Diario de León

El movimiento se demuestra andando

Publicado por
Enrique Ortega Herreros, psiquiatra y escritor
León

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Este dicho, atribuido al filósofo cínico Diógenes, y la anécdota que relato a continuación me permiten elucubrar sobre el movimiento de la evolución humana y sus consecuencias. La anécdota en cuestión tiene su origen en la rueda de prensa que un alto cargo del gobierno convocó para dar a conocer un proyecto de envergadura. Llegado el momento de las preguntas, un periodista, conocedor de las limitaciones discursivas del encausado, le preguntó (con un pelín de mala leche) que cómo pensaba proceder para desarrollar con éxito el susodicho proyecto. El político en cuestión a quien le faltaban luces para unas cosas, pero le sobraban para otras, contestó con aplomo: voy a proceder procediendo, que es la mejor manera de demostrar el proceder.

Vamos, que todo ocurre porque tiene que ocurrir ocurriendo, reflexión que no tiene hondura filosófica, pero tiene el tirón que tienen las ocurrencias…

Tampoco pretendo alinearme con las diferentes corrientes de pensamiento sobre lo que ha de ocurrir, porque hoy por hoy casi todo lo que se «futuriza» de la evolución humana a largo plazo me parece a mí que es fruto de hipótesis, suposiciones y conjeturas diversas, silogismos y cábalas muy aleatorios. Además, rigiéndome y dejándome llevar por la imaginación, tesoro de la mente, ya dejé en su día mis pronósticos sobre el futuro de la humanidad en un artículo titulado «futuroscopia» y que se publicó en este mismo espacio.

Dicho lo cual, voy a entrar en materia refiriéndome a algunas formas de evolución del ser humano en general, y español actual en particular, con arreglo a determinados campos del discurrir, de andar por el mundo. Apunto, para la ocasión, un concepto actual, sobre todo en economía, que es el llamado crecimiento negativo del que no niego su validez científica, pero que en lenguaje paladino es como el de afirmar, por ejemplo, que el hambriento está satisfecho en su insatisfacción. Todo para referirme a conceptos que tradicionalmente se han definido y valorados de una manera y que ahora, dada la evolución que condiciona y determina el lenguaje (concepto éste que supuestamente representa el punto más alto en la evolución humana), se definen y valoran de forma diferente.

Veamos, por ejemplo, el concepto de inteligencia. Cuando antes se refería a esta potencia del alma, hoy día considerada una facultad más de la mente, todo el mundo sabía distinguirla, clasificarla, valorarla, etc. tanto positiva como negativamente hablando. No olvidemos, por ejemplo, que las categorías de débil, imbécil e idiota eran clasificaciones científicas. Hoy día se consideran no solo obsoletas sino formas de insulto; y es que la evolución nos condiciona tanto el pensamiento como las emociones. Hoy se clasifican al menos doce tipos de inteligencia, y no tardando serán muchos más, incluida la artificial que viene disparada como un tiro. En plan desenfadado, un tonto o un imbécil no puede ser clasificado correctamente, políticamente hablando, como un deficiente mental sino como un ser con una inteligencia distinta, no desarrollada de forma tradicional, pero con un potencial sin explotar y que incluso puede llegar a ser elegido diputado o asesor en su partido político.

Al nuevo ser que viene al mundo no se le debe asignar un género por lo que le cuelga o por lo que se abre, sino considerarle potencialmente polivalente, sexualmente hablando, y con la reversibilidad garantizada en el caso que cambie de idea, siguiendo la ley del deseo.

El delincuente, en la evolución actual, no es simplemente un transgresor de unas normas determinadas de convivencia, sino un ser insatisfecho por privaciones y frustraciones en su infancia, dada la injusticia del sistema, y que busca superarlas afirmándose en contra de unas leyes represoras. Aunque existen diferentes tipos y subtipos de delincuentes, los más comunes son los comunes (por definición) que son considerados como formas diferentes, pero prácticamente normales del conjunto, y para quienes hay que esforzarse en rehabilitar a tope y no castigar mucho por su conducta delictiva, tan comprensiva.

Los terroristas deben ser considerados, tal como ellos y parte de la iglesia vasca aseguran, como meras víctimas del terrorismo in pectore de sus propias víctimas que, quizás, éstas desconocían ese potencial pero que, por supuesto, pertenecían activa o pasivamente al grupo opresor. Por eso es esencial facilitar a los terroristas una cancha política adecuada para que ellos mismos vayan estableciendo las normas y condiciones que les permitan, posteriormente, perdonar a sus víctimas, dada su noble tendencia en ese sentido.

Los separatistas catalanes, transgresores contumaces del orden establecido, deben ser considerados asimismo como víctimas de su propia idiosincrasia heredada por un gen dominante de desafección hacia lo español, no importando ni que la historia lo contradiga ni que, en su gran mayoría, sus apellidos demuestren sin lugar a dudas una españolidad de siglos. Por eso hay que tratarles con delicadeza y con favores, especialmente económicos ya que se muestran muy interesados sobre este particular, igualmente heredado de forma dominante.

Y ya que mencionamos la herencia, potencial motor de la evolución darwiniana de las especies, resulta que las tesis del sabio se aplican en general, pero en la especie humana la cosa no pinta igual. Veamos, en general se parte de un principio mediante el cual los más fuertes y sanos se adaptan mejor y transmiten genéticamente sus cualidades, lo cual es bueno para la especie en su evolución. En la especie humana, dada su particular condición de desviación o mutación en un momento de su andadura, la evolución, según demuestra fehacientemente la historia, verdadero notario con registro incluido sobre ese particular, no ha seguido el mismo principio darwiniano, al menos en lo referente a las bondades de la transmisión para la especie.

Es un hecho probado que en la especie humana «todo dios» transmite tanto lo bueno como lo malo, lo sublime y lo perverso, todo. Después se arma el lio y emerge con la fuerza de la mala hierba, el odio, la tendencia a dominar y destruir al prójimo por un «quítame allá esas pajas». También, es cierto, que transmite el amor, sobre todo en la vertiente sexualizada, y en ciertas ligazones especiales, así como en el arte en todas sus expresiones. Sin embargo, si echamos un vistazo a los dirigentes dominantes de la fauna humana, tanto mundial como española, encontramos, salvo las excepciones de rigor, especímenes portadores de egoísmo, de ansias de dominación y sumisión que utilizan la mentira, el engaño y demás «bondades negativas» para llevar a cabo su objetivo, no el bien de la comunidad.

Por otra parte, y dado el carajal en el baile de los genes, cada vez es más difícil encontrar individuos totalmente sanos. El que no es portador de una dolencia lo es de otra, o de una de esas «enfermedades raras» que van apareciendo como setas en el monte; que a este paso lo raro es no estar enfermo.

A veces pienso que, o los sabios (que también pertenecen a la fauna humana de forma misteriosa y milagrosa) arreglan el desaguisado, o nos dirigimos fatalmente de evolución en evolución hasta la involución total; vamos, como dice el dicho, ganando batalla tras batalla hasta la derrota final.

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