Diario de León
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Un año más ha comenzado el curso escolar y un año más debemos meditar sobre la monumental patraña en que estamos convirtiendo el sistema educativo por estas lindes. Su palmario fiasco se deja entrever  en múltiples variables.  Y no es una de ellas el porcentaje de estudiantes que titulan  ya que la promoción académica es un factor generado por el propio sistema y no permite evaluarse desde una perspectiva externa.   

A diferencia del incremento de ingresos o beneficios, el incremento de aprobados y titulados no es un factor externo, cuantificable objetivamente, sino que los produce la simple permisividad o «inexigencia» del profesorado y de la Inspección. Se puede tener el número más elevado de titulados de universidad, como es el caso de España, y sin embargo, sufrir los rankings de calidad  más deplorables, Lo que indica que ese alto grado de titulados es el triste exponente de una interesada generosidad en la expedición administrativa más que en la cualificación formativa. 

No, las variables de calificación de un sistema educativo se deben buscar en otros parámetros: Los resultados de las pruebas (como el programa Pisa) que valoran los rendimientos por materias  de los estudiantes  en competencia con otros países,  el porcentaje de población llamada ‘nini’ (ni estudian ni trabajan) en un país, los índices de productividad laboral.

Lo que indica ese alto grado de titulados es el triste exponente de una interesada generosidad en la expedición administrativa más que en la cualificación formativa

En ninguna de estas variables los españoles podemos presumir de estadísticas  aceptables para los recursos económicos que dedicamos al Sistema Educativo Público. Los pilares maestros  del sistema actual se cimentaron en la Logse que introdujo hace treinta  años,  el primer gobierno PSOE. Un sistema anclado en un postulado elemental: «aprender no puede ser doloroso  sino que debe ser  un placer». Este principio tan atractivo como perturbador, era el lema principal de la corriente pedagógica que se venía proponiendo como alternativa en Europa durante la segunda mitad del siglo XX y que es España fue impulsada entusiásticamente por los ministros PSOE y las escuelas pedagógicas en su mayor parte catalanas.

La indigencia de este esquema educativo se manifiesta en la paupérrima formación de nuestros estudiantes y la anquilosada ineficiencia de nuestros docentes.  Una muestra más que esclarecedora de lo primero es que son  los estudiantes formados bajo esta Logse los principales sostenes del  populismo político que domina actualmente España. Un populismo que pretende aplicar las fórmulas económicas del modelo comunista que colapsó estrepitosamente en el mundo durante el siglo XX. La ignorancia de ese hecho tan palmario nos revela que la enseñanza de las ciencias sociales ha adolecido de graves deficiencias.

La perturbadora inercia del sistema Logse ha llevado a los profesores a rechazar por mayoría las propuestas de externalizar las pruebas de valoración de resultados (los exámenes)  Este rechazo sólo encubre el miserable corporativismos de un cuerpo acostumbrado a campar libremente sin ninguna mediación, que quiere perpetuar  el esquema inconcebible en el que el docente es, a la vez «juez y parte». El profesor enseña y luego, juzga: Romper este esquema letal es el nudo gordiano del problema educativo. Que los profesores se defiendan es comprensible, pero que los Gobiernos se achanten es patético.

Y apuntar, por último, el gravísimo divorcio de las enseñanzas académicas con la realidad social en que deben vivir los futuros estudiantes. Hay tres carencias flagrantes en el currículum educativo de la enseñanza obligatoria: el derecho civil, la economía financiera y la formación familiar, en su triple vertiente afectiva, sexual y civil. Pero esto queda para otro rato.

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