Diario de León

«Otra bofetada», la que nos dan a diario

Publicado por
Casimiro Bodelón, psicólogo clínico
León

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Los hechos ocurrieron en la Alemania de 1968 (7 de noviembre). Yo vivía por entonces en Barcelona. Se celebraba un acto solemne, presidido por el jefe de Gobierno, Señor K. G. Keisinger, ante un público selecto. En lo mejor del acto, una joven señorita se plantó ante la máxima autoridad presidente y le asestó un solemne bofetón. El nombre de esta insólita (insolente) heroína saltó a la TV y prensa internacional, se llamaba Beate Klarsbeld. Su minuto de gloria e insolencia ahí quedó para la historia de la desvergüenza y la falta de respeto, sin mayores consecuencias.

Un caso parecido, pero de signo contrario, aunque no menos insolente, al que nos estamos acostumbrando y tolerando, también engrosará esta historia barata de la desvergüenza y del abuso de poder; éste ya no es el de una muchacha imbécil, deseosa de publicidad, sino el de un dirigente político arrogante y falaz, (engañoso, falso, fingido, mentiroso, fraudulento, artero, embustero, embaucador: elija Vd. a su gusto y criterio el epíteto que más y mejor le defina), que «abofetea» a diario a su pueblo, viviendo como un pachá, (siendo nosotros los cabezas de turco del pachanguero), a costa y costo de sus gobernados, él con Falcon y coches blindados a su servicio, residencias señoriales con todos los lujos pagados y rodeado de palmeros, que le ríen sus malditas gracias y halagan su ego siempre insatisfecho. Mientras, nosotros, los ciudadanos de a pie, ahogados por los impuestos que el ególatra sin fronteras nos impone. Él, tieso y copudo como un pino piñonero, con sus mandíbulas rígidas de rabia, porque no le hacemos el rendibú deseado.

Para las faltas de respeto no hace falta tener una inteligencia brillante, ni sensibilidad, ni valor. Ninguna de estas tres virtudes o cualidades humanas acompañan a nuestro actual dirigente. Eso sí, le sobra desfachatez y le ampara la pasividad o paciencia de la ciudadanía; pero ésta se está «cabreando» ante tanto descaro y despilfarro, porque cuando uno ya no oye más que mentiras rebozadas u ocultas con palabras grandilocuentes, acaba perdiendo la compostura y ajeno a ideologías que nunca dan de comer y sí producen muchos dolores de cabeza, enristrará su voto poderoso y lo arrojará con enfado dentro de la urna, dispuesto a descabalgarle del Falcon y demás adminículos, mandándole a paseo con viento fresco y los peores deseos.

Cuando llegue este deseado momento, ahí, en la calle y al mismo nivel, sin pistas de aterrizaje protegidas, nos veremos las caras y su crujir de dientes o bruxismo será manifiesto. Yo espero ver pronto esas mandíbulas apretadas y la mirada fija en el suelo, porque los sufridos ciudadanos no somos los culpables de su egoísmo patológico, casi paranoico, no somos responsables de sus emociones desbordadas por el ansia de poder, no somos responsables de sus iras, de sus frustraciones…, y, por lo mismo, ya no podemos aguantarle ni un minuto más al frente del gobierno de este gran país, España, al que usted nunca llama por su nombre, acaso porque lo considera su «Estado». España es de los españoles, de esos que usted abofetea impunemente desde que se instaló con artimañas y mentiras en la Moncloa. Váyase, pues, ¡cáspita! y deje de faltarnos al respeto debido.

Una sociedad donde el respeto hacia arriba y hacia abajo se convierte en una flor mortecina de estío; una sociedad donde el acto inmoral contra la dignidad de los ciudadanos no solo se permite (permisividad y dejación absoluta), sino que se premia al delincuente (okupas); una sociedad en la que la política (el arte de cuidar a los ciudadanos) se prostituye y los gobernantes viven descaradamente de los gobernados, siendo así que en democracia se les elige para nuestro servicio y protección y no para que nos chuleen…, esta sociedad, lo digo muy convencido, camina hacia la ruina y, como dicen con humor en Galicia, «o que mal anda, coxea».

Cojos vamos y por muy mal camino; dejen, pues de maltratarnos o acabaremos tratándoles como se merecen, es decir, les mandaremos con nuestros votos a sus casas donde su bruxismo mandibular y dental será peor y tendrán que pagar de su bolsillo el dentista y el protésico dental. Ahora aún se lo pagamos nosotros, quitándonos el pan de nuestra boca y con peligro de tener que volver al carbón o a los candiles de carburo. ¿Sabe usted, señor presidente, lo que es alumbrarse con un candil de carburo? Pues pregúnteselo a su padre o a su abuelo, yo no me molestaré en dedicarle un minuto de mi tiempo para explicárselo, pues no le debo nada, ni usted se lo merece.

Usted nos ha enfrentado muy peligrosamente, sin consultarnos, con Marruecos y con Argelia; usted nos está haciendo víctimas de sus desvaríos y megalomanías.

Usted nos está endeudando para cuatro generaciones posteriores. ¡Menuda golfería! Prepárese para rendir cuentas; se las vamos a exigir.

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