Diario de León
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Si no fuéramos tan «sobraos», que todo nos sobra a los leoneses, apreciaríamos las cosas que tenemos en su justo valor, como lo hacen los forasteros. Pero no, aquí tenemos la Catedral  más elegante de Europa y no es más que ese sitio al que hay que ir a ver pero «ya voy mañana q’hoy toy ocupau».  Tenemos el más rico folklore musical y es solo un repertorio de borrachuzos en noches de jarana. Tenemos la cueva natural más flipante del planeta y es solo la cuevona.  Tenemos la cocina más sabrosa pero valoramos más las chuminadas que trajinan en Master Chef. Tenemos joyas únicas en el mundo mundero como el Antruejo, los Pendones, las Cantaderas; los chopos más apreciados y el lúpulo y las maíces y la remolacha y la leche y las patatas y ni siquiera lo sabemos. Porque pensamos que solo nos aprecian la cecina y el botillo y las mantecadas..

Somos así, «sobraos y agarraos» acechando la linde, con la boina calada y el palillo retorciéndose entre los piñones. Pendientes solo de velar por los nuestro, lo de  casa, y lo demás que se lo coma el demoñu. Así hemos perdido todo lo que nuestros tatarabuelos ganaron con soberano esfuerzo, el Reino, la tierra, el empleo..  y hasta la lengua. Nuestro mayor tesoro nacional, eso que nos distinguió como comunidad, que emergió con lozanía, como una parra vigorosa, y no llegó a asentar por la pereza y el descuido  de quienes nos mandaron y gobernaron de aquella.

Esa llingua llionesa que muchos ignorantes siguen tomando como una invento de cuatro chalaos del irredentismo leonés. Sin saber que está documentada como la más antigua de la península en el «Nodicia de quesus» del 959 o el Fuero de Avilés de 1085. Que ha quedado plasmada en el Libro de Aleixandre.

Una lengua que no tiene uniformidad porque ningún monarca  leonés se lo propuso  como sí hizo  el  castellano Alfonso X que ordenó se escribiese  el modo de hablar  de Burgos lo mismo que el italiano lo hizo del  de Florencia o el francés del de París. Así que tenemos que tirar por el camino más fácil y aceptar los avances de nuestros primos hermanos asturianos y considerar su bable, nuestro leonés, como la lengua común. Y no nos metamos en porfías de familia que nos llevarían a perder otro siglo en decidir qué variedad es la que tenemos que imponer como modelo, la cabreiresa, la berciana, la ancaresa, la lacianega, la omañesa, la babiana, la riañesa, la cepedana, la maragata, la paramesa o la mirandesa de Portugal.

Esta lengua llionesa o bable o asturleonés tiene una musicalidad solo comparable al italiano con quien sorprendentemente comparte rasgos.   La posesividad con la fórmula de artículo más posesivo, el mi, la mi, los mis, los tus, las terminaciones verbales con la  vocal -e paradógica, amare, dire, partire. Quizás derivada del posible tránsito de una emigración ligur, la actual Génova, por estas tierras por la última Edad de Bronce.

Esa lengua tiene una dulzura y una expresividad en su acento y su fonética sólo comparable al portugués o al gallego de quienes es prima hermana.  Con su  rechazo a los crespos sonidos guturales mozárabes como jotas, con la prevalencia de lsa sibilantes sonoras, de exquisita frescura. 

En fin, la fermosa llingua llionesa, o más llanamente, la fala. ¿Por qué no empezamos a practicarla? Sí, como el niño que aprende a andar en bicicleta, con miedo, con vergüenza... pero es nuestro mayor tesoro, perderla del todo sería como perder la casa donde nacimos, la madre que nos parió.

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