Diario de León

TRIBUNA

El federalismo que ha de venir (II)

Publicado por
José Luis Prieto. Director del Campus Noroeste de la UNED
León

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Hoy, la coyuntura de los determinantes territoriales no podrá encontrar otro camino que el del federalismo. La cuestión es qué tipo de federalismo y cuántos y cuáles habrán de ser los estados territoriales que conformarán el nuevo Estado Federal Español. Quienes actualmente están tratando acerca de estos asuntos coinciden en que el «mapa autonómico actual» no es la mejor opción para estos tiempos: demasiadas comunidades autónomas, algunas uniprovinciales, sin otro fundamento histórico, social o jurídico que el de haberse colado en la Carta Magna merced a los buenos oficios de dignatarios con ocasional acceso al poder, algo nada diferente de otros ordenamientos territoriales, como, por ejemplo, la organización provincial de 1833. Por nuestra parte, creemos que, hoy, la coyuntura aconseja la cuadratura política del círculo territorial, es decir, el modelo del noroeste ibérico que un grupo de trabajo está diseñando sobre el esbozo fijado en el Manifiesto por el Noroeste Ibérico, expuesto en el Primer Congreso Territorial del Noroeste Ibérico www.congresonoroiberico.com, celebrado en Ponferrada en noviembre del 2012. Así, este grupo propone una demarcación territorial amplia, con un número crítico de habitantes (elemento capital para la ordenación competencial), conformada por territorios de base histórica, cultural y geográfica común, los hoy ocupados por Asturias, León, Zamora, Salamanca y Galicia. Este Estado se uniría, en un eventual Estado Federal Ibérico, a la Región Norte de Portugal, para conformar el mapa (que también ha de venir) de un, quizá no tan lejano, Estado Federal de Europa.

El Estado del Noroeste (Ibérico, en su momento) comprende lo que la Constitución actual entiende por nacionalidad, un principado y una parte (a veces región, merced a una conjunción copulativa introducida en el papel como gesto de magnanimidad para con un territorio con panteón de reyes, artífice primero y, cuando menos, tan consustancial como otros de la nación española) de una Comunidad Autónoma. Cualquiera diría que de una amalgama tal no cabe esperar fusión político administrativa; y, sin embargo, puede hacerse. Porque es positiva para todos los pueblos concernidos; porque tiene realidad histórica, cultural y geográfica; porque no es necesario recurrir a la educación selectiva (inmersión lingüística) para que sus gentes se entiendan, porque se hará sobre bases científicas de ordenación y planificación territorial, y, sobre todo, porque hay respeto y aprecio mutuo para emprender juntos ese proyecto de autogobierno. Con estas condiciones, ¿se puede negar a estas gentes, si así lo desearan, dotarse de un marco único de toma de decisiones?

¿Cuál es la naturaleza y cuáles son los elementos centrales del modelo federal del Estado del Noreste?

Acerca de su naturaleza: Se trata de un federalismo evolutivo, de base territorial e integrador. Evolutivo: con capacidad de adaptación a las circunstancias, sin necesidad de tener que pasar por la extinción para conceder oportunidades a otras «especies» administrativas, resiliente en situaciones como la actual. No se puede rediseñar el Estado cada cuarenta años, aunque sí permitir que adapte sus estructuras a las coyunturas cambiantes.

De base territorial: el federalismo territorial parte de la ordenación del territorio y su planificación como elementos imprescindibles para su configuración. Esta ordenación tendrá consecuencias administrativas innegables, de ahí que, a los criterios ordinarios para la planificación y ordenación del territorio desde perspectivas históricas, culturales, geográficas, climáticas, etc., habrá que incorporar otros como masa crítica de población, racionalidad, oportunidad de participación ciudadana, de administración (hoy por hoy, electrónica; mañana, tal vez inteligente, en los sentidos artificial y humano), cuya aplicación pudiera en algún caso herir la sensibilidad de los afectados. Pero no podemos volver a lo de 17 gobiernos para 46 millones de habitantes.

