Diario de León
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PANORAMA DIEGO CARCEDO
León

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N adie como los jubilados es tan sensible a la inquietud que crea su futuro. La salud es lo primero entre sus preocupaciones pero enseguida aparecen en sus pesadillas la suerte que correrán sus pensiones. Los pensionistas son la parte más indefensa de la sociedad, muchas veces no tienen familiares que les protejan ni les quedan recursos profesionales, incluida la emigración a países con mejores posibilidades de trabajo, para ganarse la vida. Por eso en casi todos los países modernizados la política no sólo considera prioritario asegurar el pago de las pensiones que los Estados tienen asumido sino también procurar que sus beneficiarios puedan disfrutarlas con tranquilidad.

Pero en España ya sabemos que es diferente en muchas cosas y este asunto últimamente no es una excepción. De un tiempo a esta parte raro es el día en que los pensionistas no se llevan un susto capaz de mantenerles en vela por la noche. Hace tiempo los partidos establecieron el Pacto de Toledo para poner fin a estos sobresaltos, pero aquello tal parece que pasó a la historia y hoy las dudas sobre este derecho, que debería ser sagrado, no paran de crecer y multiplicarse. Para empezar se olvida que las pensiones no son graciosas: son un derecho.

Las dificultades que la crisis, la caída del empleo y la volatilidad del contrato precario es evidente que impiden que el sistema se financie con normalidad y que para paliar el problema el Gobierno ha tenido que echar mano de la hucha que generaciones anteriores han dejado rellena. El problema es grave, no cabe duda, tan grave como la incapacidad y la falta de voluntad que los políticos, enfrascados en sus asuntos particulares, demuestran para buscarle soluciones antes de que sea demasiado tarde. Pero esta situación no es ya lo único que altera la tranquilidad que los pensionistas merecen.

Para empezar, no deja de ser ridículo, si es que no se quiere recurrir a otros calificativos, esa pantomima repetida ya por no sé qué cuentos consistente en que las pensiones aumenten un 0,25%, algo que le sirve al poder para presumir que las mantiene en alza cuando el aumento del coste de la vida está siendo bastante más elevado. Aumentar una pensión en unos céntimos, lejos de crear una sensación de mejora a sus perceptores, lo que consigue es que muchos lo vean como una limosna que se echa al pasar ante un mendigo sentado en una acera. Pero los motivos de inquietud para los millones de pensionistas no acaban con este panorama tan poco optimista. Ahora se anuncia que se estudia —mal indicio— un aumento del copago farmacéutico. Es un proyecto alarmante porque no afecta sólo a una de las preocupaciones de los pensionistas, a su poder adquisitivo, sino también a la otra preocupación, a su salud. Para empezar, ya está alterando su sueño.

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