Diario de León

Globalización o planetización: el dilema de la especie

Publicado por
Juan Manuel Pérez Pérez
León

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En los últimos cien mil años nuestra especie ha realizado un largo viaje. Aquellos cazadores y recolectores primitivos, que buscaban desesperadamente alimentos en las áridas e interminables sabanas africanas, o en los gélidos y frondosos valles de Eurasia, se han convertido en una superespecie, urbana e hiperconectada, conquistando el Planeta. Vivimos inmersos en la tecnología que durante milenios hemos desarrollado para producir, para construir, para viajar, para comunicar, para sobrevivir; todo un gigantesco sistema, sobre el cual se asienta nuestra actual civilización, que ha sido edificada con el mismo material neuronal que utilizaron hace al menos 2,6 millones de años nuestros ancestros homínidos para cazar y elaborar las primeras herramientas líticas.

Hemos superado una larga travesía de millones de años en las entrañas mistéricas de la naturaleza para llegar a este cuerpo humano magistralmente orquestado por más de 40 millones de células, operando en sintonía, bajo la dirección de ese órgano de kilo y medio que es nuestro cerebro; captando información sensorial, formulando respuestas, emitiendo órdenes, tomando decisiones. El avance de la civilización precisamente consiste en la fusión de la bilogía con la tecnología; pero el ritmo y los complejos equilibrios de esa fusión van a determinar nuestro futuro como especie.

¿Qué ha ocurrido en este lento, minucioso, inteligente y exitoso proceso evolutivo para que la pandemia provocada por un virus esté poniendo en jaque todo el edificio de nuestra pervivencia en el planeta tierra?

Podemos culpar de esta catástrofe planetaria a la falta de protocolos de atención y previsión o, incluso, a la relajación en los controles sanitarios por parte de algún país tan autoritario como opaco e irresponsable. Pero ¿no estaremos, más bien, siendo víctimas de la velocidad de vértigo que le hemos impuesto a nuestra propia voracidad depredadora? Sirva como dato para la reflexión que tardamos 500.000 años en socializar el fuego, pero han bastado 40 años para socializar el teléfono móvil.

Las explicaciones y análisis interesados con las que diariamente se nos adoctrina desde las televisiones son sólo una pátina superficial. Pero existen compendios argumentales más profundos, como el que transmite en una interesante entrevista, publicada en El Confidencial (12-04-2020), el prestigioso paleontólogo Eudald Carbonell, codirector de los yacimientos de la sierra de Atapuerca y miembro del Museo del Hombre de París: «El coronavirus Covid-19 es el último aviso y, si no toman decisiones, tendremos el colapso de especie». Esta no es solo una crisis sanitaria, es una crisis social y universal, es el colapso del sistema por no haber afrontado cambios estructurales cuando hace unos años tuvimos ya las primeras advertencias».

Sin atreverse a preconizar con negros augurios, como James Lovelock y otros investigadores más próximos a la ciencia ficción, que el fin de la humanidad está próximo, nuestro prehistoriador entiende que estamos en una situación límite y de urgencia máxima, debido a los constantes y continuados colapsos, como el de la crisis económica de 2008, provocados por nuestra incapacidad para sincronizar la conciencia como especie con el aumento exponencial de la tecnología (precisamente los Neandertales desparecieron por una sucesión cíclica de pequeños colapsos, debidos a radicales cambios climáticos, que aislaron a sus clanes y no supieron readaptarse, siendo abocados a su final como especie).

Sin duda nos encontramos en un cuello de botella, al no saber afrontar de forma racional las transformaciones en el comportamiento personal, social y planetario, exigidas por un cambio de era; rompiendo en definitiva los equilibrios del planeta en nombre de la civilización. «Somos capaces de destruir un meteorito con un misil nuclear, pero para algo tan endogámico del planeta como un virus no existe un protocolo universal consensuado. ¿Por qué? Porque no tenemos conciencia crítica de especie. Cada país, cada empresa, compite por desarrollar la tecnología para su propio beneficio. Si de esta revolución tecnológica que estamos viviendo se hubiera dedicado a la cuestión del virus el 0.001 del PIB mundial, ya tendríamos la vacuna a punto cuando el Covid hubiera llegado».

