Diario de León

Religión | Liturgia dominical

OPINIÓN | La espera del día último

Los cristianos debemos asumir nuestra misión en la historia que, aunque pasajera, no deja de ser consistente y válida para construir el Reino de Dio

Publicado por
Florentino Alonso Alonso
León

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Un cristianismo fácil no existe. Por eso, siempre tendremos la tentación de hacer de la vida cristina una fuga del mundo y sus problemas, o una religión a la medida de nuestras conveniencias, asumiendo del mensaje de Jesucristo sólo lo que resulta atractivo, o una observancia estricta de una serie de actos de piedad que pueda garantizarnos la vida eterna.

Al final del año litúrgico, la palabra de Dios nos sitúa en la perspectiva de la última venida del Señor, en el día de la consumación definitiva, cuando «la representación de este mundo se termina» (1Cor 7,31). La venida del Señor —dice el profeta Malaquías— es hoguera para los perversos y sol de justicia para los buenos (Ml 3,19-20a). La segunda lectura afirma que esta perspectiva no debe desinteresarnos evasivamente de la vida diaria y las responsabilidades inmediatas. San Pablo no quiere que las previsiones por el fin del mundo nos alejen de la vida y sus tareas y, para ello, nos ofrece su testimonio de evangelizador que se gana el pan con su trabajo (2Ts 3,7-12).

Los cristianos debemos asumir nuestra misión en la historia que, aunque pasajera, no deja de ser consistente y válida para construir el Reino de Dios. Así la vida no es mentira y vacío, sino aventura difícil y apasionante en la búsqueda y espera de un final luminoso donde se verá realmente lo que guarda cada corazón. La historia personal y colectiva es dura y azarosa. Llegará el día último: «No quedará piedra sobre piedra». Y a los cristianos no les van a ir las cosas mejor que a los demás, profetiza Jesús: «Os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre». Pero también asegura: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá», «esto os servirá de ocasión para dar testimonio» (Lc 21,5-19).

Frente a este mundo que pasa, la actitud cristiana no es el miedo ni el pesimismo o la estéril inacción, sino la esperanza fiel: vivir alegres en su servicio porque en servirle a Él consiste el gozo pleno y verdadero.

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