Diario de León

Parques eólicos, despoblación y empleo

Publicado por
Eloy Bécares Mantecón | Área de Ecología ULE
León

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El cambio de Gobierno y las crecientes ayudas desde Europa han provocado la esperada reactivación de las energías renovables. Centenares de proyectos, hasta ahora detenidos por los impuestos de castigo a estas energías, han salido del cajón o están siendo desarrollados. Algunos de estos proyectos, basados en la instalación de parques eólicos, han mirado hacia la montaña central leonesa, y seguro que muchos más estarán haciendo lo mismo, lo que preocupa a un sector de la población.

El problema no es la energía eólica, ni la instalación de aerogeneradores, el problema es la forma en la que se están realizando estos proyectos, basados en parques eólicos de grandes dimensiones y en zonas en las que el impacto visual y ambiental es alto. No es un modelo descentralizado en el que los municipios son responsables de la generación de la energía que necesitan, sino un modelo industrial en el que las grandes empresas buscan el enriquecimiento a costa de un recurso público: el espacio y el paisaje, ofreciendo migajas a los ayuntamientos como compensación.

La mayoría de las empresas coinciden en invocar dos grandes mantras para apoyar sus iniciativas: los parques eólicos evitan la despoblación y crean empleo. Pero, ¿Es esto cierto? ¿Supone la instalación de un parque eólico un impulso económico y demográfico para la comarca? La revisión de los estudios realizados en Cataluña por el profesor Sergi Saladie, o en Galicia por Damian Copena y el profesor de la Universidad de León David Perez Neira, entre otros, además de estudios en Europa y USA, indican que estos mantras no son ciertos.

En Tarragona, las zonas en las que se han creado parques eólicos se despueblan a la misma velocidad que las demás, con algún caso en el que la despoblación ha sido más acentuada. Pero no hace falta irse tan lejos, la comarca de los Montes Torozos en Valladolid también lo evidencia. Parece claro que la instalación de molinos no influye en absoluto en las tendencias demográficas, las comarcas siguen perdiendo o ganando población independientemente de que existan parques eólicos. Lo que demuestra que son otras actividades las que realmente fijan población.

Otra proclama es la creación de empleo, pero los datos evidencian que tampoco es del todo cierto. El empleo se crearía, potencialmente, en la fase de construcción, porque el resto del tiempo la actividad aerogeneradora repercute, solo, en un 0,3% de la población ocupada de la zona. Un efecto despreciable frente a las pérdidas potenciales que pueden suponer estos parques para otras actividades como el turismo rural. Lo que sí es cierto es que los ayuntamientos reciben financiación a costa de los impuestos municipales que gravan a estos proyectos, y que esta financiación, bien gestionada, puede dar lugar a iniciativas municipales que generen empleo. Pero dicha financiación son auténticas migajas en comparación con los beneficios generados por las empresas. En Cataluña solo revierte en la zona el 3,4% de esos beneficios, frente al 25% a que obliga Dinamarca o el 34% de Francia.

Dejando aparte los impactos sobre la conservación, los aerogeneradores tienen, entre otros, el grave inconveniente de su impacto visual y sonoro. Los estudios demuestran que los parques eólicos suponen pérdidas de bienestar a los usuarios locales, pero también a los visitantes. Las propiedades próximas a parques eólicos pierden valor por el impacto visual y sonoro (un 35% según estudios). Existen varios ejemplos en los que se ha rechazado la instalación de estos proyectos por su efecto negativo en el turismo rural, y el 43% de los británicos preferirían no visitar zonas en las que haya parques eólicos, en lo que se ha llamado el «yes, but not in my trekking trail». Hasta los grandes devoradores de energía como los norteamericanos han rechazado, en California, la instalación de molinos por su impacto sobre el paisaje. Por poner un ejemplo más cercano que sirva de reflexión ¿Aumentarían las visitas al pico Correcillas si estuviese rodeado de visibles molinos de viento y de sus centelleantes luces rojas durante la noche?

El paisaje es un factor determinante de la calidad de vida y un elemento de desarrollo socioeconómico para los pueblos. El paisaje forma parte de la identidad territorial y está íntimamente asociado a la cultura y a la región. Los parques eólicos de la montaña están en claro conflicto con estos valores. Se corre el riesgo, por tanto, que en las zonas de montaña en las que se sitúen estos proyectos, no solo no les suponga un claro beneficio laboral, sino que la pérdida de calidad de su paisaje acentúe la despoblación y la pérdida de valor de sus propiedades por el descenso de turistas y visitantes. Las empresas del sector tienden a buscar zonas donde se repiten los mismos patrones, comarcas envejecidas, poco pobladas, con rentas bajas, poca resistencia y cuyos escasos habitantes aceptarán cualquier propuesta pensando que es lo mejor.

Insisto, el problema no es la energía eólica, sino la implantación de un modelo en el que la ciudad demanda cada vez más energía y le pide al mundo rural, y a los espacios naturales, que se la abastezcan, y ello a costa de sumergir sus valles, tapizar sus campos con placas solares o coronar sus montes con molinos. León lleva pagando desde hace décadas su precio a las renovables y solicito al lector que se pregunte si los embalses han contribuido al enriquecimiento de esos valles, o a fijar sus poblaciones. No solo no deben instalarse parques eólicos en zonas donde habitan especies protegidas como el oso, urogallo o avutardas, como ya ha ocurrido, tampoco deberían instalarse en zonas en las que el paisaje es un recurso. Es un problema de ordenación del territorio, y puede que el desarrollo económico de la montaña poco tenga que ver con la instalación de estos parques, por mucho que lo demande la codicia empresarial o los desmedidos consumidores urbanitas.

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