Diario de León
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RAMÓN PI
León

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EMPIEZA el nuevo año con la perspectiva general de 366 días apasionantes, como apasionante es todo lo desconocido que se sabe, sin embargo, que llegará. Una perspectiva más inmediata nos presenta la célebre cuesta de enero, fruto de los excesos de las fiestas navideñas y, sobre todo, de lo que cuesta conseguir que los Reyes Magos den satisfacción a las cartas de nuestros insaciables hijos y nietos... y yernos, consortes, cuñados y demás parentela de la que Melchor, Gaspar y Baltasar no deben olvidarse, al menos con un recuerdo más o menos simbólico. Tengo un amigo desde hace cuarenta años que se llama Antonio Burgos. Lo conocí en ABC de Sevilla cuando velaba sus primeras armas como periodista, pero ya sabíamos todos entonces que además era escritor y poeta. Su último libro se titula Gatos sin fronteras , y resulta que sin una gran promoción, ni la correspondiente peregrinación por los medios, ni nada de estas prácticas al uso, ya va por la quinta edición, y los Reyes Magos se las ven y se las desean para conseguir los ejemplares cuyas peticiones les llueven en decenas de miles de cartas a Sus majestades de Oriente. El libro está agotadísimo, y sólo se puede encontrar o en una gran superficie de las que no son conocidas por vender libros (aunque los tienen), o en una librería pequeñlita perdida en un barrio periférico. Este fenómeno de éxito fulgurante de un libro sobre gatos es todo un símbolo de lo que se nos viene encima: pocos medios generalistas que se devoran y absorben unos a otros para constituir complejos cada vez más colosales, y miríadas de medios sumamente especializados: en gatos, en golf, en trenes eléctricos, en cría de caracoles, en todo lo imaginable. De vez en cuando, alguno de los gigantes generalistas quiebra y se desmorona. Pero Gatos sin fronteras no sólo está haciendo felices a decenas de miles de dueños y aficionados a esos felinos domésticos (más o menos domésticos, todo hay que decirlo), sino que además se ha convertido en un estupendo negocio para su autor. De lo cual me alegro mucho, porque Antonio Burgos es amigo, y porque siempre quedará sitio para que respiren los indóciles.

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