Integrador, en doble sentido: propone la unión de pueblos como el gallego, asturiano y leonés (concentrando lo que hoy son tres gobiernos autonómicos en un solo gobierno de Estado federal), de innegable historia común, gran coherencia territorial interna (geográfica, climática, paisajística, de capital territorial, etc.), patrimonio cultural y social compartido en multitud de aspectos, que los hacen idóneos para emprender una experiencia conjunta y eficiente de gobierno, constituyendo un Estado poblacionalmente relevante y con magníficas posibilidades de desarrollo en muchos sectores productivos. Propone, también, participar de un enfoque integrador con el resto de los Estados que conformarían el Estado Federal Español, a la hora de abordar el desarrollo competencial al amparo de los principios de subsidiariedad y de ordinalidad, particularmente, en materia fiscal, que habrá de tener regulación constitucional, aunque desde esa concepción evolutiva del federalismo que permitirá modificar los márgenes en los que habrá de moverse tal fiscalidad, tanto en materia de tipos como de la naturaleza del impuesto. Concretando: un federalismo integrador ha de permitir tanto la capacidad de singularidad fiscal que favorezca la personalidad de cada territorio como el no afectar de modo brusco y sustancial a otros Estados, por lo que habrá de disponer de procedimientos para regular constitucional y explícitamente la solidaridad interterritorial, dejando un cierto margen evolutivo a pactos territoriales por periodos legislativos en un Senado convertido definitivamente en Cámara territorial. De este modo, la solidaridad interterritorial no sería impuesta por el Gobierno federal central, diferenciando de esta manera los intereses territoriales de los de aplicación de un modelo ideológico de gobierno partidista.

La ordenación y planificación territorial: La ordenación interna de los territorios de los Estados se hará sobre la base de la aplicación de criterios específicos de las disciplinas vinculadas, lo que puede comportar que no necesariamente coincidan con las ordenaciones provinciales actuales. Una ordenación basada en la creación de «distritos comarcales» (incluso interprovinciales) y «comarcas naturales» favorecerá la creación de proyectos sociales, culturales y económicos de base territorial. Ello contribuiría a remarcar la singularidad y la personalidad diferenciada (la diversidad bien entendida) dentro de un mismo proyecto político. Desaparecería la actual demarcación provincial.

El nivel competencial: este elemento debe agotarse (lo más posible) en la redacción constitucional. Las competencias han de someterse (esta vez sí) al principio de subsidiariedad, y, de acuerdo con él, reguladas con la cabeza y, en algún caso (no en todos), con el corazón, pero nunca desde el estómago. El federalismo que ha de venir será de base territorial y solo nacionalista cuando sea un nacionalismo integrador, no excluyente ni fundamentalista. Desde esta perspectiva, la primera propuesta competencial contemplará la garantía de los derechos básicos a toda la población, lo que tiene consecuencias inmediatas en materia de salud, seguridad y educación. Esa garantía no significa el establecimiento de competencias únicas ni exclusivas, sino que en función de la economía, de los niveles de aplicación y de los tipos de servicio, podrían y deberían ser compartidas; siempre, eso sí, quedando escritos de modo explícito sus referentes administrativos. Las lenguas habrán de ser entendidas como lo que son: cultura y comunicación, es decir, integración de los pueblos, no de su exclusión; ¿singularidad?: sí; ¿diversidad?: depende de cuál, cómo y para qué.

La cuestión nacionalista en un Estado de base territorial: En la Tribuna de este mismo Diario, el 2 de julio del 2005, publiqué un artículo titulado El sentimiento nacionalista (de aconsejada lectura actual), en el que, respecto de la diversidad, decía: «Donde hay que buscarla (la diversidad) es en la actitud cognitiva emocional: el recurso del corazoncito o del sentimiento (curiosamente, transformados en hechos diferenciales) ha funcionado para obtener financiación para carreteras y hospitales, lo que ha tenido como consecuencia una mejor tasa cardíaca para el corazoncito y el ensanchamiento del sentimiento. Atendiendo a la sobregeneralización, ¿qué le impide al corazoncito pedirse pasaporte, selección deportiva o ejército?». Siete años después vemos como, finalmente, el corazoncito pide pasaporte.

