Diario de León

Del hombre y de la mujer, con la naturaleza al fondo

León

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Alguien ha asegurado que el hombre tiene de mujer lo mismo que la mujer tiene de hombre. No cuantifica la proporción, dejando a cada cual que reflexione sobre el particular, aunque resulta difícil comprobar dicho aserto, pues a ver quién es el guapo o la guapa que es capaz de diseccionar finamente el cuerpo y el alma de ambos, separar lo uno y lo otro, pesarlo, medirlo etc. para, después, verificar lo afirmado.

La naturaleza, ella sabrá por qué lo hizo así, decidió en un principio, en lo relativo al sexo y al género, dividir en dos al ser humano. Luego, se va comprobando que es en tres, cuatro, cinco o los que hagan falta; que unos consideran que son chapuzas y otros no, que eso está por ver; e incluso si las chapuzas, si existen, son obra de la naturaleza o no.

La naturaleza, entendiendo como tal esa fuerza creadora de todo lo visible e invisible (exceptuando lo sobrenatural y lo artificial, evidentemente), también dispuso que para seguir en continua permanencia la propia vida (aunque todo tiene fecha de caducidad, que eso parece un contrasentido) se deberían cumplir una serie de pautas de funcionamiento, algunas simples y otras no tanto. Total, que la naturaleza dispuso, en el caso del ser humano, que «para crecer y multiplicarse (versión del creced y multiplicaos de lo sobrenatural, o viceversa) hay que juntarse».

Mira que hay modelos de reproducción en el llamado reino vegetal e incluso en gran parte del reino animal, además del resto de los seres vivos, que son eficaces, sencillos y baratos

Mira que hay modelos de reproducción en el llamado reino vegetal e incluso en gran parte del reino animal, además del resto de los seres vivos, que son eficaces, sencillos y baratos. Yo creo que, fijándose en la contribución a la causa de las abejas, podría haber generalizado el sistema, pero se ve que en el caso del ser humano no le pareció el adecuado. Bueno, algo sí copió de las colmenas pues hay mucho zángano en la especie humana. No queda ahí la similitud. Los zánganos se parecen, en cantidad y cometido, al de los espermatozoides que alocadamente corren en busca de su objetivo. Total, que solo uno de entre ellos lo consigue. Los otros ya no sirven para nada; vamos, un despilfarro propio de un sistema capitalista.

Inicialmente, se ve que en plan de ahorro (un dos por uno), la naturaleza empleó el mismo molde y le salieron dos partes iguales. Luego decidió, ella sabrá por qué, modificar, en parte, el resultado. Así que, aquí pongo, aquí quito, más allá añado una sustancia, una hormona, al principio aparentemente anodinas, pero que más tarde se convierten en importantes y la arman gorda. También implanta imaginación, ansias de poder, miedos, tendencias diversas etc. y como el resultado no le satisface del todo, porque el ser femenino, aparentemente, sale malparado en comparación con el ser masculino, lo compensa dotándolo de más belleza, más amor, más capacidad de aguante (de resiliencia infinita, o casi), e incluso de sumisión, esta última más aparente que real, como es de sobra conocido.

Cabe recordar otra variante, ésta sobrenatural, según la cual el ser masculino fue el primero en aparecer en escena. Luego, echando mano de una de sus costillas, apareció el ser femenino (no viene al caso hacer referencia a la interpretación mal intencionada según la cual se trató de una de las costillas falsas del hombre).

Total, que el ser humano, pasado el tiempo, unas decenas de milenios, le salió rana a la naturaleza, tan supuestamente previsora y poderosa, y comenzó a caminar por un sendero distinto al programado. Fue así que le dio al ser masculino por determinar que él era más fuerte y más inteligente que el ser femenino, al que por tanto podía someter, utilizar a su antojo y poseer en toda su plenitud. Claro que enseguida se dio cuenta de que lo de «menos inteligente» del ser femenino no tenía mucho fundamento, más bien poco, y entonces decidió que eran inteligencias distintas, pero que, de todas formas, él era más fuerte, que tenía más altura, más fuerza muscular y más testosterona, y eso era lo fundamental.

Así, el ser humano, parte masculina, aprovechando lo de que «para multiplicarse hay que juntarse», que mira que, aparentemente, es simple y atractivo, se enredó en ello con sus ansias de poder y sometimiento sobre la parte femenina, condicionando el proceso de su andadura. Se creyó la única y exclusiva fuente de vida y, por supuesto se autoproclamó el protagonista principal del futuro de la humanidad. Todo eso bajo la mirada indulgente del ser femenino que le dejaba hacer, pero, seguro, aguardando su oportunidad de «demostrarle lo que vale un peine».

Me dirán que eso fue al principio; lo que ocurre es que, según algunos, casi casi estamos en el principio, sobre todo en otras civilizaciones, pero menos. Y es que la parte femenina del ser masculino ha ido ganando terreno, al mismo tiempo que la parte masculina del ser femenino ha hecho lo propio. Que ya estamos, según otros observadores, casi casi a medio camino de ser iguales, de empatar en el partido de la vida. Y también hay algunos que temen que el ser femenino se imponga y gane por goleada, y por eso andan desnortados y en plan cavernícola…

La naturaleza, que se ha dado cuenta de la evolución o de la deriva de uno de sus seres que la contradice, la chulea e incluso la pone límites yendo en contra de sus leyes, puede armarla. De momento deja que las cosas sigan funcionando, pero ojito con ella, que si se cabrea puede ser peligrosa e incluso vengativa. Que eso de que el ser humano priorice, casi en exclusiva, los prolegómenos y el placer de la unión y no el fin del crecer y multiplicarse, tal como ella lo había dispuesto, puede conducir a situaciones complicadas. Que el índice de natalidad se reduzca de forma drástica por el uso de los diferentes métodos anticonceptivos, los abortos a la carta o porque los emparejamientos tendentes a la creación de la vida hagan imposible un resultado satisfactorio, dado que se unen la parte femenina del hombre con la parte masculina de la mujer o viceversa; o las partes femeninas entre sí, o que las masculinas hagan lo mismo, u otras variantes en marcha, puede llevarla a esa naturaleza sabia a modificar sus planes iniciales y decidir que les cambia las diferentes sustancias, hormonas etc. y, si se le hinchan las narices, les prive tanto del amor como del placer, pero no de la obligación de juntarse. Ya digo, que si la naturaleza decidiese hacerle una putada al ser humano se la puede hacer fina.

Por eso, creo yo, que les conviene, tanto al hombre como a la mujer, ser comedidos, buscar soluciones de entendimiento respetuoso entre sí y no desviarse demasiado de las leyes básicas de la naturaleza, aun cuando ésta, por el momento, se muestre generosa con ciertos deseos de los humanos.

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