Diario de León

TRIBUNA

"El papa tendría que imponer su criterio sobre los abusos sexuales y decirles a los obispos qué hacer"

El sociólogo y sacerdote Prisciliano Cordero del Castillo reflexiona sobre la reunión entre Francisco y los presidentes de las conferencias episcopales, la cumbre en la que la Iglesia va a tratar el escándalo de la pederastia

Prisciliano Cordero del Campillo

Prisciliano Cordero del Campillo

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Prisciliano Cordero del Castillo / Sociólogo y sacerdote
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El papa Francisco ha convocado a los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo a una cumbre que tendrá lugar del 21 al 24 de febrero en el Vaticano, para analizar el problema de la pederastia en la Iglesia y para proteger a las víctimas.

Este hecho pone en evidencia que el escándalo es mundial y que la falta de una respuesta adecuada amenaza con socavar la credibilidad de la Iglesia. En esos días, más de 100 presidentes de conferencias episcopales, más una docena de otros participantes, se reunirán en Roma para tratar sobre tres temas principales: responsabilidad, rendición de cuentas y transparencia. En el pasado se decía: «Roma locuta, causa finita», pero en este momento existen serias razones por las que uno puede ser pesimista sobre los resultados de esta reunión.

La primera es la falta de tiempo. Cuatro días es un tiempo demasiado corto para tratar un tema tan complejo. El Vaticano dice que la reunión incluirá «sesiones plenarias, grupos de trabajo, momentos de oración en común, escucha de testimonios, una liturgia penitencial y una celebración eucarística final». Si cada participante habla solo una vez durante cinco minutos en las sesiones plenarias, eso consumirá más de 12 horas, casi la mitad del tiempo de la reunión. Además hay que sumar los discursos del papa, los testimonios de las víctimas y las intervenciones de los expertos, así como el tiempo para las discusiones en pequeños grupos, la oración y la redacción del informe final. Cuatro días no dan para tanto. La mayoría de las reuniones importantes de obispos en Roma, como el sínodo de obispos sobre los jóvenes, celebrado el octubre pasado, duran al menos un mes. Incluso así, los padres sinodales siempre se quejan del poco tiempo disponible para preparar y aprobar los informes finales. Pensar que la reunión de febrero puede lograr importantes resultados en tan poco tiempo no está respaldado por el modo de hacer las cosas en el Vaticano.

La segunda, la s expectativas para esta reunión son tan altas que será muy difícil satisfacerlas . Cualquier reunión convocada por el papa aumenta las expectativas, pero esta aborda un tema tan grave y con tantos implicados, que son muchos los que esperan respuestas concretas y valientes en relación con los abusadores, los encubridores y las victimas.

En tercer lugar, está la pluralidad de culturas. Una de las fortalezas de esta reunión es que incluye obispos de todo el mundo. Pero las culturas y los sistemas legales de los participantes varían enormemente, lo que dificultará el acuerdo final sobre políticas y procedimientos a seguir. Muchos obispos del tercer mundo no creen que el abuso sexual de menores sea un problema en sus países . Lo ven como un problema del primer mundo. Esto sucede en parte porque muchos obispos del sur no conocen el alcance del problema, y porque en sus culturas tradicionales las víctimas de abuso son incapaces de denunciar los abusos ante la iglesia o las autoridades civiles. Muchos obispos niegan el problema; lo tratan como un pecado, no como un crimen ; no escuchan a las víctimas. Es muy importante que los obispos estén convencidos de que el problema es real si no quieren repetir los errores de los obispos estadounidenses.

La cuarta razón sería la falta de preparación para la reunión. Cuando el papa llama a un sínodo de obispos, hay un largo y complicado proceso de preparación que puede durar un par de años. Se consulta a las conferencias de los obispos; se distribuyen preguntas de discusión; con el resultado de estas consultas se redacta un documento que se distribuye entre los participantes. También hay una oficina en Roma que se encarga de organizar el sínodo. Pero esta reunión fue anunciada por el papa en septiembre pasado, y el comité creado para organizarlo no se designó hasta fines de noviembre. La primera comunicación del comité con los participantes de la reunión fue a mediados de diciembre y se les dio de plazo hasta el 15 de enero para enviar su respuesta a un cuestionario adjunto con la citación.

Sin embargo, hay aspectos muy positivos de esta reunión: el interés del papa por abordar el problema y darle una solución; la invitación a los obispos participantes a que se reúnan con las víctimas de abusos antes de venir a Roma; y la categoría humana y profesional de los componentes del comité preparatorio, entre los que se encuentran el arzobispo Charles Scicluna de Malta y el sacerdote jesuita Hans Zollner, presidente del Centro para la Protección de Menores en la Universidad Gregoriana. Scicluna y Zollner son expertos reconocidos en la crisis de abuso sexual en la Iglesia y tienen credibilidad tanto entre las víctimas como entre los medios de comunicación.

Con todo, la reunión posiblemente fracasará porque, para tener éxito, el papa Francisco tendría que imponer su criterio y simplemente decirles a los obispos qué hacer, en lugar de consultarles. Tendría que presentar una solución a la crisis y decirles que se vayan a casa y la cumplan. Pero él no hará eso, pues tiene un gran respeto por la colegialidad y cree que no debe actuar como un monarca absoluto. En su primer sínodo de obispos, animó a los participantes a hablar con audacia y no tener miedo de estar en desacuerdo con él. Por eso, el papa buscará la discusión y la creación de consenso. Pero esto lleva mucho tiempo y muchas personas, especialmente las víctimas y los medios de comunicación, están impacientes esperando políticas y procedimientos concretos que protejan a los niños y responsabilicen a los agresores y a los encubridores.

Espero y deseo equivocarme al ser tan pesimista; pero, como analista social, suelo ser pesimista cuando miro a la iglesia y a la sociedad. Como sacerdote, tengo que tener esperanza, pero como sociólogo he de reflejar objetivamente la realidad que nos rodea. El papa Francisco puede lograr el milagro, pero me temo que cuando termine la reunión, las conclusiones solo serán un pequeño paso hacia adelante en un esfuerzo por solucionar un problema que viene de años y que necesitará años para su solución.

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