Diario de León
Publicado por
Matías González | Sociólogo
León

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Los humanos conviven con la raza canina, por mutua conveniencia, desde la edad de las cavernas. Aprendimos a ajustarnos con los canes muy pronto y a cambio de prestarnos sus servicios, protección, caza, guarda, les garantizamos el sustento. Era un trato muy inteligente y ha funcionado si interrupción por miles de años. La estampa clásica de las comunidades antiguas era la de una cuadrilla de perros vagabundeando por las calles y otros tantos salvaguardando las propiedades de sus amos.


Inútilmente se refrendan en las comunidades las apelaciones a los propietarios para que mantengan a sus mascotas sin perturbar     el derecho al silencio del vecindario

El mundo moderno ha alterado grandemente este convenio ancestral. En los residenciales de ahora están proliferando el perrerío por otros motivos que los antedichos. Es el temor a la soledad lo que lleva a millones de personas a buscar en el perro un remedio a sus carencias. En las casas sin niños se remedia su ausencia con la presencia del perro, porque aporta algunos de los funciones propias de los niños y supone un compromiso mucho menor por sus dueños.

Algo debe ocurrir en esas casas sin niños —y con perros— que hace que lo que durante miles de años fue usanza que no alteraba la convivencia ahora esté convirtiéndose en un problema. Y es que parece que las personas que carecen del impulso genético que lleva a asumir la crianza de unos hijos, carecen también de los recursos necesarios para mantener perros. Estos, como los niños, exigen unas atenciones que al parecer sus propietarios quieren olvidar. Y eso genera las protestas de sus mascotas, en forma que saben, los ladridos. Y los ladridos de perro como todas las emisiones de sonidos, son fuente de malestar para el vecindario.

Inútilmente se refrendan en las ordenanzas de las comunidades de vecinos las apelaciones a los propietarios de perros para que mantengan a sus mascotas sin perturbar el derecho al silencio del vecindario porque las ordenanzas de la policía local para hacerlas cumplir son penosamente insuficientes. Es la educación natural de los aludidos, su civismo básico, la horma que debiera de obligarles a emplear los medios para respetar ese derecho de sus vecinos. Pero sabemos, ah, que en esta España en descomposición, con una justicia absurda, una policía inerme y una ciudadanía anémica, el elemental civismo es la asignatura pendiente

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