Diario de León
Publicado por
Afrodísio Ferrero | Abogado y periodista
León

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Con los ojos cerrados, repasabas tu actuación, deteniéndote en lo más novedoso, en la última semana, recordabas que fue en medio de la ola de calor, cuando tomaste la decisión y los sucesivos pasos necesarios para ponerla en marcha. Sabías, fue gracias a aquella comisión, en realidad, sin transcendencia alguna, en la que te permitían participar y que supuso un desahogo en lo económico y en la que volviste a contactar con tu buen amigo, compañero de fatigas y alegrías de otro tiempo. Y como le contaste, cuando ya no podías recordar el número de copas que compartíais, le contaste como te iba la vida, por dentro, el hecho ineludible de que no podías soportar aquel camino agotador y desolado que un día, sin más, habías emprendido, aquel camino llevado por un impulso del que ahora te arrepentías, mientras perdías tu mirada en el infinito, con la copa en la mano temblorosa, recitabas cuanto añorabas tus clases y la independencia de tus días dorados en la universidad extranjera, en la que erais más que camaradas, como hermanos. Desgarradoras descripciones de tu vida pública, como veías que ya era el momento de tomar otro camino y que a habías fracasado como político, con aquel grupo reducido que no te permitía intervenir en las cuestiones importantes, que habías fracasado como marido, el asunto de aquella intelectual, que la prensa había sacado de contexto, aunque no le mencionaste que no te arrepentías y que volverías a hacerlo. Que habías fracasado, y te dolía, en lo más profundo, como padre.  

Debía ser el calor, la pereza ante otra campaña electoral en el horizonte, le pediste, le suplicaste, bueno le lloraste. A los pocos días comenzaba a tramitarse tu excedencia, te arreglaron una prórroga especial y ya se había entregado la solicitud de reingreso y se había aprobado, todo con la máxima discreción que necesitabas. En un mes se reconsideró tu reingreso. Te ofrecieron un puesto similar y como complemento tenías la dirección de una sección en aquella investigación sobre «la conquista de la legibilidad» que tanto te interesaba, la capacidad de reordenamiento del espacio físico y social por el Estado, cuya aplicación te había sido de tanta utilidad en la última campaña electoral, precisamente esa capacidad del Estado para localizar a los ciudadanos unívocamente y sin ambigüedades, si, te había permitido, sorprendentemente, doblar el número de diputados de tu partido, que estaba ahora en condiciones de liquidar aquel asunto extremadamente complicado con los bancos y le iba a permitir sobrevivir. Sentías un sobresalto al comprobar que todo empezaba a cuadrar al milímetro.  

Entonces pensaste llamarla, nadie conocía tu decisión y mientras acariciabas el billete de avión sentiste que debías comunicarlo ya. Tres segundos y su voz sonó cálida y cercana, por un instante confundiste los tiempos y soltaste, en medio de tu euforia, aquel apelativo: cariño, como siempre la llamabas y notaste que ella estaba llorando. Ibas a preguntar por el niño y no tuviste valor, fingiste que alguien te saludaba, que llamarías después.  

Te cruzaste por los pasillos con un par de diputados de los otros, bueno, empezaba a mejorar sus gustos, saludaste y quedaste para comer. Lo cierto es que tardaste en bajar, pediste un vermut, te dirigías al comedor y te acompañaron a la mesa. Sentiste un vuelco, era toda tu ejecutiva, acariciaste de nuevo el billete de avión como una escapatoria, estabas dispuesto a darte la vuelta cuando todos se pusieron de pie, era una encerrona.  

Tardaste en comprender, con la oratoria al uso de que se trataba, te pareció una despedida formal, a la que se unieron representantes de los demás partidos, como podrían saber que estaba allí. El vicepresidente del Gobierno en funciones tomó la palabra y entendiste claramente por fin, te sentías atrapado, dijiste que, de ninguna manera, pero suavizaron sus palabras y te cerraron la salida; era la presidencia, te pusiste de pie para escapar, aplaudieron. Entró Marisa y el niño para la foto de fin de semana de nuestra familia feliz, los medios ya habían difundido la noticia, horas antes. El Parador se llenó de escoltas y al fondo del comedor Fermín, desde lejos, tomaba medidas para el traje que ibas a estrenar mañana. En aquel instante, de golpe, entendiste que la libertad por la que tanto habías luchado era como el billete de avión que estaba arrugado en tu bolsillo.

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