Diario de León

La manifestación, las banderas y la autonomía

Publicado por
José Manuel Díez Alonso | Antropólogo social y cultural
León

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En 1977, Carlos Llamazares acudió al catedrático de veterinaria y senador Miguel Cordero del Campillo para que le asesorase, pues los jóvenes fundadores del Grupo Autonómico Leonés querían saber cuál era, o debía ser, la bandera de León. Aún no había Constitución y ya en cada territorio comenzaban a diseñarse las estrategias que fraguaron en la constitución territorial del Estado. Básicamente, barajaron dos opciones: una bandera heráldica, es decir, blanca con el león púrpura —si bien el león se había pintado de rojo, los heraldistas habían comenzado a desvelar el color más antiguo del león leonés— o un paño con escudo. Cordero del Campillo optó por una bandera de color púrpura —interpretado este antiguo y preciado color como «morado claro»— con el escudo de León. Así diseñaron la bandera autonomista leonesa que, con modificaciones del dibujo del león y distintos tonos más o menos purpúreos, conocemos como «la bandera de León».

El 12 de febrero fallecía Miguel Cordero del Campillo y cuatro días después miles de leoneses portaron la bandera que él y los jóvenes del Grupo Autonómico Leonés crearon hace cuarenta y tres años. La bandera de León no está oficializada ni figura en texto legal alguno y, sin embargo, es la enseña territorial no autonómica más utilizada en España, sin contar las variantes soberanistas o «con estrella» de las autonómicas, de las cuales también hay un diseño leonés, la «dixebriega», creada en 1994 por el entonces estudiante de filología Héctor García Gil, para representar «un León de izquierdas y soberanista». Esas, y no otras, han sido las banderas que, de forma abrumadora, los leoneses enarbolaron el domingo 16.

Diseñaron la bandera en 1977 que, con modificaciones del dibujo del león y distintos tonos más     o menos purpúreos, conocemos como «la bandera de León»

Una bandera es un símbolo, es decir, en este caso un objeto que representa, condensa significados e identifica a quienes se reconocen en él. Cualquier observador, por poco avezado que sea, que haya asistido a la manifestación del domingo 16, habrá percibido que en León sucede algo singular, cualitativamente distinto de lo que pasa en Teruel, en Soria o en Murcia. Las personas que se reunieron en las calles de León corearon lemas; hicieron fotos y las publicaron en las «redes sociales» digitales; ondearon banderas o las llevaron sobre los hombros; saltaron y bailaron; increparon, se rieron, emocionaron e indignaron; tocaron gaitas, dulzainas y tambores; se saludaron y reconocieron entre el gentío a éste y a aquélla; buscaron en sus móviles y en las televisiones el espejo noticioso de la manifestación que habían contribuido a conformar.

Pues bien, cuando hicieron lo que se hace en los rituales de intensificación no sólo protestaban por el declive de León y de su país, no sólo pedían otras políticas públicas, sino que, además, imaginaban una comunidad política. Las movilizaciones en León no son un eco de las protestas de la España vacía —el sintagma de moda, cada vez más despolitizado y vacío él mismo de un significado preciso—, ni de las reivindicaciones sectoriales de agricultores y ganaderos. Las manifestaciones leonesas forman parte de un ciclo abierto en favor de una autonomía propia, inescindible de las mociones aprobadas en ayuntamientos y juntas vecinales.

Dicho de otro modo, en León hay un conflicto territorial de primera magnitud. Cada vez más actores políticos e institucionales han comenzado a interpretar que resulta poco menos que imposible revertir la situación de decadencia industrial, política y poblacional sin cambios estructurales que permitan activar el derecho al autogobierno. Quienes califican las protestas en León como un episodio más de manifestaciones sectoriales o de territorios despoblados, o no han entendido nada, o tratan de escamotear lo evidente: una multitud de banderas que desde hace más de cuarenta años identifican a los leoneses y que, al exhibirlas, para sí y para los demás, expresan un deseo más o menos articulado de reconocimiento y de autonomía.

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