Adentrarse en el mundo emocional del ser humano quizás sea uno de los mayores hitos del propio ser humano, debido a diversas causas, entre ellas, por ejemplo, a que la humanidad entera está inmersa en ese insondable mundo que está condicionando tanto, en todo momento, a todas las vidas humanas, hasta el punto en que esas emociones y esos sentimientos diversos han dominado nuestro mundo en el pasado y el presente, y seguirán dominándolo en el futuro. Por tanto, no parece exagerado manifestar que la educación de las emociones y los sentimientos es uno de los aspectos esenciales de la educación general de niños y adolescentes, y también de los adultos (aquí podríamos afirmar incluso que es uno de los aspectos más urgentes). Para tratar de justificar esta última afirmación bastaría echar una ojeada a la situación general en que vive nuestra moderna sociedad occidental, dominada por el estrés, la ansiedad y diversos trastornos psicológicos, así como por la pérdida del equilibrio y el control mentales, tan esenciales en todo ser humano. Por eso, parece que las consultas más frecuentadas son las de los psicólogos y los neurólogos.

Es decir, esta sociedad nuestra está lejos de gozar de una buena salud emocional y mental, con las graves consecuencias que ello acarrea; de ahí la aparición en los medios diariamente de enfrentamientos, injusticias, abusos, corrupción, drogadicción, etc. Pero adentrémonos, aunque sea brevemente, en ese misterioso y desconocido mundo de los sentimientos y las emociones que tanto condicionan la vida diaria del ser humano. En primer lugar, es evidente que existen emociones y sentimientos nobles y elevados, como son la solidaridad, la unidad, la fraternidad y tantos otros; no olvidemos que estos sentimientos son universales y nacen precisamente de nuestra parte más noble y elevada: el ser espiritual (poco o nada de moda en nuestra sociedad materialista). Frente a ellos, hay otros sentimientos menos nobles, aquellos que proceden de la parte inferior del ser humano, como es el cuerpo físico y material (el más de moda en todo el planeta), caracterizados por ser sentimientos caprichosos, insolidarios y partidistas (nacionalistas).

Por otra parte, existen emociones y sentimientos que denominamos religiosos, pero ¡ojo!, aquí es obligado diferenciar claramente los que son auténticamente religiosos (del latín «religare»=unir), es decir, que unen todo, y por tanto son universales y solo pueden provenir de la parte más noble y elevada del ser humano, siendo pues también esencialmente espirituales porque nacen del verdadero espíritu del hombre.

Estos sentimientos religiosos y espirituales se diferencian de los llamados comúnmente también «religiosos», pertenecientes a cualquiera de las diversas confesiones religiosas, dominadas por jerarquías de poder y mando, como la católica, la protestante, la musulmana, la judía, etc.; estos sentimientos «religiosos» no se caracterizan precisamente por ser universales, de unión, sino más bien de separación y partidistas. ¿Y no sería justo decir, en pura lógica, que los sentimientos «religiosos» de esas confesiones religiosas proceden más bien de la parte menos noble del ser humano, el cuerpo físico y material?; por eso son precisamente insolidarios y egoístas, de control y dominio sobre los demás, y tienden más hacia los valores materiales que hacia los espirituales, por cuyo motivo tienen poco o nada que ver con los sentimientos auténticamente religiosos, verdaderamente espirituales y universales.

Y ante una situación política tan excepcional y azarosa por la que está atravesando nuestro país, desde hace ya varios meses, me pregunto si será, de alguna forma, una consecuencia de ese mundo emocional de los españoles, de los sentimientos que albergan. Creo que así podría ser, pues ya hemos visto que ese insondable mundo emocional lo domina todo. ¿No parece evidente que los políticos y gobernantes de todo tipo actúan de acuerdo a sus sentimientos y sus emociones? ¿Qué clase de sentimientos albergan aquellos políticos que solo piensan en la «patria», en el bienestar de los más poderosos, y que no se inmutan al ver a tantos ciudadanos que sobreviven en circunstancias inhumanas? ¿Y aquellos cuyos sentimientos religiosos son tan personalistas, solo de su propia creencia religiosa, y que desprecian cualquier otro sentimiento religioso?

Estos y aquellos sentimientos se caracterizan evidentemente por la ausencia de universalidad y de fraternidad; por eso, estos «religiosos» y aquellos políticos caminan de la mano y se entienden tan bien unos y otros. En ambos están ausentes los verdaderos sentimientos religiosos, espirituales y universales, y suelen ser ciudadanos pertenecientes generalmente a partidos más tradicionales y conservadores. Pero también se encuentran, en algunos casos, en algún partido que parece más progresista, pero en el que predominan, en las actuales circunstancias de nuestro país, los sentimientos partidistas y nacionalistas sobre los sentimientos universales de solidaridad y fraternidad.

No olvidemos finalmente estas bellas palabras de Einstein: «El valor de un hombre para la comunidad depende, en principio, de la medida en que dirija sus sentimientos, pensamientos y acciones a promover el bien de sus semejantes». La conclusión parece evidente: hay una ausencia de educación de las emociones y los sentimientos en toda la sociedad, desde los niños y los adolescentes a los adultos, desde los políticos y los gobernantes a los propios ciudadanos. La solución parece que ha de venir por ambas vías: de la exigencia responsable de los ciudadanos, y del sentido del deber y de la responsabilidad de políticos y gobernantes.

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Diario de León

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