Diario de León

Personas sobresalientes en una sociedad mediocre

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Leía con placer, hace unos días, en el XLSemanal la entrevista que se le hacía a Robert O’Neill y me impresionó su sinceridad y su sencillez a la hora de desnudar sus sentimientos: «Las personas sobresalientes, afirmaba él, no son más que gente normal que decide salir de su zona de confort. La mayoría prefiere seguir siendo mediocre y no arriesgar». Con anterioridad, ( XLSemanal 1710), Carmen Posadas, con sutileza y finura, nos alertaba sobre la irresistible ascensión y peligrosidad del Homo mediocris .

A mi edad y perteneciendo a dos colectivos importantes, uno, la comunidad cristiana y el otro, mi país, ambos con peso e influencia en la vida de cada persona, llego a preguntarme si la pertenencia a tales comunidades no me obliga a mí y a toda persona inquieta, con mentalidades ciertamente muy diversas y dispares, a replantear nuestra responsabilidad, para impedir que la mediocridad se generalice como forma de conducta en todos los ámbitos en los que nos movemos. La falta de compromiso humano, la ausencia de compromiso altruista, el silencio ante la chabacanería diaria exhibida en varios ministerios del Gobierno nacional, implementada frecuentemente en el llamado «Parlamento»; el silencio ante la bazofia televisiva donde tienen voz y altavoz multitud de gañanes sin pudor ni cultura básica; la falta de respeto a los mayores en la familia, a los maestros y maestras en las escuelas, institutos y colegios; los botellones de universitarios, vacíos de lectura y llenos de alcohol hasta la vomitona; el lenguaje barriobajero de chicos y chicas (adolescentes y jóvenes), antaño impensable e intolerable en nuestra sociedad… Todo esto, que hoy se considera «progre» y que no deja de ser «regre», porque nos degrada, nos empobrece y envilece a todos como personas y como sujetos sociales, todo esto y más, absolutamente impensable hace cuarenta años, hoy, entre nosotros es moneda corriente, porque nos hemos callado y por desidia hemos dejado que suceda.

Lo peligroso de las responsabilidades y compromisos masivamente olvidados es que, poco a poco y sin darnos cuenta, la masa social se convierte en una entidad pasiva, mediocre y anodina, tanto en sus respuestas al compromiso religioso como en sus plurales conductas cívicas. Esa pasividad egoísta crea una masa de parásitos, muy exigentes a la hora de pedir servicios y cuidados, sin sentir la menor obligación de colaborar y participar dentro del colectivo social al que pertenece. Este fenómeno pondrá ante nuestros ojos la imagen aterradora de una sociedad triste, anárquica, zafia y grosera; una sociedad carente de finura y buen gusto; en pocas palabras, una sociedad, sin valores, desilusionada y envejecida (en el peor sentido del término), incapaz de ofrecer alegría y optimismo, está herida de muerte.

Nadie debería olvidar que la pasividad egoísta y la tristeza vital resultan mortíferas para la salud física y psíquica de las personas y de todos los seres vivos en general. Solemos decir de una planta con las hojas mustias o caídas, que está triste y enferma. Ya la inquieta andariega de Ávila y el propio S. Juan Bosco repetían frecuentemente: «Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía».

Claro que la verdadera alegría no se consigue con el barullo de los botellones juveniles. Pero esto no parece preocupar mucho a nuestros dirigentes políticos, que con manga ancha y tragaderas barriobajunas siguen considerando y tolerando dichas orgías, con el criterio (erróneo) de que son cosas de juventud. ¿Saben estos dirigentes descerebrados (políticos o religiosos) que el alcohol no es un euforizante, sino un anestésico? Pues si lo saben y no conocen las consecuencias, hemos de hacerles responsables de matar (suavemente) a nuestros adolescentes y jóvenes, es decir, a nuestros futuros adultos. En una palabra, tamaña irresponsabilidad degrada la vida de las personas. Degradar es sinónimo de «bajar peldaños», es decir, lo contrario de progresar. Los anestésicos, sean químicos o religiosos (que los hay), solo tienen utilidad clínica, cuando son usados por expertos bien formados, en situaciones muy concretas, bajo un estricto control y siempre en beneficio del paciente; dejados en manos de personas ignorantes (políticos o religiosos), suelen acarrear consecuencias fatales. Yo me atrevo a decir que mantener a personas y a colectivos enteros anestesiados de por vida, es un delito sutil y sibilino, que no se denuncia, pero realmente existe.

