Diario de León

TRIBUNA

Lo que no se dice de Camposolillo

Publicado por
María Teresa Sierra Vega, descendiente de vecinos de Camposolillo.
León

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Camposolillo no es el pueblo agonizante que un sindicato trata de revivir desde los años noventa mediante un proyecto de restauración. Tampoco el pueblo en inminente peligro de muerte por la posible cancelación del mismo. Ni la finca que asociaciones de cocineros visitan con el fin de que una empresa promocione sus productos cárnicos de primera calidad, ni el pueblo abandonado del que un último y anciano habitante se resiste a salir. Titulares todos ellos aparecidos en este diario. Como mucho, es el lugar mágico que el entonces presidente de la Junta de Castilla y León, don Juan José Lucas descubrió en visita girada al pueblo hace unos años. Porque efectivamente, el lugar llamado Camposolillo allí está, pero no el pueblo, que está muerto. Murió el día que se fue el último habitante empadronado en él, se disolvió su junta vecinal y desapareció del mapa, literalmente hablando, como población habitada, independientemente de la ocupación posterior de algunas casas. Y no murió por abandono, puesto que ninguno de sus vecinos lo dejó voluntariamente. Como los de otros pueblos de la zona, fuimos obligados por decreto ley a abandonar nuestras casas y a desvincularnos de nuestras tierras, porque se expropiaron para la construcción del embalse del Porma. Con la mala suerte de que, al no quedar el pueblo sumergido, llevamos treinta y un años viendo su cadáver y el reparto de sus trozos, o si lo prefieren de manera más suave, lo que particulares e instituciones quieren hacer con ruinas, tierras y pastos, sin poder intervenir en nada. Tal vez consideren esta visión pesimista, negativa, o dictada por el resentimiento. Puede ser. Pero es tan legítima como otra cualquiera y creo que me asiste cierto derecho a recriminarles su olvido; el no haber publicado nunca un pequeño párrafo como el anterior acompañando a sus informaciones. Convendrán conmigo en que un pueblo son sus gentes, no un montón de piedras o un proyecto más o menos utópico por respetable que pueda ser. Y para los jóvenes, sean periodistas, restauradores de casas o personas cualesquiera, treinta años son historia. Por ello cada vez que ustedes, que forman opinión, publican un artículo que omite parte de los hechos al no mencionar el abandono obligatorio del pueblo, se les está impidiendo entender lo que escriben, hacen o leen, al no poder valorar debidamente lo que es una expropiación. Que significa ni más ni menos que las casas que se restauran fueron de otros, que otros acarrearon la piedra que se levanta de nuevo y otros tallaron las puertas en que se colocan logotipos que nada tienen que ver con ellos; en fin, que se trabaja sobre una tremenda injusticia que el silencio hace mayor. Por ello, ya que ustedes pueden, les ruego que se borren de la triste lista de responsables de la misma: una administración central cicatera que echó innecesariamente del pueblo a los vecinos pagándoles una ínfima cantidad de dinero por sus casas y tierras a la que no se puede llamar precio, porque dado su valor no lo tenían. Y digo innecesariamente porque la presa nunca se llegó a llenar de acuerdo con el proyecto inicial, por seguridad supongo, pero de los pueblos bajo el muro y no de los vecinos de Camposolillo como su último artículo afirma de forma un tanto incoherente, o vaya usted a saber por qué. Una entidad, la Confederación Hidrográfica del Duero que no tuvo el valor de meter la piqueta en el pueblo en su momento, que obró con total desprecio y dejadez al desestimar todos los intentos que varios vecinos hicieron para conservar las casas, y permitió sin embargo que el robo impune y descarado de los materiales convirtiera en dos o tres años el pueblo en una cáscara vacía; una época en la que era impensable reivindicar derechos, y otra, ya democrática, en que las instituciones olvidaron a los vecinos a la hora de pensar en la posible recuperación de casas y terrenos; la falta de capacidad de la mayoría para reclamar legalmente nada, ya que, bastante había con organizar la vida en otro lugar; el paso inexorable del tiempo que hace que cada vez quedemos menos, y menos todavía que conserven alguna esperanza de volver...., y podríamos seguir. Así que, algo de resentimiento sí produce, por poner un ejemplo, ver ahora los excelentes pastos por los que recibimos dos perras convertidos, según ustedes, en finca de la próspera empresa que nos impide, no dudo que legalmente, el mínimo derecho a pisarlos o a pasear por el monte, con sus vallas, alambradas y perros. Lo que da mucho que pensar sobre los conceptos de expropiación y bien común, quién gana y quién pierde. En fin, como ustedes mismos descubrieron hace tiempo, escribir sobre Camposolillo o pueblos en similar situación es fácil y da para mucho, por lo que supongo que lo seguirán haciendo. Por ello termino reiterándoles que no contribuyan más al olvido. Como decíamos allí, lo que ardió ya se quemó, pero un periódico puede y debe usarse un lenguaje claro en aras de la verdad. Nosotros nunca vamos a recuperar lo que era nuestro, pero sí debemos exigir que la memoria se conserve. Para ello no hace falta mucho: que usen la palabra expropiado cuando se refieran al pueblo, que no muerde y es mucho más exacta que el ambiguo y tal vez conveniente abandonado; que no llamen finca a montes y prados, que digan simplemente recuperación de las casas, en lugar de usar metáforas sobre la agonía y resurrección del pueblo. Y si no es mucho pedir, que publiquen alguna foto anterior a 1971, es decir, del pueblo vivo, en lugar de hacer literatura sobre un cartel oxidado o una iglesia caída, y dediquen un par de frases a las gentes que en él vivieron, y fueron capaces, sin títulos de arquitectos, ingenieros o expertos en medio ambiente, de levantar un pueblo tan hermoso. Y a los responsables de la restauración de las casas, si es que se continúa, también les pido que no se apropien de la historia ajena, sino que transmitan a los jóvenes una idea de lo que el pueblo fue, para que sepan lo que hay detrás de las piedras que manejan. Todo ello constituiría un mínimo acto de justicia para todos los que descubrieron hace muchísimo tiempo el encanto de Camposolillo, puesto que lo construyeron y cuidaron a lo largo de años y de generaciones, y nunca lo recuperarán. Siendo, ya ven qué paradoja, quienes lo han perdido.

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