Diario de León

Inmigración clandestina y marginalidad

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El Síndrome de Ulises es una patología poco conocida por la gente con calefacción y tarjeta de crédito. No se trata de una enfermedad somática o un episodio de ansiedad al regreso de un crucero por el Mediterráneo. El Síndrome de Ulises, también llamado Cuadro del extranjero abatido, es un padecimiento del alma. El pánico pasado durante la travesía en patera o en los bajos de un camión, la soledad, la desconfianza, la desorientación y la lucha desesperada por la supervivencia son las manifestaciones más perceptibles que fustigan la mente y el espíritu del inmigrante subrepticio.

El viaje épico del héroe de la Odisea ha dado nombre a esta perturbación psicológica que sufren quienes han soportado recorridos turbulentos, llenos de hostilidades y riesgos vitales en su huida de la cara amarga del mundo, camino de una Europa que, descubrirán luego, no es lo que les dijeron.

Solamente en el Estrecho de Gibraltar se conjetura que han perecido cerca de 7.000 inmigrantes clandestinos en los últimos 30 años, según estudios de la Fundación PorCausa. De las oleadas de irregulares que logran darle esquinazo a la guadaña y entrar en España, se estima que miles de ellos padecen el Cuadro del extranjero abatido. Psiquiatras y sociólogos han hecho sonar las campanas de alarma. El agujero de marginalidad al que muchas de estas personas están sentenciadas hará que broten conductas asociales e infractoras. El encontronazo con la ley tiene altísimas probabilidades.

La trata y el tráfico de seres humanos es hoy uno de los delitos con mayor lucro

Actualmente hay seis millones de extranjeros residentes legales en España, el 12 por ciento de la población nacional. Aunque no existe censo oficial, a este número se suma más de medio millón de foráneos «sin papeles».

Madrid, Barcelona, el litoral mediterráneo y los dos archipiélagos constituyen de momento los territorios en los que se concentran el mayor número y, por consiguiente, los más significativos en este sentido. Las zonas de origen de los «sin papeles» son cambiantes, pero por ahora, y en primer lugar, provienen del norte de África (Marruecos y Argelia), a continuación Iberoamérica (Colombia, Ecuador y República Dominicana), seguido de África subsahariana, ciertas áreas del Este de Europa y finalmente los originarios de algunas regiones asiáticas como China.

La trata y el tráfico de seres humanos es en nuestros días uno de los delitos con mayor lucro que las mafias internacionales llevan a cabo y al que dedican recursos que hasta hace poco estaban destinados al narcotráfico. Es comprensible que una persona intente huir de la desdicha y la opresión a través de cualquier medio a su alcance. La necesidad no rinde pleitesía a las normas. Hay que impedir, sin embargo, que las organizaciones criminales se aprovechen de la desgracia y mercadeen con el desconsuelo. Por otro lado, ningún Estado del mundo permite que tomen al asalto las vallas de sus fronteras o desembarquen clandestinamente en su litoral.

El problema es serio; la solución también. En efecto, nada de lo humano nos debe ser ajeno, como dijo el clásico. Entran en juego conceptos como la solidaridad, el derecho humanitario y el elemento jurídico de soberanía. No se puede dejar morir a nadie en el mar o malherido en una empalizada. Por supuesto. De tal modo, estaremos todos de acuerdo, tampoco podemos aplicar una mirada cándida do-goode mientras las mafias negreras trafican miserablemente con las migraciones y asaltan la soberanía de un Estado. La inmigración es beneficiosa para ambas partes, receptor y recepcionado, por supuesto, pero hay que realizarla de acuerdo a la ley en un país democrático. Recordar esto parece pueril, incluso infantil, por obvio, pero la situación desbordante lo requiere. Lo contrario es aumentar el dolor de las personas que muy posiblemente terminarán en la marginalidad con el Síndrome del extranjero abatido y sus consecuencias sociolegales. En suma, la causa como fundamento y el efecto como resultado.

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