Diario de León

Más personajes sin lustre de la galería

León

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Siguiendo con el modelo de otra Tribuna precedente, paso a seguir retratando, a mi manera, a una serie de personajes imaginarios de este nuestro país tan diverso, disperso, e incluso perverso. Como preámbulo, destaco que, en su mayoría, son personajillos dada su escasa personalidad propia, ya que se manifiestan como peones serviles y correveidiles del gran jefe rojo, «alias jeta de cemento armado», que los utiliza directamente cual fantoches. Hay otros que, indirectamente, se utilizan entre sí, a sabiendas que hacen trampas en el juego. En ese juego de trampas, todos creen que ganan. No queda claro quién gana al más tramposo de todos. Lo único cierto es que el que pierde es España, pero, eso sí, todos contentos.

Personaje número 8: No resulta fácil entender su discurso porque farfulla y escupe fonemas a diestro y siniestro al hablar, pero como es tan previsible el contenido, siempre siguiendo el guión programado al efecto, se adivina hasta las pausas del mismo. Dice lo que tiene que decir según convenga con la contundencia del que miente, bien para enfatizar la parte de verdad pretendiendo realzarla, u ocultando la parte de verdad que no conviene contar. Eso ocurre cuando pone en valor los éxitos de su cometido específico. Lo peor acontece cuando se siente obligada (por el simple hecho de pertenecer a un grupo o camarilla) a dar por buena y necesaria la valoración del jefe. Cuando no coincide con ella pues la reconoce impostada, entonces se le nota una barbaridad lo forzado de sus argumentos, aunque ella es muy echada «p’alante» y, entonces, gesticula mucho, con braceo molinero incluido.

¡Ay Santa Eulalia (etimológicamente, y para la ocasión, la bien hablada), échale una mano, mujer, no en su acento sino en su dicción confusa y precipitada!

Personaje número 9: De semblante un tanto siniestro, peinado el cabello al estilo bocados de burro, mira intimidando al respetable, no importándole para nada su pasado sanguinario, más bien parece lo contrario, se enorgullece de ello. Su mirada es de amenaza oculta, solapada entre los pliegues de un discurso que se antoja de poder por encima del bien y del mal. Habla con la seguridad del vencedor sobre los vencidos, del poderoso sobre los parias de la tierra. Está tan convencido de sus convicciones, que mira con desdén y arrogancia a quienes pretenden introducir en su discurso elementos tales como justicia, ley, ética, verdades de los contrarios, etc.; paparruchas de seres inferiores. Conocedor por experiencia del dicho «el fin justifica los medios», lo que le importa es el resultado, justificando los medios, sin valoración alguna sobre lo execrable que puedan ser los mismos. Anda crecido con el personaje número 3. De momento se entienden en sus tejemanejes correspondientes, creyendo ambos sacar partido de su estrategia. Más adelante ya se verá el resultado, sin excluir las puñaladas traperas. «Ángel de la guarda, dulce compañía, no nos desampares ni de noche ni de día».

Personaje número 10: Tiene aires de picador de toros, pero sin el castoreño y a quien le falta, también, el caballo con los ojos tapados; los ojos del caballo, me refiero. Siguiendo con los símiles toreros, arrastra su humanidad por el ruedo tratando de ponerse el mundo por montera, convencido hasta los tuétanos de su misión mesiánica para conducir al pueblo, al que dice ser suyo, a la tierra prometida, que ahora está comprometida con el toro español, ya ven qué injusticia y qué capricho del morlaco. Pero eso lo vamos a arreglar en cuanto el presidente de la plaza decida echar al miura a los corrales por presentar defectos y taras estructurales, congénitos según su parecer de experto en la materia. De momento el toro sigue en la plaza, los pitones como cuchillos y con gran fortaleza a juzgar por lo que le cuelga entre las patas traseras. El presidente duda, amaga, pero no acaba de decidirse, pues el respetable no está de acuerdo con que se cargue a un toro noble, y pueda armarse la marimorena. Y así está la plaza, expectante ante ese tira y afloja de los encausados que utilizan el engaño como pueden, sin arte ni hondura, más bien trasteando, buscando el bajonazo artero. El encausado pretende que el presidente saque el pañuelo verde (el toro a los corrales). El respetable que saque el pañuelo naranja (el indulto al toro para que siga libre por la dehesa, por todas las dehesas que hay en España).

¡Ay San Pedro Regalado, patrono de los toreros, ruega por nosotros!

Personaje número 11: No pertenece a la misma cofradía que el anterior, pero pasta, pastorea y baila por los aledaños. Ejerce de monosabio si el maestro se lo ordena, no haciendo ascos, aunque el caballo del picador se cague encima. Es lo que tiene el ser polivalente y bien mandado, que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Y, además, habitualmente se muestra contento y sonríe sin cesar (a veces sin ton ni son). A mí me recuerda, salvando las distancias y la inteligencia cómica y de la otra, a Oliver Hardy, el gordo del dúo el gordo y el flaco, seguramente por el volumen y los andares. Ignoro si es culto o no, lo cual no impide que dirija la cosa; eso es lo de menos en el planteamiento general del que manda, aunque es bien sabido que es buena cosa predicar con el ejemplo. Claro que, en este caso, predicar con el ejemplo del jefe tampoco es para tirar cohetes. ¡Ay San Pascual Bailón, que compartes afición con el encausado y, además, eres patrono de los pastores, apiádate de los borregos!

Personaje número 12: Tiene nombre de flor y es dura y recia como su apellido. Es inteligente, independiente y no se casa con nadie, por lo que se me antoja un verso suelto en el conjunto de la troupe. La verdad es que no me explico qué pinta en ese conjunto de personajes sin lustre, cuando ella es de los ilustres. No se cumple en ella el dicho: «dime con quién andas y te diré quién eres». Por eso me intriga su entrega. No me encaja en un proyecto proyectado en contra. He llegado a pensar que es un misterio o, cuando menos, una cuestión metapsicológica que se me escapa. Hay vericuetos del alma en los que uno se pierde. ¿Será para que se cumpla aquello de «es la excepción que confirma la regla»? Yo, sin embargo, sigo con la mosca detrás de la oreja. Y es que ella me recuerda, cuando se pone tiesa, mira de soslayo y tuerce el morro, a una avispa en posición de lanzarse al ataque. ¡Ay San Fiacro, patrón de los jardineros, protégela del mal!

Personaje número 13: Se peina al modo mocho fregona o sauce llorón. Llorón con ojos de ratón puestos en el trozo de queso, pero ambicionando el queso entero. No se conforma con ser cola de león, quiere se cabeza de ratón, aunque lo más probable es que tenga que conformarse con ser la cola del mismo, y va que chuta. Como todos los ratones, es astuto y cobarde y tiene mucho miedo al gato. Es por eso que anduvo presto a refugiarse lejos de él; pero desde donde planea poner un cascabel al felino. Claro que, mejor que se lo pongan otros, que él está lejos y no alcanza. Pero como entre roedores anda el juego, le recuerdan que él que presumía de ser un ratoncito valiente, pare de cacarear y ponga el huevo. Él les responde que, de acuerdo, pero que hoy no, mañana…Que, si hay que ir se va, pero que «ir pa ná» es tontería…. ¡Ay San Antonio Abad patrono de los animales, mira a ver si pones un poco de cordura y amor divino entre ellos!

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