Diario de León
Publicado por
Arturo Pereira
León

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Las cosas realmente importantes de la vida son difíciles de concretar con palabras. Creo que es debido a su intangibilidad y a que se sienten más que se perciben. Una de ellas es la patria. Claro que existen muchas definiciones y cada uno probablemente tengamos un concepto de ella. Pero, nunca se ha podido acotar de forma definitiva su esencia. La patria ha sido utilizada con fines no declarados, manipulada, atacada, pero también ha sido amada, defendida hasta la muerte y constituida en baluarte frente a agresiones que amenazan aquello que más queremos. Para entender lo que significa la patria debemos trascender una visión limitada a los conflictos que se han desencadenado en su nombre. Más allá de una organización política de la nación con base en un determinado territorio, la patria representa aquello que somos como individuos organizados en comunidad bajo unos valores que históricamente nos han aglutinado en un destino común.

Es algo más que un Estado, es un vínculo de hermandad entre aquellos que han compartido a lo largo de los siglos logros y fracasos pero los han compartido conscientes de que todos eran una unidad. Esa unidad, en el caso de España siempre ha sido diversidad porque nuestras raíces son muy diferentes y ricas. España tuvo un parto difícil, surgió de la lucha frente a la ocupación extranjera, ocupación que dejó su impronta en nuestra cultura y por lo tanto en nuestra forma de vivir. Nuestros ancestros nos aportan una riqueza que bien gestionada es fuente de creatividad e iniciativa, pero que mal entendida es fruto de discordia y segregación. Atacar a España como patria común de los que han formado parte de ella durante más de quinientos años, es atacar la diversidad, la libertad, riqueza y sacrificio de los que han sostenido, en muchos casos con sus vidas, lo que hemos representado para el mundo.

Quizás muchos no lo recuerden, otros ni siquiera lo hayan llegado a saber, pero nuestra patria es universal, lo fue cuando la palabra España era conocida en todo el mundo, cuando muchos incluso todavía dudaban que este fuera redondo. Y sigue siendo universal porque España, mi patria, acoge a todo aquel que quiera compartir de buena fe su destino sin importar raza, religión, e incluso si eres tonto, o no, porque somos un pueblo que también conocemos la caridad y el perdón. Atacar a la patria actualmente supone atacar a cada una de las personas de bien que quieren lo mejor para ellos y sus familias, que quieren seguir progresando en paz, que quieren entenderse con el diferente, que no rechazan al extranjero y que apuestan por una Europa más unida y fuerte.

Ser patriota, no es un demérito, no es exclusivo de ninguna opción política, es cuestión de mirar al futuro con la mente abierta pero asentado firmemente en nuestras raíces y pasado. Yo no me envuelvo en mi bandera para excluir a nadie ni a ninguna idea que sirva para mejorar una patria en estos momentos doliente. Es un acto que brota del instinto de identidad y conservación. Es importante reconocer y valorar nuestros símbolos.

Digo doliente porque estamos de luto por todos los que se han quedado en el camino consecuencia de una pandemia cruel. Lamentamos todo fallecimiento, pero inevitablemente más el de los más allegados. Estos allegados, son mis amigos, vecinos, compatriotas; es inevitable. La bandera española tiene un origen identitario, por supuesto, pero también práctico, de que todo el mundo supiera que el barco en el que ondeara representaba una nación que daba acogía a todo el que estuviera en apuros en el mar. En un momento el que la piratería, los desmanes y abusos eran la ley del mar, algo bueno dice de nosotros. Intentar romper la patria poniendo nuevas fronteras idiomáticas, planteando agravios económicos y culturas identitarias excluyentes, es un acto ajeno a la racionalidad, que solo puede responder a intereses no declarados y encubiertos bajo pretextos de adhesión a una patria chica y xenófoba. Yo opto por mi patria, por la unión, el respeto, el orden, progreso y fraternidad, frente a los intransigentes que pretenden devolvernos a una sociedad de pequeños señoríos medievales.

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