Diario de León

león en verso

El monte de León es mar de fondo

León

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El monte de León es como el mar, admite todos los estados de ánimo posibles; incluido ese de la euforia que desata cuando sale a recibirte con la brisa pasajera que genera en sus entrañas. El monte de León es, por derecho, el último refugio que nos queda; el monte es paz, es aire, es esperanza.

El monte de León es invencible, un puente entre los cielos y las almas. El monte leonés es el consuelo ante tanto dolor establecido; un vaivén, un quizás, un desvarío. El monte de León es un océano que se baña en dos orillas, un remanso de horizonte ilimitado. El monte te recibe generoso; no te pierdes, al contrario, sale de buena gana a dar la bienvenida; el monte de León siempre te encuentra. El monte es también fuente de energía, una masa de agua que empapa sin mojarte.

El monte aguarda con secretos que inquietan a filósofos y frailes, a Dios, a los reyes y a mortales, que aclaran las ideas de los necios y son, después, el pasto de los sueños cuando acaban. El monte es una edad, como los niños; el monte tiene sangre y vida propia. El monte es un refugio, igual que el alma. El monte, en primavera, acuna las montañas; un baile desatado de vencejos después de cubrirse con hoja las espaldas. El monte es el ejemplo de otra vida que acude a resolvernos las cuitas cotidianas. El monte viene y va, según el viento, y es silencio, al borde del sigilo mientras deja llegar la madrugada; con el paso del sol es un concierto, panderetas a la hora de la siesta, violines, trombón y clarinetes si la tarde va avanzada.

El monte de León es guarida de tormentas, residencia preferida de las águilas; chamizo para búhos indiscretos, los palacios de invierno de los cuervos en bandada. El monte nos redime y nos rescata. El monte de León es un arcano con base de memoria en el disco duro que bebe en la fuente de la patria, que es la infancia; en los brotes que nunca se marchitan.

El monte de León son los sentimientos que nacieron agitados en quebradas; los pinos y los robles y las hayas; y otros árboles que amamos para siempre.

Al monte no se va; allí se vuelve. Allí; al único lugar al que pueden ir a vivir los corazones que dejan de latir y nunca mueren.

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