Diario de León
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AL TRASLUZ. EDUARDO AGUIRRE
León

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Los leoneses tienen una curiosa memoria de sus fríos del pasado. Si te escuchan castañear «¡Hace rasca!» enseguida habrá quien te espete: «Esto no es nada, antes orinábamos carámbanos». Prodigiosas vejigas aquellas, pardiez. Sin duda, antaño no podías ir por Ordoño sin pisar boñiga de mamut, pero esto de ahora tampoco admite el diminutivo. El grajo vuela bajo y eso significa lo que significa. Pues todavía hay quien te suelta: «¿Bajo? Camino de la escuela me anidaban en el zueco». Así no hay manera de decantarse si has de salir de casa con bufanda o en bermudas, más allá de que los semáforos estornudasen en el Viejo Reino más y con mayor estruendo que en este enero. Admítase: hace mucho frío. Si parece que a ratos solea es trampantojo. Quien baje la guardia, catarrazo. Lo afirma uno que sobrevivió al campamento militar en El Ferral. Y en pleno invierno, no como esos finolis que iban en primavera, a broncearse.Aquí vamos a terminar todos tiesos como el flequillo de Trump. Por cierto, en Madrid, donde tampoco están dándole al paipai, una feminista irrumpió con los pechos al aire en la presentación de la estatua de cera del nuevo presidente de Estados Unidos, que tenía lugar en el exterior del museo del que es portavoz el leonés Gonzalo Presa. La activista lo hizo al grito, en inglés, de «coged por las pelotas al patriarcado». Pelín chusco y explícito, pero no más que las palabras que él soltó acerca de por dónde le permitía su poder económico agarrar a las mujeres. Hay fríos y fríos.

Un día de estos Guzmán nos pregunta: «¿Por dónde queda la estación?». Y habrá que decírselo, qué remedio, pues este frío de ahora es el prólogo del que viene detrás, trabuco en mano. Entonces, sí que no será exageración cazurra lo de orinar carámbanos. Incluso, algún iceberg. Cuando me jubile que no cuenten conmigo para jugar a los bolos, salvo que las partidas sean en el pasillo de casa. Cada día en la de uno, claro.

Mi madre vive en Alicante, donde el miércoles nevó. Estamos volviendo a la edad de hielo, y no precisamente en cubitos llevaderos. Los seres humanos hemos contagiado nuestros desvaríos al tiempo climático. Al menos en León nos queda el recurso de desayunar, comer y cenar sopas de ajo.

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