Diario de León

FUEGO AMIGO

La catedral del abedul

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Parecerá una extravagancia, pero la catedral de Lois, cuya declaración como Bien de Interés Cultural cumple este mes 26 años, ya no es la misma sin la blanca palidez del abedul de ramas desmayadas agitando la sombra apacible de sus hojas. Es verdad que el templo se había convertido en un colador de humedades. Y por si fuera poco semejante quebranto, el último día de enero de 1985 unos cacos nocturnos desvalijaron el tesoro de plata y marfil guardado en la sacristía desde mediados del siglo dieciocho. Así que cuando llegaron las brigadas del remedio, los vecinos de Lois tuvieron que apurar su encendida indignación de un trago.

Al acometer el arreglo de la catedral de mármol, una de las primeras medidas propuesta por los técnicos fue talar aquel árbol crecido en la torre que subía mucho más alto que la cruz de la veleta. Sin entender su simbolismo totémico para la gente del pueblo. A la vista de cómo llegaron a encenderse los ánimos, se optó por arrancarlo con mimo para trasplantarlo al patio de la iglesia, construida a mediados del dieciocho. El templo preside un recinto peraltado sobre talud de piedra, que convoca a su alrededor lo más interesante del pueblo.

El palacio dieciochesco de los Acevedo, recuperado para el uso en su parte torreada, bordea la plazuela hacia el río. Es treinta años posterior al templo y hace alarde de escudos y leyendas. Su vecindad sirve para ponderar los efectos de la restauración aplicada a la iglesia. Un raspado fiero de su rosácea piel de mármol dejó el templo blanquecino y demacrado, sin la pátina que da lustre a los muros palaciegos. Al principio, esa mala cara que le quedó a la iglesia, se atribuyó a la maldición del tótem vegetal, que antes de ser arrancado habría inyectado su palidez a los sillares de mármol.

Estas joyas dieciochescas plantadas en un pueblo recóndito de la montaña testimonian la generosidad de sus hijos dispersos por el ancho mundo. A lo largo del siglo ilustrado Lois llegó a contar con tres obispos y más de un indiano dadivoso, que pusieron en marcha una cátedra de Gramática Latina que se acreditó como la auténtica universidad de esta montaña. El viejo edificio de la preceptoría acoge ahora un centro social para los escasos vecinos que aguantan el invierno en el pueblo, entre los que se cuenta mi condiscípulo Javier Álvarez, dedicado a la brega documental. Pero Lois no surgió en el siglo dieciocho. Un novelista clerical de la zona, el canónigo de Crémenes José González, bautizó a Lois en sus ficciones como Lutosa, que perfectamente podría traducirse por lodazal. No lo parece, pero ya se sabe que la toponimia es una ciencia incierta y escabrosa. Además, cualquiera atisba cómo estuviera el verde cuenco de Lois durante las glaciaciones.

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