Diario de León
Publicado por
Enrique Ortega herreros, psiquiatra y escritor
León

Creado:

Actualizado:

Seguro que ustedes ya se han dado cuenta de que, desde hace un tiempo a esta parte, las barbas masculinas han florecido por doquier, tanto si les sientan bien, mal o regular a sus portadores. Al margen de que las modas, que no dejan de ser tendencias que pretenden uniformar al personal, tengan también algo que ver, a mí me parece que lo sustancial del asunto, en los tiempos que corren, parece indicar que el inconsciente colectivo ha puesto en marcha un mecanismo de protección y defensa frente a un «peligro difuso y no tan difuso» de la confusión de los géneros y los sexos.

Es sabido que la barba, tan relacionada con la testosterona, ha sido desde tiempos inmemoriales una manifestación de lo más diverso: masculinidad, poder, rango social y religioso, prueba de sabiduría, de madurez, de pertenencia a un clan o a una casta etc., etc. También ha sido una manifestación de protesta o de dejadez, de abandono higiénico de los menesterosos, de los pobres sin techo, lo cual no quiere decir que no haya ricos con deficiencia higiénica ni pobres pulcros, que de todo hay y ha habido en la viña del señor.

Expresiones tales como: es un hombre con toda la barba, el que se viste por los pies, el que lleva los pantalones etc., etc., no tienen vigencia alguna en nuestros días, y solo recuerdan reminiscencias machistas de antaño. Esto me recuerda (y permítanme la licencia humorística) a una niña pequeñita que le pregunta a su papá qué significa ser hombre y éste le responde, muy convencido, que ser hombre es el que toma las decisiones importantes en casa, el que manda etc., a lo que la niña (germen femenino en esencia y potencia) le responde, con aplomo y candidez, que ella cuando sea mayor quiere ser hombre como mamá… Para que luego digan que la importancia del proceso de identificación es una antigualla.

El por qué la naturaleza dispuso diferenciar y resaltar por medio de la barba, entre otras cosas, a los sexos humanos es algo que en su momento parece que fue oportuno. Todo indica que a la hora de aparearse convenía saber con quién y para qué se llevaba a efecto la cuestión. A ti, imberbe, ahora no te toca todavía, parecían decirle. Pasado el tiempo y dejado de lado la simplicidad y concreción del asunto, la evolución ha descubierto que la natura tiene otras variantes al respecto (e incluso fallos clamorosos), y el hombre (digo hombre porque el artículo va de los humanos, pero que hay muchos animales que se apuntan a lo mismo) que siempre ha estado al acecho se aprovecha cuanto puede de eso para satisfacer sus deseos y pulsiones. Ya he dejado escrito en más ocasiones que el hombre, tan subyugado desde siempre por la naturaleza se la tiene guardada y por eso le atrae tanto lo artificial para llevarle la contraria.

Una vez conocido con más finura y precisión lo que se ve (caracteres sexuales primarios y secundarios) y lo que no se ve a simple vista (hormonas, cromosomas, receptores especiales y específicos etc., etc.) de los diferentes sexos, le ha sido fácil al humano ingeniárselas para llevar el agua a su molino y decidir que los deseos, las emociones, las identificaciones tanto con el modelo masculino como con el femenino etc., son asuntos que le incumben al individuo en exclusiva y no a la naturaleza (salvo si ésta es coincidente con los deseos del primero), y mucho menos a la sociedad, salvo si ésta es «consentidora progresista».

Con estas premisas, además de los avances médico quirúrgicos y tecnológicos de todo tipo, nada tiene de extraño lo que se avecina, amén de lo ya conseguido. Como diría un castizo: «el carajal se veía de venir». De momento ya hemos visto a una mujer con toda la barba (no una cuestión de hirsutismo, no) ganar un festival de la canción europeo. Asimismo, hemos contemplado un parto procedente del útero de un hombre, no me acuerdo si con barba o sin ella. La empanada mental ya está instalada entre nosotros, y eso no es nada comparado con lo que pueda ocurrir. Si el cuerpo humano puede ser modificado a su antojo y conveniencia nos convertiremos en seres prácticamente artificiales y, a ser posible, con «desparramamientos» sin límites (que eso le peta al personal cosa fina) ganando por goleada el principio del placer sobre el principio de la realidad, pasando esta última a ser una historia lamentable del pasado. Bueno, también puede ocurrir que el ser humano se pegue un «hostión» en el enfrentamiento con la naturaleza, y vuelta a empezar…

En esas estamos, y mientras tanto se ha instalado la duda e incluso el miedo a no ser lo que creemos que somos y cada uno se defiende como puede. El viejo tema freudiano psicoanalítico de la homosexualidad latente (sin entrar en disquisiciones al respecto) ha originado sarpullidos en muchos seres humanos de ambos sexos. La homofobia, en sus diferentes formas, la transfobia etc., no serían más que manifestaciones de odio y rechazo irracionales. El asunto es complejo, muy complejo, no descubro nada nuevo. Como describe un amigo mío, por cierto bastante cachondo y con un sentido fino del humor, al hilo de la evolución de los sexos y los géneros y comprobando el avance de los movimientos LGTBI y, quizás por aquello de la homosexualidad latente : «al principio me manifestaba muy en contra de lo que no fuera lo obvio expresado por la naturaleza; después empecé a sentirme comprensivo con esos seres diferentes a mí en cuanto a sus preferencias amatorias; más tarde comprobé cómo se iban imponiendo, ganando en derechos con el orgullo por bandera y, finalmente, imponiendo sus tesis políticamente correctas. El matrimonio gay se ha impuesto como un derecho humano. Lo único que espero, concluía, quizás asustado irracionalmente, es que al paso que vamos no se haga obligatorio…»

De momento y retomando el título del artículo, a los hombres les ha dado últimamente por dejarse crecer la barba, cada uno a su aire, pero dejando claro que se trata de un carácter diferenciador por si acaso. Es posible también que los homosexuales con barba puedan ser heterosexuales latentes, siguiendo la misma tesis freudiana…

Y en cuanto a las mujeres, habrán observado que también han puesto a lucir la largura de su sedosa melena que viene a ser el equivalente de la barba masculina. Bueno, y respecto a las mamas, con el recurso de la cirugía a la carta y el realce de las mismas, se pone igualmente de manifiesto un interés muy diferente al programado por la naturaleza en su original cometido nutricional lácteo; cosa que no es nada nuevo, por otra parte. En fin, que los mensajes inconscientes de las barbas, de los pelos largos o a lo «garçon» están presentes por doquier.

Es igualmente interesante observar que, una vez dejado en segundo o tercer término la cuestión de la reproducción, se diga, remedando la frase poco afortunada «que inventen ellos», de Unamuno: que engendren, que se reproduzcan ellos, los otros, que ya nos beneficiaremos todos. Bueno, pero que cuando vean los lodos del mañana no se olviden que están causados por los polvos de hoy.

tracking