Ilustrados por este análisis, proponemos la cooperación desde la conciencia unitaria de la especie, como vía de solución a esa tragedia universal, frente a la neutralización de energías que aporta una competitividad mal entendida; exigiendo el cambio de paradigma de la globalización que cabalga desbocada a lomos del consumo, por la «planetización», como forma amable y constructiva de relación con la naturaleza que nos acoge; y reafirmando el papel esencial de la ciencia para prevenir y asegurar el futuro de la especie, que es nuestro inmediato presente.

En idéntica onda discursiva se manifiesta la británica Laura Spinney, prestigiosa periodista científica y colaboradora de Nature, la cual trazó una visión global de la gripe de 1918 (para algunos la mayor catástrofe del siglo XX) en su libro El jinete pálido (Crítica). También entiende que la pandemia del Covid-19 es una advertencia sobre los peligros reales que afronta la humanidad, en ningún caso ajenos al cambio climático. Con estas palabras de asombro y preocupación lo expresaba en el ABC (30- 04-2020): «Creo que necesitamos pensar de una forma más holística acerca de cómo estamos en el mundo. Nunca ha habido tantos humanos en la Tierra, y necesitamos muchísimos recursos para mantenernos. Así que: ¿cómo los conseguimos sin dañar al planeta y sin cambiar los ecosistemas de una forma que es perjudicial para nosotros mismos y para las otras especies que comparten este planeta con nosotros?». Es evidente, añadiría yo, que hay que poner a las mejores mentes a trabajar, de forma cooperativa y coordinada, en la búsqueda de soluciones a un problema planetario.

Otra de nuestras eminencias nacionales, el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Director Científico del Museo de la Evolución Humana (Burgos), Juan Luís Arsuaga, ha compartido opiniones y análisis durante los últimos meses, en medios nacionales e internacionales, de las que rescatamos algunas perlas que pueden iluminar, como luciérnagas fosforescentes en medio de esta oscura noche distópica, la reflexión y el debate. Dice el paleoantropólogo que este «es un virus muy del siglo XXI», pues está relacionado con los cambios en la sociedad y en la economía: «la población humana mundial se concentra en mayores aglomeraciones, donde la transmisión es más fácil. La mayor parte de la población vive en grandes conurbaciones, y ahí no hay cortafuegos». A partir de ahora tendremos que prestar especial atención a los virus, sean naturales o artificiales, respondiendo con soluciones a sus alertas, como hacemos cuando saltan las alarmas por contaminación o inundaciones. Precisamente parte de la explicación de esta pandemia está en el cambio climático, que es a juicio del profesor Arsuaga «una variable geopolítica de primer orden mundial. Sería un error seguir pensando en términos medievales: «ya va siendo hora de que la humanidad sea adulta y decida qué cosas no puede hacer», alejándose del paternalista pensamiento mágico. Por ejemplo, es notorio que tenemos un problema con la energía, porque cada generación consume el doble o el triple que la generación anterior, a lo cual llamamos progresión geométrica, pero deberíamos llamar «abismo». Preguntado por las soluciones, responde con sentido práctico que, para empezar, «podríamos ponernos el reto de duplicar en 12 años, tres legislaturas, el presupuesto que se dedica ahora a la ciencia, es algo razonable».

Nuevamente la investigación científica se convierte en esperanza contra la desesperación. Pero la ciencia es sólo el ápice de la pirámide, que debe apoyarse en el sólido armazón de la universidad, que a su vez descansará sobre los fundamentos de la escuela; todo ello cimentado con la argamasa de un nuevo contrato social, del hombre con la naturaleza, que se convierta en la levadura de una nueva ética mundial para el conjunto de la humanidad.

Salgamos al balcón del arte, para unirnos a la «performance» realizada por el artista leonés Eugenio Ampudia, titulada Concierto para el bioceno, y disfrutar plácidamente, junto a las 2.292 plantas que ocupan las butacas del Gran Teatre del Liceu, escuchando los Crisantemi de Puccini; como propuesta simbólica y metáfora escénica del nuevo paradigma: el amor a la naturaleza, o planetización.

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