Diario de León
Publicado por
Alejandro Roa Nonide, Magistrado
León

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Como entona el himno de León «todos somos de León, contentos de ser de aquí». Aquellos que residimos fuera de León, cuando regresamos por vacaciones, sentimos que los nombres de los ríos y las montañas nos traen al hogar.

Y resulta que el norte de León, que es el que más conozco, está bien surtido de lugares de ensueño que nada tienen que envidiar a los estereotipados enclaves turísticos de ámbito internacional que las mejores postales retocadas de los catálogos divulgan. Es donde percibo plenamente una de las mejores versiones de León, y que por ello presumo con orgullo siempre que sea oportuno.

Es al norte de León a donde acudo a buscar esos buenos mesones donde restaurarme, esos ríos frescos donde pasar el calor, y esas cimas de las montañas en las que noto que, al coronarlas, he realizado una proeza personal. Y con el tiempo he aprendido a distinguir entre las dos identidades propias de las montañas y de los ríos: la montaña como reto, que inspira a ser firme; y los ríos, que hablan de la volatilidad o fugacidad de la vida.

Y no solo por «ese olor a vaca» de los pueblos —expresión coloquial fruto habitual de comentarios jugosos—; no solo por ese silencio que ayuda a escucharse a uno mismo; no solo por ser un «refugio climático» para escapar de las altas temperaturas; no solo porque puede encontrarse la verdadera autenticidad frente a la artificialidad de la vida digital; no solo porque facilita orar… que cada cual que añada los suyos personales.

Y aun cuando no sea necesario mencionar nombres concretos de estos enclaves pues existen una innumerable serie de ellos, no puedo dejar de destacar por mi cercanía las Hoces de Vegacervera, el río Torío y el Monte Polvoreda. Cabe complementar estas breves referencias, con la toponimia graciosa de pueblos de León y así —con todo el respeto debido— figuran Rodillazo, los pueblos Gete y Getino y que decir de los dos pueblos Redipollos y Redipuertas.

Ahora bien, puede pasar desapercibida cualquier maravilla salvo que pongamos en ejercicio no ya las piernas sino los ojos —sin despreciar los restantes sentidos— para que observen bien estos paraísos cercanos. Y tras la observación detenida, que es una modalidad de contemplación, llega de modo inmediato la valoración, claro está en sentido positivo.

No es extraño que el himno de León especifique ese grado de satisfacción, y que —como continúa su texto— pasemos «la vida suspirando León sin ti» cuando no estamos cerca de esta patria. Himno que resulta al mismo tiempo inclusivo en la medida que reconoce a todo aquel que están contento de estar aquí la categoría de paisanos leoneses.

Disponemos, en suma, de un entorno natural de gran belleza, que serena el espíritu y reconforta el cuerpo, por lo que, si admiramos de verdad esta hermosa tierra, cuidémosla.

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