Diario de León

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Los calores de este verano, y la euforia de las fiestas patrias del cuatro de julio, Día de la Independencia de los criollos ingleses, sobre el dominio inglés, bien seguro que van a pasar una alta factura de contagiados, y así acrecentar aún más la locura del coronavirus que, rozando ya la propia Casa Presidencial, se expande a pasos agigantados por los estados del sur, California, Arizona, Texas, Florida y Georgia, a los que ya llaman «Territorio Apocalíptico», y las grandes ciudades de New York y Chicago. Y esto no es nada, si damos por buenos los pronósticos del famoso doctor Fauci, sobre los cien mil contagios diarios que el Covid-19 dejará en este país para días no lejanos.

Por si todo lo anterior fuera poco, la cercanía de unas nuevas elecciones preocupa sobremanera al presidente de los Estados Unidos, al que se le están alborotando las neuronas como enjambre a punto de salir de la colmena, para duplicar el número de los fantasmas que en la Casa Blanca crecen a ritmo desmesurado.

En las manifestaciones y proclamas de los últimos meses, donde el presidente ve grupos de fantasmas nazis, por una parte, por la otra, comunistas, como si el país tuviera en estos momentos problemas de insomnio con ideologías hitlerianas o marxistas, la inmensa mayoría del pueblo norteamericano solo ve la urgente necesidad de respuestas al problema del racismo y a la brutalidad de ciertos miembros de la policía contra los hombres negros.

Son los papones infantiles los que Trump quiere despertar en la mente de las personas mayores, fantoches del pasado que, solo una minoría puede recordar. Sus desaciertos de los últimos meses —solo de los últimos meses—, sobre cómo tratar el coronavirus, sus predicciones del mismo, las opiniones para minimizarlo, las simplonas recetas para evitarlo, han logrado que su popularidad baje a niveles preocupantes para sus más leales seguidores.

A este pueblo, poco propicio a importar ideas extranjeras, le importan muy poco las corrientes europeístas, asiáticas, y nada qué decir de las africanas. Este pueblo vive muy pegado a su propio ombligo y a sus propios pensamientos y tradiciones. La juventud de este país lucha por un trato más igualitario, aunque la gente republicana madura no quiera oír hablar del fantasma del socialismo, al que identifican fácilmente con marxismo-leninismo. Mientras otros blancos iluminados sueñan con el Ku Klux Klan, que, ése sí, tiene mucho que ver con el nazismo.

En la mente de muchos de mis estudiantes hay suficientes valores en la Constitución, así como fallos en la vida real de la historia norteamericana del siglo pasado (guerras, invasiones, injerencias, racismo), como para cambiar este país, que no necesita ni de holocaustos nazis, ni de purgas estalinianas, ni de trasnochados movimientos guerrilleros. El pueblo norteamericano quiere democracia, justicia y libertad para vivir en paz. Este pueblo no sueña en cambios a la europea, ni en revoluciones a lo Guevara. En su mente, según ellos, poco necesitan a Europa, aunque sigan sirviéndose de Latinoamérica.

Por todo ello, es hora de que míster Trump deje de tejer fantasmas para asustar a viejos veteranos de todas las guerras, a millonarios precavidos y temerosos, a niños pijos, posibles futuros soñadores de clandestinas bandas de capiruchos y túnicas blancas —Blackkklansman, película de 2018— presididas por cruces iluminadas de fuego, en las que el odio, el rechazo y, hasta las muertes de hombres de raza negra, se hicieron tragedia.

La humanidad no quiere gobiernos de caudillos ambiciosos e inseguros, siempre listos a crear fantasmas para acojonar al pueblo, como las familias del pasado se acordaban del coco para asustar a sus niños y hacerles temerosos y sumisos.

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