Diario de León

El lío de los sexos y los géneros

León

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Buena se ha armado con abrir el cofre de los secretos del sexo y la identificación correspondiente. Aunque siempre, el ser humano parece haber tenido problemas con el asunto, la cosa se resolvía, más o menos, en lo público, aplicando la oficialidad de la referencia anatómica y genética de los individuos. El resto quedaba, mayormente, en la esfera privada, donde podía ocurrir de todo, que ocurría.

El salto cualitativo ha sido no solo el ejecutado desde lo privado a lo público, ni siquiera del orgullo y la reivindicación que eso ha conllevado en los saltarines, sino en el planteamiento filosófico del valor del sexo en las sociedades denominadas modernas. Dada la supuesta o real predominancia de un sexo sobre el otro, se ha considerado que esa injusticia no tenía cabida en el nuevo orden político y social. A partir de ahí se ha abierto una vía de investigación y de reflexión verdaderamente novedosa, al menos para el gran público. Los políticos, unos más que otros, han olido la rentabilidad electoral del asunto y se han lanzado a galope tendido, montados en su corceles imaginarios de «desfacer entuertos», a determinar lo que es correcto o no, lo que debe considerarse prioritario o secundario, lo que se debe hacer en caso de que la naturaleza se haya confundido (o no) de cometido. Ya se sabe que sobre lo natural está lo sobrenatural, sobre la realidad está la ficción y sobre la obligación está el derecho, no vamos a comparar. Y, últimamente, lo que está sobre todo es lo «políticamente correcto».

No tiene nada de extraño que sea el género femenino (bueno, al menos en la clasificación antigua) quien se haya mostrado más combativo con el tema, normal. Hace milenios que lo venían macerando (iba a decir, gestando, que es un verbo no obsoleto, pero poco apropiado en este caso). Lo que llama la atención es que hayan aguantado tanto y sigan aguantando semejante aberración de la naturaleza, si es que la naturaleza tiene algo que ver con el asunto en cuestión.

La exaltación de lo individual, de lo privado sobre lo público es una muestra más de la rebelión contra la propia sociedad que impone normas y que, obviamente, limita o cercena la libertad individual

Lo cierto y verdad es que, desde ya, el futuro del nuevo ser de la especie humana ya no dependerá de la aleatoria y caprichosa conjunción de los famosos genes X e Y, con la deriva correspondiente en su desarrollo y maduración. Ahora, por ley, el nuevo ser tendrá la oportunidad de elegir libremente (bueno, con el grado de libertad que le corresponda) lo que pretenda dejar constancia en la trayectoria del discurrir de su existencia, inmerso en el devenir del universo…

Ahora, si alguien pregunta, en la llegada al mundo del nuevo ser, ¿qué ha sido?, la respuesta puede quedar en el aire. ¿Será una rosa, será un clavel?, pasando el tiempo te lo diré; o, mejor dicho, te lo dirá. En realidad, la respuesta correcta sería: el nuevo ser ha nacido para ser libre de ser lo que quiera ser en el nuevo mundo del deseo, coincidiendo, venciendo o enderezando a su antojo lo programado por la naturaleza. He ahí la cuestión, el deseo, considerado éste como un ente, una fuerza libérrima, con o sin relación alguna con la propia naturaleza o, cuando menos, supeditada ésta a aquél. Se pasará del qué ha sido al quién es en un proceso madurado en el reino del deseo. Se echará mano del amor para adecuar dicho cometido al uso del sexo como instrumento o vehículo del todopoderoso deseo.

Es obvio el triunfo del sexo placentero, desligado definitivamente del fin reproductivo, cosa que ya venía sucediendo de forma generalizada. Eso sí, insisto, se invocará al amor como explicación y convalidación social, política y económica de cualquier manifestación del mismo. La religiosa queda un poco más rezagada, de momento.

En cuanto al sexo y el emparejamiento del género, el asunto queda limitado a los derechos de los protagonistas de las uniones en la especie humana. Pero, siguiendo el derecho y el mandato del deseo, y considerando que el ser humano no deja de ser más que un animal de la naturaleza, debería contemplarse la licitud de los enlaces entre los diferentes seres de la misma. Tampoco es nada nuevo, pero me estoy refiriendo a los derechos, no al hecho de los mismos.

La sociedad, experta y exigente en la uniformidad de sus miembros, ignoro cómo y cuándo exigirá el peaje correspondiente a los disidentes de sus mandatos, aunque dada la evolución que está tomando la misma, no sé si se lo exigirá. De momento se muestra condescendiente. Ha admitido, por ejemplo, sin problema aparente que se utilicen términos y figuras sociales y jurídicas creadas con fines diferentes y que contemplaban, en el fondo, la aparición de nuevos miembros como producto derivado directamente de ellas. El concepto de matrimonio ahora se emplea, indistintamente, para calificar la unión entre dos seres humanos, al margen de su potencial reproducción y de la diferencia del sexo y del género de sus componentes. Es más, ahora lo que predomina y define todo es el término «pareja», dando lo mismo los antiguos y obsoletos conceptos de parejas de «derecho», «hecho» y «desecho», respectivamente.

La exaltación de lo individual, de lo privado sobre lo público es una muestra más de la rebelión contra la propia sociedad que impone normas y que, obviamente, limita o cercena la libertad individual. Lo mismo ocurre cuando se admiten las denominaciones de «bautizos» civiles o las «primeras comuniones» civiles. A mí me parece que a quienes proponen tales calificaciones, o bien les falta imaginación para encontrar los términos adecuados para definir correctamente esos hechos, o que siguen fijados a modelos «arcaicos» anclados en su inconsciente.

Estamos viviendo en una sociedad que admite casi todo salvo que sus miembros no paguen o se escaqueen todo lo posible de pagar los impuestos; que lo de pagar los impuestos es «sagrado» y de obligadísimo cumplimiento. Es, precisamente, en lo económico y en las ventajas fiscales donde se asientan, mayormente, las verdaderas razones de las llamadas nuevas o modernas uniones matrimoniales o sucedáneos. Es posible que también se apunten al convite motivos de nostalgia e identificaciones más o menos inconscientes.

Y a todo esto, ¿qué hará la naturaleza? Es una pregunta de la que ignoro la respuesta, pero me da la impresión de que, a la larga y no sé el cómo, se hará sentir. Todo dependerá de si el deseo sigue haciendo parte del sustrato biológico de esa naturaleza o si se ha independizado de la misma, se ha ubicado y empoderado de la mente donde tratará de ejercer su hegemonía. Lo que está claro es que un mandato de la naturaleza a todos los seres vivos es que se reproduzcan en tiempo y forma y que su población se sitúe dentro de unos límites. Todo para lograr el equilibrio y la armonía del conjunto. Cuando eso no ocurre, la naturaleza suele llamar a capítulo a los protagonistas de la desviación de lo programado por ella. Y puede ser muy «justiciera». Claro que, por lo que parece, esa naturaleza se muestra, asimismo, complaciente, e incluso instigadora de otras fórmulas de satisfacer el deseo sexual y su transcendencia.

También podría ocurrir que el ser humano se decida a arreglar definitivamente el problema del sexo y promueva un nuevo ser de género único. Pero eso es otra historia.

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