Aclaro para los extrañados, (¿escandalizados?), que existen anestésicos de las conciencias. No duden que en el mundo de las creencias hay miles de personas con una conciencia claramente anestesiada, y con escasas posibilidades de plantearse de forma crítica una vivencia sana del sentido religioso. Desde muy niño y luego como adulto, tengo el convencimiento de la poca atención prestada en la comunidad católica a la formación de las conciencias. El clericalismo ha abusado, consciente o inconscientemente, de su poder para convertir a la masa de fieles en sumisos seguidores de sus prédicas, tantas veces anodinas, a veces amenazantes, cuando su obligación de formar e informar en las catequesis la han transferido a manos de buenas personas, pero mayoritariamente poco formadas. Tal desidia, en nuestro país, suele ocultarse mediante la polémica de las clases de religión en la escuela; ésta nunca debería ser un lugar de catequesis; por el contrario, en el currículo académico/escolar sí debería estudiarse y explicarse con seriedad el hecho religioso desde sus plurales vertientes. Haber creído que las clases de religión colegiales suplen la verdadera formación catequética, propia de la parroquia, la sinagoga o mezquita, libera a los «pastores» de su función primigenia, con las nocivas consecuencias de sembrar un analfabetismo religioso en el colectivo de fieles. La irresponsable inoperancia de ciertos pastores les ha convertido en unos seres extraños dentro de la comunidad, tan extraños que se prescinde de ellos, porque ni se sabe para qué están o cuál es su utilidad en una sociedad laica y culta.

Si somos sinceros, aunque duela decirlo, nuestro país sufre una gravísima carencia de cultura y formación religiosa. La España actual es, para mí, un país religiosamente inculto. Un país ritualista, de misa y rosario ocasional, folclórico, pero sin fe comprometida y coherencia racional, lo cual conlleva una cierta anestesia espiritual y una falta de reflexión sobre el qué, el porqué y el para qué del hecho y del sentimiento religioso, que, de forma más o menos profunda, hay dentro de cada adulto. Yo percibo una ceguera o un letargo, que desertiza las conciencias de las masas antaño «¿practicantes?» y hoy desnortadas. Todo muy poco atractivo, tanto para jóvenes como para adultos pensantes del mundo actual. Los seres irracionales se asocian y comparten instintivamente, por supervivencia; pero los racionales, usando la inteligencia superior de la que disponemos, tenemos la obligación ineludible de contribuir a mejorar la propia vida y la de cuantos nos rodean. No podemos usar nuestras capacidades para convertirnos en irresponsables depredadores de los más débiles o de cuanto está en la naturaleza puesto para nuestro servicio, utilidad y crecimiento.

La sociedad civil que olvida la obligación de adultos y dirigentes de educar a los retoños en los valores del altruismo generoso, del respeto y cuidado de cuanto y cuantos la formamos, es una sociedad condenada a la depauperación progresiva y a su degradación. Estudiemos las especies vegetales y animales que no han sido capaces de evolucionar y progresar: han desaparecido. La vida es evolución, cambio y transformación. Todo lo material y lo humano rueda en ciclos; nada en este mundo permanece inmóvil. Las leyes físicas transforman la materia y la energía. El cambio climático, tan cacareado y utilizado de forma torticera por más de un tramposo, es algo que se ha producido desde los orígenes, amén de que también la mano del hombre puede orientarlo y encauzarlo positivamente o empeorarlo, llevándolo a la catástrofe. Los seres humanos, colocados en la cúspide de la pirámide somos materia, energía y fuerza superior. A esta se le han dado muchos nombres, unos con mayor acierto que otros; pero cuando algunos se empeñan en negar esta energía e inteligencia superior, reduciendo a los humanos a simples simios, más o menos evolucionados, todos salimos perdiendo.

Y me preguntará algún lector: ¿a dónde nos quieres llevar? Respondo. Quiero hacer una llamada a la reflexión para despertar y sacar de la mediocridad actual a la gran masa social. Necesitamos todos recuperar la ilusión y el respeto por la vida en comunidad, dejando de ser rebaño ovejuno, que espera milagros del cielo, cuando el verdadero milagro es que todos usemos la cabeza para pensar y decidir. ¡Rebelión en la granja!

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