Los legítimos objetivos de los planteamientos nacionalistas (incluso los formulados desde el «sentimiento nacionalista») no son incompatibles con un federalismo de base territorial; es más, pueden hallar en él un cauce más propicio para su consecución, siempre desde el respeto a las otras «sensibilidades» con las que comparten Estado. Los nacionalismos actuales, si quieren ser creíbles y, por tanto, aceptados, habrán de formular sus objetivos desde la razón y no solo desde el sentimiento, tratando de plantearlos del modo más operativo posible. Cuando así lo hagan, se sorprenderán de la gran cantidad de seguidores que tienen, incluso por parte de quienes no se consideran a sí mismos como tales. Salvo, claro está, que el conjunto al que pudiéramos denominar Nacionalismo fuera no ya isomórfico (en analogía matemática), sino idéntico al que pudiéramos llamar Estado propio. En todo caso, puede y debe evitarse que la intersección de ambos conjuntos sea el Vacío.

La cuestión lingüística: No puede construirse un proyecto político que descanse, ni de manera estricta o siquiera predominante, sobre la lengua o las lenguas, ya sean las de sus proponentes o las de sus destinatarios. Las lenguas son el gran soporte de la cultura de los pueblos y del conocimiento de los personas en tanto que expresión de la aptitud cognitiva lingüística. Sin duda, constituyen rasgos distintivos de su personalidad colectiva; pero a todas luces no pueden constituir el único soporte sobre el que hacer descargar su progreso. Si no se puede vivir solo de sentimientos, tampoco puede hacerse solo de palabras, por hermosas que sean y grandiosa la cultura que generen. A la hora de construir una democracia, de organizar la convivencia de las personas (siendo reduccionistas, a la hora de votar, si se quiere), los individuos pueden permitirse hacerlo desde las palabras, las emociones y los sentimientos (desde las pasiones, incluso); los pueblos, no.

¿Y qué hacemos con el «café para todos»? Para algunos, éste es el verdadero problema territorial de España. No se trata solo de ser vascos, catalanes, gallegos o andaluces, sino que los demás no lo sean ni puedan serlo. En definitiva, se trata de que no haya algo que nos haga comunes a todos, es decir, españoles. Para ello se apela a lo que haga falta: se reescribe la historia, se utiliza la lengua, etc.; pero como estamos en el s. XXI y la ciudadanía no siempre es sensible a tales llamadas, hay que recurrir a «la pela», algo que sí que nos une a todos y que, por tanto, hay que darle el debido tratamiento para que nos separe: conciertos, fueros, privilegios, pactos fiscales, lo que sea. El modelo del Estado del Noroeste es claro al respecto: la Constitución, garantizada la igualdad en derechos básicos como la educación, la seguridad y la sanidad (lo cual no necesariamente significa hacerlo desde competencias exclusivas del Estado central, como se dijo más arriba), debe ser garantista también del principio de ordinalidad, de modo que cada Estado territorial pueda desarrollar su propia personalidad; pero a su costa, es decir, financiándose sus rasgos específicos. Y eso solo puede hacerse desde un Senado que represente verdaderamente el poder territorial. Las fórmulas para hacerlo son múltiples y no sería difícil llegar a acuerdos sobre cómo gestionar ese principio. Lo importante es que la Constitución garantice expresamente y con números, al menos, los intervalos entre los que las cifras de la ordinalidad puedan moverse: lo bastante amplios para asegurar la diversidad, lo bastante estrechos para mantener la integración.

Estamos convencidos de que este modelo podría representar una solución a la cuadratura del círculo territorial del Estado, un camino posible para que catalanes, vascos, gallegos, leoneses, castellanos, andaluces,… sientan, quieran y sepan transitarlo, también, como españoles.

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