hacia los países del Sur, como lo demuestra la falta de solidaridad en la distribución de las vacunas anticovid y la irrelevancia de esos países incluso a nivel meramente informativo —no son noticia salvo en situaciones límite—. La democracia meramente formal es todavía asignatura pendiente en muchos países de África, Asia y América Latina y en los demás países del mundo se trata de una democracia representativa o delegada y no realmente participativa. El desencanto democrático en buena parte de la población occidental, incluso de clase media, genera un voto de castigo a los partidos tradicionales y un viraje hacia los partidos populistas de derecha y extrema derecha —parece que no son buenos los tiempos actuales para la verdadera izquierda—. Todo ello adobado por la falta de información objetiva, mediatizada por las redes sociales, y de formación política y socio-económica de gran parte de la población, nada aficionada a la lectura y al debate político en profundidad.
Como marco envolvente de toda esta realidad, sigue rampante la vigencia monopólica del sistema neoliberal capitalista, adorador por esencia del máximo beneficio económico, en cuyo altar sacrifica todo lo demás, desde el trabajo humano a la preservación de la naturaleza.
¿Hay alguna solución? Es necesario y urgente tomar verdadera conciencia de la realidad y asumir por parte de los ciudadanos un compromiso participativo y asociativo efectivo, promoviendo un progreso verdaderamente humano y social a todos los niveles de la vida social: trabajo, economía, agricultura, fiscalidad, salud, educación, inmigración, desarrollo local, igualdad de la mujer en todos los ámbitos, cultura… Es exigible ya que los partidos políticos dejen de jugar cínicamente a sus propios intereses y pongan como objetivo esencial y primero el diálogo y la colaboración institucional en aras del bien común de todos, especialmente de los sectores más desfavorecidos.
Han aparecido algunos signos de esperanza que marcan una ruta positiva de avance: los Erte, salario mínimo vital, reforma laboral, aumento del salario mínimo, victoria de Biden en EE UU… Y tenemos la figura del papa Francisco y el horizonte que nos abre, tanto a nivel eclesial como a nivel humano e internacional, de caminos de renovación y penitencia eclesial y de propuestas concretas de paz, justicia social, dignificación del trabajo y los trabajadores, abrir las puertas de Europa (rico epulón) al inmigrante (pobre Lázaro) y, como resumen, la invitación a la amistad social y la ¡fraternidad! universal.