Diario de León

¡Que moderna le acompañe y le proteja!

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La verdad es que esperaba el día, ya anunciado con antelación, como de niños esperábamos los Reyes Magos: con una incierta emoción pueblerina, frágil, insegura, de días en que las emociones de posguerra eran pocas y en muchas ocasiones, más bien tristes que alegres. En las más hondas raíces de los que quedamos, sigue viva la perenne e imborrable memoria del pasado que esta cochina pandemia ha vuelto a revivir, sometiéndonos a las miserias de la infancia, esperando el juguete que enjugue nuestras lágrimas, nos devuelva la sonrisa, y borre o al menos alivie confinamientos y aislamientos, pobrezas, soledad y muerte por lo que estamos pasando, y por lo que a diario, con el poeta, suplicamos, «por el cinco de enero, para el seis, yo quería que fuera el mundo entero una juguetería».

Ya cercana la fecha, comuniqué a mis estudiantes estadounidenses el evento. Se pusieron felices y me felicitaron, pero no faltó el preguntón de turno que salió por peteneras para inquirir. Profesor, y ¿por qué se vacuna tan pronto? ¡todavía no le toca! A través de Zoom vi la mirada pícara de alguno más, pensando que me había saltado a la torera las reglas del protocolo. ¡Muchachos, paso de 75 años y soy diabético!, tronó mi vozarrón español. Una caribeña, simpática y bonita, siempre al capote, me ahorró más explicaciones, y puso fin a la faena. ¡Ahora entendemos!, dijo, y la clase se alivió de sus sospechas.

La consigna ¡resistiré!, tan eficiente en meses pasados, creo que ha tenido su tiempo, su fuerza y su eficacia, pero al día de hoy, no nos queda más remedio que sustituirla por la no menos eficiente, «¡me vacunaré, me inmunizaré, me protegeré!»

Tengo que reconocer que no se me dio bien el sueño la noche de la víspera, y tras la clase, me sentí más distendido, aunque un tanto ansioso esperando el momento. A las cinco de la tarde, salí en busca de mi esposa y juntos nos fuimos al Hospital Universitario de la ciudad. La cola esperando turno era larga, pero se movía, esquivando sillones, con felina y silenciosa agilidad. La afiliación fue rápida porque mi nombre como el de la mayoría de ciudadanos de este país, está en línea y solo tratan de confirmar el apellido y la fecha de nacimiento. Tras firmar una hoja dando consentimiento para recibir la vacuna, me pusieron la pegatina verde, para la primera dosis, donde constaba el nombre de la vacuna que me iban a poner: Pfizer. De pronto, la fila se ramificó en dos. Los de la pegatina roja y los de la pegatina verde. La fila con el adhesivo rojo era para los que iban a recibir, tras 21 días de espera, la segunda dosis. La fila roja corría más que la verde y eso minaba un tanto el dulce momento esperado.

¡Por fin llegó mi turno! Amable, una auxiliar tomó mi pegatina con el nombre de Pfizer y la cambió por otra con la palabra Moderna. Minutos después, se acercó y me llevó a uno de los varios cuartos donde se hacía el trabajo. Me recibió una enfermera de rasgos latinos que, de inmediato, me preguntó el apellido y fecha de nacimiento. ¿habla español?, me dijo. ¡Claro!, le contesté. Mis padres son venezolanos, me aclaró ella, se vinieron cuando comenzaron los días de la mano dura.

¿Qué brazo prefiere?, educadamente me preguntó. El derecho, porque después lo muevo más. ¡Eso es bueno!, me confirmó ella. Me quité la camisa y la vi moviendo una jeringuilla delgada, larga y transparente. Sin más preámbulos, me limpió el lugar con alcohol, y me pinchó, apenas sin que yo me diera cuenta. Tan rápida fue la cosa que casi anuló mi esperada y sutil emoción. La tele nos muestra de vez en cuando cosas más dramáticas de lo que en realidad son. Mis imágenes de la pantalla eran las de alguien sin rostro, de brazo férreo, pinchando primero y luego, empujando a lo torero, para que la aguja se hincara bien en el brazo, no dejando dudas de que todo el líquido había quedado dentro.

Me vestí la camisa entre sonrisas y palabras de agradecimiento a las que la enfermera respondió con un «¡que le vaya bien, y moderna le acompañe y le proteja!». Salí al pasillo y de nuevo otra auxiliar me condujo a una pequeña sala donde un reloj señalaría los quince minutos que le daban a mi cuerpo para manifestar su disgusto o su complacencia con lo recibido.

Reposando estaba, sin sentir ninguna molestia, cuando del cuarto de al lado, alguien asomó la cabeza para decirnos, sois españoles, ¿verdad? Sorprendido, le dije ¡sí! Yo soy de España y mi esposa es de aquí. El sois, lo había delatado, porque, salvo los españoles, nadie en estas latitudes usa la expresión informal vosotros, sino ustedes. Soy valenciano, nos dijo, y mi esposa es también de aquí. Soy de León, y mi esposa es de Kansas. ¡Yo soy Jane, y hablo español!, se apresuró a decir ella. Conozco León, nos dijo, lo visité en algunas ocasiones y estuve en un pueblecito llamado Matanza de los Oteros, del que conservo buenos recuerdos.

Ya ves, nos dijimos a un tiempo, ¡el mundo es un pañuelo! ¿Y lo de la paella, cómo se te da?, pregunté. Algo harto, pero satisfecho estoy de hacerlas. Pipipiiii, comenzó a sonar el relojito. Una auxiliar lo retiró, no sin preguntarme si todo estaba bien. ¡Todo bien! Así que, contentos y a la carrera, nos despedimos, dándonos una tarjetita personal. «PhD MPH, KU Alzheimer’s Desease Center», leí en la suya.

Hoy de mañana, sábado, me levanté como de costumbre, temprano. Bebí mi buen vaso de agua y me senté, cómodamente a ver as noticias. Me sentía algo más cansado que de costumbre, pero con ganas de vivir. Al rato me puse a la computadora y ya encontré un mensaje de nuestro nuevo amigo, satisfecho por habernos encontrado. Me anima a seguir en contacto online, y para el poscovid-19, programar y disfrutar juntos de una buena paellada. ¡Qué fácil es hacer amigos fuera de la patria, donde el mundo resulta tan pequeño y, generalmente, siempre más acogedor de lo esperado!

Ya tengo datada mi nueva cita para recibir la segunda dosis, y si todo sigue igual, con la misma ilusión, confianza y certeza volveré al hospital para la inmunización total del coronavirus. De sobra está el decir que, mi palabra en este momento, para quienes quieran escucharla, es de ánimo, confianza y seguridad. La consigna ¡resistiré!, tan eficiente en meses pasados, creo que ha tenido su tiempo, su fuerza y su eficacia, pero al día de hoy, no nos queda más remedio que sustituirla por la no menos eficiente, «¡me vacunaré, me inmunizaré, me protegeré!, y así también protegeré a los demás.

¡Mucha suerte, amigos!, y que Moderna, en el ansiado camino de vuelta a la normalidad, les acompañe y les proteja.

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