Diario de León

Creado:

Actualizado:

Mientras en cada rincón del mundo los pensamientos siguen fabricando sus sueños y delirios, los hechos vienen a demostrar una y otra vez la desinformación en la que estábamos instalados, o lo que es lo mismo, la enorme mentira que estructura las frágiles conciencias con el ánimo de un sopor feliz. Y así, en un abrir de ojos, al despertar, vuelve a surgir nuevamente, de un plumazo, el caos y la barbarie que, verdaderamente, siempre habían estado ahí habitando sin darnos cuenta.

Afganistán tiene un halo de romanticismo y rebeldía contra la modernidad desde tiempos remotos, y queda en la retina de todos, el fracaso continuo de su integración en el magma occidental, de un país étnicamente complejo, como hostil, a la influencia globalizadora «bienpensante». Ese rodillo invasivo que sólo pretende engullir países y personas, bajo el pretexto de una hipermodernidad ilustrada y liberalizadora, pero sin tener en cuenta la historia, su cultura y los verdaderos intereses de sus habitantes. En el fondo está en juego el ansia por alimentar ese monstruo global llamado «mercado», tanto como el anhelo de conquista y de poder, de todas esas potencias que luchan entre sí para alcanzar el control del mundo.

En realidad, si revisan el paso de las diferentes civilizaciones que han ido recorriendo nuestra pequeña historia, comprobarán que en el fondo nada cambia, que todo sigue igual

En realidad, si revisan el paso de las diferentes civilizaciones que han ido recorriendo nuestra pequeña historia, comprobaran que en el fondo nada cambia, que todo sigue igual. Y aunque el deseo de conquista se maquille con bellas palabras, tales como libertad, democracia, derechos humanos, igualdad, fraternidad…, todo sirve para encubrir el verdadero objetivo que toda conquista conlleva, que no es otro, sino que el poder, el dinero y el valor de una mercancía humana convertida en moneda de intercambio. Por este mismo motivo ya Alejandro Magno lograría con audacia e inteligencia, pero también presumiblemente con un baño de sangre, doblegar este territorio bárbaro que era preciso civilizar con un ideario de vocablos y consignas griegas. Desde entonces son muchos imperios, entre otros el británico, el soviético o el americano, los que han querido adueñarse de este espacio geográfico tan complejo para sus respectivos fines económicos y geopolíticos, pero con un estrepitoso fracaso, que viene anunciarnos el punto de inflexión de la hipermodernidad a favor de un amo, que aún no tiene suficientemente rostro, pero que vendrá.

Son muchos los factores que permiten alimentar esta idea, si antes no acabamos engullidos en luchas fratricidas nacionalistas o imperialistas nucleares, porque el desorden económico y cotidiano que se impone en la actualidad, no permite augurar ninguna predicción demasiado optimista plausible; de ahí el valor que adquieren los pensamientos mágicos o salvajes, en función de la subjetividad de cada cual. Pero también el flujo migratorio incesante, que no hace más que orientarse hacia esa luz que brilla en el horizonte llamada «progreso», no permite tampoco vaticinar buenos tiempos para un Occidente, que no hace más que engordar descalabros y desgracias, de todo tipo, en un mar sin fin. No salimos de una calamidad y entramos en otra, y así, en una cadena que no permite prever ninguna paz o tranquilidad en el escenario mundial. Y mientras las noticias, desgracias y quebrantos humanos llenan los informativos edulcorados y sesgados, la población occidental ansía la tranquilidad y el sosiego a través de las diferentes recetas para el consumo, debates televisivos bochornosos, series verdaderamente insípidas o humaredas de información con elixir parecido al opio. Nunca la inteligencia y la lucidez humana habían sido tan flagrantemente insultadas con tal despropósito comunicativo, en esta era que se jacta de «bienpensante» y con capacidad de elección. Sí, elegir, pero ¡qué cosas se ofrecen!

Ahora bien, otro asunto bien distinto son las personas, hombres y mujeres, niños y ancianos, que tienen que soportar en sus carnes el envite de la glotonería de Occidente en el mundo, tanto como su cobardía moral e ineptitud táctica cuando las cosas se tuercen. Ellas son las verdaderas víctimas de todo este conflicto trágico que ahora aparece ante nuestra mirada suficientemente aletargada frente al dolor existente. Se me hace difícil pensar, en este momento, cómo estas pobres gentes han podido soportar décadas y décadas de guerras, de miseria, hambre, muerte y sufrimiento, mientras las diferentes potencias invasores utilizaban su catecismo particular como remedio frente a un estilo de vida convertido en demoníaco. Son estos testigos siempre mudos, de rostros ahora angustiados, los que verdaderamente labran con su sufrimiento esta historia cruel, que los informativos vomitan por breves instantes ante una audiencia que puede cambiar de canal, con un simple botón, para visionar coches deportivos, perfumes de última gama o simulacros de hombres y de mujeres en bacanal inusual, que nunca alcanzarán; y así, día tras día, y noche tras noche…

Es acerca de todas estas personas sufrientes, las de siempre, la mayoría del planeta, las perdedoras de todas las contiendas, las que sufren en carne propia el juego del mercado o las estrategias geopolíticas de las potencias verdaderamente beligerantes, a las que quiero nombrar en este texto para que no se las olvide. De ahí la idea que convendría empezar a plantear de que toda esta ayuda que muestra Occidente, para adoctrinar en tal o cual programa liberalizador, resulta ser en demasiadas ocasiones envenenada y encubierta de un despotismo usurpador, que repite incansablemente el mismo final de sufrimiento, desarraigo y muerte para muchos. Por eso, cuando vean en la playa o en los diferentes lugares de ocio con los que alimentamos el apetecido descanso, ciertas perturbaciones del tiempo a modo de relámpago o de lluvia fina, no es que la Naturaleza quiera fastidiar nuestras vacaciones o impedirnos el disfrute del momento, sino que hay alguien, en algún lugar del planeta, que está llorando, y tal vez nosotros, nuestro estilo de vida, tiene algo que ver con todo eso.

tracking