Diario de León
Publicado por
PANCHO PURROY
León

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ACABA de cumplirse el centenario de las motos más famosas del mundo, máquinas de más de 600 centímetros cúbicos, prodigio de acero, cromo y cuero, inventadas en un chamizo de Milwaukee, a orillas del lago Michigan, en 1903. Objeto de culto, esta moto potente, vistosa y muy cara, lleva tras su estela la imagen del piloto violento, ángel del infierno, amigo del alcohol y las broncas. Burdo error peliculero. El harleyista es un soñador romántico, usuario de carreteras recorridas apaciblemente, toboganes, virajes y caminos de asfalto que borran problemas, calman los nervios y matan el aburrimiento. Mundo de grandes ruedas, manillar abierto, conducción relajada y buen corazón escondido bajo la idolatrada camiseta negra y azul, brazos musculosos al viento. Cada moto es un toro mecánico único que el dueño adorna con cientos de accesorios hasta transformarlo en pieza de arte única, anunciada por ronco gruñido bicilíndrico. 800.000 usuarios forman el HOG, Grupo de Propietarios de Harley-Davidson, tribu selecta de edad madura, cuarentena necesaria para una economía de gasto de al menos 8.000 euros, precio del modelo más sencillo, la Sportster. Masa sociable combina el gregarismo de las dos ruedas con el afán de individualidad. HOG, cerdo en inglés, es el emblema risueño de estos moteros amigos de los animales. En el tubo de escape aparece la silueta terrorífica del águila vociferante, la famosa Screaming Eagle, junto con el leopardo saltador, colmillos y garras, dueño del depósito. El tatuaje favorito de las tías son los caballos al galope y los tíos gustan del pelo largo al aire, aunque las calvas de mucho ejecutivo, encuerado el fin de semana y encorbatado el resto, desmerece algo el espectáculo bravío. El harleyista no ve su montura como aparato de acojonar al personal y huye de caballitos y derrapes, propios de cantamañanas recién llegados al banal sucedáneo de las motos japonesas. Sueña con ser feliz y, al acelerar, lo consigue.

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