Diario de León
León

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Se ha echado Ramiro Pinto a la calle para ver si nos convence de que el hambre debe ser una herramienta de lucha, como si los dos últimos siglos de historia no sirvieran para dar cuenta de que lo único que se consigue con el estómago vacío es agrandar las ganas de parecerse a los que han comido. El activista se convirtió en un símbolo en los años ochenta subido a los tejados de Riaño, en los que hizo de vigia para avisar de la ensalada de ostias que repartiría la Guardia Civil a los que sólo querían que no les sepultaran sus casas bajo una losa de 625 hectómetros cúbicos de agua, y ahora, con otra decena larga de batallas perdidas, mata de vergüenza a los vecinos de la capital con su ayuno, sus carteles rociados de mensajes de apoyo y su taburete a la puerta de la delegación de Hacienda, donde cualquier día cruza uno de los funcionarios a ver si tiene los recibos del dentista para desgravar y que le salga la declaración a devolver. Una presencia insobornable con la que, después de que le hayan retirado la ayuda por desempleo, quiere reclamar a la administración que todos los parados tengan prestaciones; vamos, como los ex presidentes del Gobierno, los diputados con dos legislaturas o los ex ministros a los que hacen de pantalla los consejos de administración de las grandes empresas.

La lucha de Ramiro Pinto nos rescata a los demás del tedio de una crisis en la que uno lee más cuando va por la acera, plagada de carteles en los que se reclama una limosna con frases que para sí hubiera querido Camus, que si se tira toda la tarde en la biblioteca de Santa Nonia, pero que no nos mueve del sillón a menos que nos toquen la extra o, puestos a llegar al límite, nos cierren el bar. En este ambiente de autocomplacencia convivimos a diario, mientras se suceden los ERE de las empresas que luego reparten dividendos y, en el recibidor de los bancos, los ciudadanos, como un guaje de Carrizo esta semana en Ceiss —el artista antes conocido como Caja España—, reclaman que se les admita la dación en pago, que ya les ha sangrado bastante con dejarles en la calle.

Al escenario se sube una vez más Ramiro Pinto, armado con su personaje de agitador social, para afrontar el verano en huelga de hambre en la calle con esa generosidad que tienen los gordos para dar más sombra a los demás. Como se canse un día de perder y se guarde vamos a quedar todos al descubierto.

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