Diario de León
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T odos tenemos algún paraíso gastronómico perdido, una nostalgia de sabores y olores que asociamos a etapas que quedaron atrás en nuestra vida. Desde que en 1994 cerró el bar «Monterrey», refugio de periodistas, cuando la redacción de Diario de León estaba en Lucas de Tuy, he tenido añoranza de aquellas patatas suyas en salsa amarilla, que te ponían de tapa y que también podías pedir como ración. ¡Cuántas exclusivas se fraguaron entre cazuelita y cazuelita, en aquellos tiempos en los que -parafraseando un título de García Márquez- éramos «felices e indocumentados»! No había vuelto a degustarlas. La receta era alto secreto y pertenecía a la madre de la mujer de Abilio, aquel camarero catedrático en amabilidad. Durante años creí extinguido para siempre aquel sabor picantón, tan leonés como El Bernesga. Hasta que leí en el suplemento «Destinos» de este periódico que «La Abacería» las había recuperado. ¡No puede ser! me dije. No descarto el milagro, pero en lo gastronómico necesito catar para creer. Pues doy fe de ello. Allí estaban, amarillas como los Simpson, tan ricas como aquellas otras. Los dueños me confirmaron que la reseña de Cuevas les había traído numerosa clientela, lo que me alegró, pues un periódico además de crear opinión debe abrir el apetito.

Esta pequeña historia tiene ingredientes de gran novelón: receta secreta que podía perderse, devotos nostálgicos de un sabor genuino, hosteleros empecinados en dar con dicha piedra filosofal, y, sobre todo, un final feliz. Al parecer, hace tiempo un miembro de la familia conocedora de la «fórmula» original intentó venderla a precio de lingote metafórico. Lo entiendo. No hubo acuerdo. Ahora, otro bar vuelve a obsequiar como tapa a sus clientes aquellas onzas de oro comestible, que merecieron el sobrenombre de «patatas a la leonesa».

Hace años, intenté dar en mi cocina con este El Dorado. No lo logre, las de Abilio estaban hechas con las materias primas con la que guisamos nuestros sueños. Si bien es cierto que nadie pinta como Van Gogh por cogerle el amarillo, aquí podemos decir que el remake de «La Abacería» es tan bueno como el original. Oro picante. Viejos sab ores, viejos amigos. Todo lo bueno vuelve, salvo -ay- nuestra línea.

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