Diario de León
Publicado por
Prisciliano Cordero del Castillo, sacerdote y sociólogo
León

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Se supone que la Navidad es un tiempo de liberación, de paz, de esperanza de un mundo mejor, pero la amenaza del calentamiento global genera ansiedad y miedo y quita la esperanza en un futuro mejor. Los científicos durante décadas han advertido que el calentamiento global es real y que conducirá a un desastre apocalíptico, pero seguimos haciendo nuestras compras navideñas como si nada estuviera pasando; seguimos alimentando a una sociedad de consumo que agota materias primas no renovables y destruye los ecosistemas. El problema está demasiado lejos para que nos preocupemos.  No nos parece urgente.

Los ambientalistas pensaron que la gente escucharía a los científicos, pero, lamentablemente, la ciencia no parece importar.  Las personas se guían por su experiencia inmediata, no por algo que pueda suceder en el futuro. Los políticos en general prestan atención a las últimas noticias y a los resultados de las últimas encuestas, no a algo que pueda destruirnos dentro de 10 años, y mucho menos si se anuncia el desastre para dentro de 50 años.  También son pocos los ciudadanos que se preocupan por los problemas que el calentamiento ya está causando a nivel mundial, como el hecho de las temperaturas más elevadas, derretimiento de los glaciares, aumento del nivel del mar, tormentas más intensas, huracanes más peligrosos, desaparición de especies animales, propagación de enfermedades. Pocos saben que Pakistán experimentó la inundación más devastadora de su historia. Pocos se preocupan por los que mueren de hambre en África a causa de la sequía. Algunos están preocupados por los inmigrantes en nuestras fronteras, pero se niegan a reconocer qué está obligando a estas gentes a huir de sus países. Incluso aquí en casa, son pocos los que relacionan la crisis climática con las últimas catástrofes medioambientales: sequías persistentes, lluvias torrenciales, temperaturas superiores a las normales de su época y en estos días los efectos de la borrasca Efraín, que están afectando a media España con estragos medioambientales.

Tampoco surgieron muchas esperanzas de la reunión COP27 sobre el calentamiento global celebrada recientemente en Egipto. A pesar de que el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió que «estamos en una carretera hacia el infierno climático con el pie en el acelerador», los delegados continuaron con sus disputas y lograron pocos avances en la lucha contra el cambio climático. Prometieron establecer un fondo de «pérdidas y daños» para ayudar a quienes sufren el cambio climático, pero pusieron poco dinero en él. Tampoco se comprometieron a nuevas reducciones de gases de efecto invernadero.

Ante esta irresponsabilidad de la sociedad en general, me alegró ver cómo la delegación del Vaticano en la COP27 presentó la actuación sobre la acción climática como una obligación moral, debido al impacto humanitario del calentamiento global. «El cambio climático no nos esperará», dijo el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano. «Nuestro mundo ahora es demasiado interdependiente y no puede permitirse estructurarse en bloques de países aislados e insostenibles. Este es un momento para la solidaridad internacional e intergeneracional. Necesitamos ser responsables, valientes y con visión de futuro no solo para nosotros, sino también para las futuras generaciones». «Nuestra voluntad política», dijo el alto funcionario del Vaticano, «debe guiarse por la conciencia de que o ganamos juntos o perdemos juntos».

El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si habló abiertamente sobre los problemas ambientales y nos invitó a cuidar de nuestra «casa común». Y no ha sido el primer Papa en tener estas preocupaciones.  Al Papa Benedicto XVI se le llamó el «Papa verde» después de que instalara paneles solares en el techo de la Sala de Audiencias Papales Pablo VI.  Todos los católicos deberíamos unirnos, especialmente en este tiempo de Navidad, para seguir las instrucciones de estos papas y responder al cambio climático. Temo que si los líderes políticos no toman medidas radicales para enfrentar el calentamiento global, los jóvenes se radicalicen más en su lucha en defensa de la naturaleza. Cuando los ecologistas se pegan a las obras de arte en los museos de medio mundo para llamar la atención sobre la urgencia de la amenaza, los ignoramos, excepto para criticar sus tácticas. Es probable que esto provoque una acción más radical en el futuro. La violencia rara vez cambia de opinión;  más bien conduce a una reacción más violenta.

La Navidad, por ser un tiempo de ilusión y esperanza de un mundo mejor, debe ser un tiempo de discernimiento y compromiso medioambiental. Como analista social tengo pocas esperanzas en la reacción de nuestra sociedad, pero como creyente debo mantener la ilusión y la esperanza de un futuro mejor. En esta Navidad deberíamos buscar la conversión de los corazones a una conciencia medioambiental. Deberíamos trabajar para que las futuras generaciones experimenten la venida de Cristo y no la catástrofe ambiental que predicen los científicos. A menos que respetemos la creación de Dios, a menos que imitemos el amor de Cristo por la humanidad y su «casa común», continuaremos en el «camino hacia el infierno climático», que dice António Guterres.

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