Diario de León
León

Creado:

Actualizado:

R amiro Pinto es un ecologista tan pacífico que nunca se acalora, no vaya a favorecer con ello el cambio climático. Me lo puedo imaginar en muchas batallas, pero siendo él siempre quien recibe las bofetadas. El próximo día 18 está citado en los juzgados, acusado de desobediencia a la autoridad policial, junto con otras dos personas que participaron en una concentración contra la corrupción política. Se colocó en la puerta de la Diputación, con una nariz postiza de payaso y una ristra de embutido en la mano. Ofrecía rodajas al grito de «¡los chorizos están dentro!». Admitámoslo, ha habido más tensión en algunos plenos del pasado. Ahora bien, no me gustan las generalizaciones críticas, en la institución trabajan también políticos y funcionarios honrados que nada tienen que ver con la matanza. Bastante tienen ya con su bochorno. La mascarada careció de sutileza, pero no creo que la solución hubiese sido disfrazarse de Macbeth y repartir sangría. Utilizó deliberadamente un recurso bufo, o sea propio de bufones, no para hacer reír al poderoso sino para denunciar sus abusos. Pinto es bueno, culto y de civismo ejemplar, pacifista incapaz de acción violenta. Su protesta hay que contextualizarla dentro de un clamor ciudadano contra unos hechos escandalosos, que no se prestaban a ser denunciados cantado habaneras. A veces, lo histriónico cumple una función terapéutica. Y qué difícil también la labor de las fuerzas de orden público, viéndoselas a diario con situaciones de crispación social protagonizadas por personas honradas que se ven forzadas —a su pesar— a ellas. Pinto y sus otros dos compañeros acusados no son el problema. ¿Debieron haber repartido salchichón, que carece de segundas?

La calle tiene voces y hay que escucharlas, aunque sea para discrepar. El poeta republicano Toño Morala me espetó un día: «Oye, me han preguntado en Mansilla que si te has hecho rojo». Me quedé desconcertado. «Como escribiste tanto a favor de Pinto durante su huelga de hambre», explicó. Acabáramos. Hacerlo no le convierte a nadie en bolchevique, tampoco Ramiro lo es. Eso sí, en mi caso, no le haría ascos a que Irina Sheik me enseñase a hablar ruso; también en ese sentido uno es más verde que rojo.

tracking