Diario de León

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En el debate sobre el estado de la nación «hemos asistido a una representación teatral para superar, con el dinero de los demás el shock de las andaluzas. Sánchez ha dejado aflorar el podemita que lleva dentro —si es que dentro lleva algo más allá de sus intereses personales— para engrasar su coalición y comerse a su socio por los pies» (C. Herrera). Realmente, el debate no lo fue sobre el estado de la nación, como así debería haber sido, sino que se trató el estado de la coalición del Gobierno y, por extensión, el estado de la coalición Frankenstein y el estado de la coalición parlamentaria. Ese día quedó claro que «España es menos importante para el Gobierno que su propio futuro. Y que el presidente que lo encabeza está dispuesto a pagar la factura económica, legal y moral que haga falta con tal de mantenerse en el poder» (eldebate.com).

El 12 de julio, la intervención de Sánchez en el Congreso de los Diputados fue el primer mitin de la precampaña electoral para las próximas elecciones generales. Lo hizo como solo él sabe hacerlo: plagiando —no podía ser de otra manera— y apropiándose del programa que para la ocasión tenía preparado la ‘vice2’, Yolanda Díaz. «La inesperada, fulgurante y sentida conversión del doctor al podemismo, ha dejado sin espacio político a Yolanda Díaz, también conocida como «la Sobona de Fene» (A. Ussía). Las medidas anunciadas por el plagiador Pedro Sánchez, aparte de ocurrencias —«un brainstorming » de ministros, según el PNV—, son parches que no van a solucionar las crisis: económica, laboral, de déficit y deuda pública que hemos de penar los españoles. Añadir la crisis política en la que nos tiene instalados su persona desde que ocupó la Moncloa. Mientras la bancada sanchista aplaudía como si les hubieran dado cuerda, la Bolsa —cotizaciones de bancos y empresas energéticas— se hundía. Cada vez que Su Sanchidad abre la boca, los precios—el IPC— de los alimentos suben y los ahorros de los españoles se devalúan. Y mientras los ciudadanos —ahorradores y consumidores— pagamos sus excesos, el doctor cum fraude viaja en Falcon, veranea en la Mareta y en Doñana, coloca en las empresas públicas a sus familiares y amigos, indulta a golpistas, blanquea a terroristas y demoniza a quienes no se avienen a sus dictados.

Pedro Sánchez convirtió «el estado de la coalición» en una especie de tómbola o mercadillo dominguero. Como es norma en él no cumplir nada —‘na de na’—: «No pactaré con Podemos, porque no podría dormir por las noches», «no pactaré con Bildu, si quiere se lo repito veinte veces», «no gobernaré con apoyo de los separatistas», «no indultaré a los golpistas», «endureceré las penas por los delitos de sedición y de rebelión»..., no le importó anunciar ‘premios’ para incautos, cuyo elevadísimo coste incrementarán aún más el déficit y la deuda del Estado. No hay nada más antisocial que empobrecer a los ciudadanos del presente y dejar una elevada deuda y déficit a los del futuro. Según la Airef, «las medidas ‘improvisadas’ del Gobierno costarán 12.900 millones al Estado». Medidas contrarias a la prudencia reclamada desde Bruselas por los altos niveles de endeudamiento y desconocidas por las ministras responsables de los asuntos económicos del Gobierno.

En el debate sobre ‘el estado de la coalición’, las medidas anunciadas por el autócrata socialista fueron «una retahíla de disparates… Castigar a los ricos y premiar a los pobres. Ese es el falso mensaje que… nos quiso colocar Sánchez» (A. Nieto). En el debate sobre ‘el estado de la coalición’ «no se le escuchó ni una propuesta de futuro ni una reforma digna de tal nombre ni una idea para luchar contra la inflación o por mejorar la competitividad de nuestra economía. Por no hablar, ya ni siquiera habló de los Fondos Next Generation de la Unión Europea que nos iban a transformar en la Dinamarca del Sur de Europa» (C. Martínez Castro). Sánchez convirtió el debate sobre ‘el estado de la coalición’ «en una sesión de investidura. Otro timo… (el debate del estado de la nación) no es una sesión de investidura donde Sánchez tenga que hacer de agradador de sus socios prometiendo cosas, sino que es un acto de control de su gobernanza. Los españoles tenemos derecho a que dé explicaciones de lo que ha hecho hasta el día de hoy, de sus errores y presuntos aciertos, y que las oposiciones echen cuentas y censuren. Pero esto no es posible con Sánchez, que está acostumbrado a escurrir el bulto» (J. Vilches).

«¡A por todas!», amenazó Sánchez. Miedo dan semejantes expresiones. Más, si quien las proclama es un autócrata. «Las medidas de Pedro Sánchez como gobernante consisten en crear más inflación para ‘contener’ la inflación, y en generar más pobreza como ‘solución’ a la pobreza. Por eso, su respuesta mágica es el ¡a por todas! Con ese bramido presidencial ha llamado a rebato a todos los pijos del odio para encauzar la desafección como rechazo a ‘los poderosos’; a los célebres ‘señores que fuman puros en cenáculos madrileños’ que inventó nuestro Pedro Navaja como aperitivo a la semana de su ‘reinvestidura’… Concluida la semana de reescritura de la Transición, y a la espera de saber quién podría ser  quien acabe con nuestro Pedro Navaja, es bueno recordar la fantástica historia que lanzó Rubén Blade en 1978, popularizó poco después en España la Orquesta Platería y terminó formando parte del más célebre repertorio de Joaquín Sabina. La historia de entonces concluyó como debía: ‘Pedro Navaja, matón de esquina, quien a hierro mata, a hierro termina’» (P. Marcos).

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