Diario de León

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Fue el propio Pedro Sánchez quien habló de ‘conflicto político’ para referirse a una enfermedad, la que, a nuestro criterio, llamamos ‘patología catalana’. Es sabido, y por eso no nos engañarán, que la manipulación del lenguaje es una de las perversiones más asquerosas del sanchismo. Hablan de ‘mesa del diálogo’, según unos, o ‘mesa de negociación’, según otros, cuando realmente se trata de ‘la mesa del conflicto’, ‘la mesa del enfrentamiento’ y ‘la mesa del desencuentro’. De semejante mesa solamente puede salir un conflicto, conflicto civil entre residentes de la región catalana, entre españolistas y nacionalistas —lamentable entre familias—. Un enfrentamiento—-«conflicto dentro de un conflicto» (I. Lucas)— entre independentistas, separatistas y golpistas, —«la ruptura entre ERC y el partido de Carles Puigdemont es uno de los objetivos de Sánchez»— (J. Sáinz). Y un desencuentro —conflicto causado por la ‘cultura del descarte’ de Su Sanchidad— entre los partidos políticos, agravando aún más la actual polarización, con la malvada intención de exterminar en Cataluña al PP y sus votantes. En suma, batasunizar la región catalana y asegurarse Su Persona la necesaria estabilidad política, que no política de estabilidad, para seguir disfrutando dos años más del colchón monclovita. «Para Sánchez no hay interés más sagrado que seguir en la poltrona, aun aupado por la canalla separatista» (libertaddigital.com), por eso también se la ha bautizado como ‘la mesa de la supervivencia’, al no buscar resolver el problema sino permanecer en La Moncloa a cuenta del problema.

Diversos son, pues, los nombres por los que es conocida la tal mesa, la que será reconocida finalmente por la sociedad española como ‘la mesa del conflicto’, porque diversos serán los conflictos que de ella saldrán. No se habían sentado entorno a ella y ya surgió el primero de ellos con motivo del rechazo por parte de Pere Aragonés a que dos miembros propuestos por su socio de Gobierno, los secesionistas Jordi Sánchez y Jordi Turull, participaran en la misma. El segundo conflicto apareció al día siguiente de su formación al oponerse JxCat a que la negociación fuera secreta y sin plazos, a la vez que consideraba la mesa como instrumento inútil y optar por volver a la unilateralidad. El boicot a la mesa se activaba y la crisis en el Govern se avivaba. El tercer conflicto se descubrió también al día siguiente al conocerse la promesa del ocupa de La Moncloa de invertir en Cataluña para desbancar a Madrid como motor económico de España, con lo que reincidía de nuevo en su hostilidad infantil —fijación enfermiza— contra el gobierno de la Comunidad de Madrid, en particular contra su presidenta Isabel Díaz Ayuso, y por extensión contra el resto de las Comunidades Autónomas. Sin embargo, «no detalló el presidente por qué le interesa a un murciano, un extremeño o un castellano y leonés —por ejemplo— que sea esa región y no otra la que más crezca los próximos años» (A. Olcese).

Un cuarto conflicto se le presenta con algunos barones del PSOE, los presidentes constitucionalistas que gobiernan varias CCAA, que ven con preocupación el callejón en el que se ha metido el doctor plagio, pese a estar, de momento, dispuestos a darle un margen de confianza, siempre y cuando no agravie ni genere conflictos, especialmente en materia de financiación, entre el resto de autonomías. O ingenuos o tontos, o ambas cosas a la vez. O lo son o se lo hacen. Y un quinto conflicto será el que le enfrente con otros partidos políticos, con los constitucionalistas y en particular con los separatistas vascos, que como en estos es habitual —está en su ADN— aprovecharán la ocasión para reclamar alguna nueva colación.

‘La mesa del conflicto’ es «la cobertura de un acto propagandístico que oculta a los españoles el auténtico cuaderno de bitácora que hayan pactado en secreto Sánchez y Aragonés»

Y mientras que Superman dispone de tiempo para juntarse con los representantes de los sediciosos al margen de los cauces institucionales, por el contrario, ve imposible mantener una reunión con representantes de las principales instituciones de la sociedad civil de Cataluña con el fin de dialogar sobre la gravedad de la situación de convivencia que están sufriendo allí más de la mitad de los ciudadanos contrarios a los nazilazis. Sánchez, quien a boca llena utiliza la palabra diálogo, les ha dado portazo, negándose a dar voz a millones de catalanes. Prefiere la mesa del conflicto que resolver el conflicto. Fía su supervivencia política a la supervivencia a largo plazo del conflicto catalán. «Sin prisa, sin pausa y sin vergüenza… Si los manejos que urdan permanecen secretos al abrigo de periodistas y de la oposición y no existe límite temporal para el montaje, su utilidad como sostén en el poder de los dos participantes se multiplica… En suma, que asistiremos a otro espectáculo degradante más de los muchos y diversos que nos viene ofreciendo el sanchismo, ese movimiento político que combina magistralmente el narcisismo, la osadía, el rencor, la mentira y la total carencia de escrúpulos» (A. Vidal-Quadras).

‘La mesa del conflicto’ es «la cobertura de un acto propagandístico que oculta a los españoles el auténtico cuaderno de bitácora que hayan pactado en secreto Sánchez y Aragonés para sostenerse mutuamente en el poder, uno en Madrid y otro en Cataluña» (abc.es). De ello «una cosa queda meridianamente clara…, la existencia de dos Españas que no son las clásicas. Por un lado, la España privilegiada que forman los separatistas catalanes y los vascos y luego el resto, españoles de segunda a los ojos de Sánchez y su Gobierno» (P. Planas). Un Gobierno «cuyos miembros viven en una eterna competencia de rebuznos» (L. Riestra).

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