Diario de León
Publicado por
Aurora Díez Díez
León

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Vivimos momentos en los que es muy habitual usar las palabras de un modo inadecuado, quiero decir, que se manipula con el uso malintencionado del lenguaje, parece la nueva manera de mentir. Cada palabra tiene y contiene un campo de significado que no se está respetando. Esta perversión, al principio, parecía para la publicidad, pero se ha extendido en el lenguaje informativo y también en el político, sanitario, educativo y religioso.

La palabra plenitud, no es usual en cualquier vocabulario, pero también la he visto, en mal uso.

Ese campo de significado de cada palabra, corresponde a diferentes niveles, puede referirse a nuestro físico, al emocional, al mental y también al espiritual, al estrictamente interior, de nuestro ser, de lo que realmente somos y que se expresa en todos los demás niveles.

La plenitud expresa un estado de este último nivel, del interior y por eso, es más difícil acotar ese campo, es personal, único y al trasferirlo, uno se da cuenta que las palabras se quedan pequeñas para trasmitir ciertas experiencias, aunque los místicos lo lograron, aún con un lenguaje del siglo de oro.

En la Biblia se ha empleado esta palabra como la cualidad de estar lleno, completo, terminado.

Me gustaría clarificar que no es una palabra asociada a ninguna religión, sino que tiene que ver con un estado interior y por lo tanto, difícil de expresar con palabras. Sólo debemos tomar la palabra como una aproximación a la vivencia.

Estudiando las descripciones de Juan de la Cruz, sobre su vivencia con la luz interior, podemos sentir que le colmaba plenamente. Así dice:

«Sin más luz ni guía que en la que mi corazón ardía.

aquesta me alumbraba, más cierto, que la luz del medio día».

Esta experiencia de la luz interior, en Juan, expresa ausencia de carencias y experiencia de completud, pero de un nivel muy profundo y alcanza todo el ser.

Teresa de Jesús, en sus escritos, ha expresado diferentes vivencias que experimentó en lo que ella llama «el castillo interior».

Desde mi sentir, cuando se ha interiorizado la conciencia de filiación, esa pertenencia a La Fuente Amor, genera una fe, una confianza y una apertura de corazón, que es el marco donde se da la vivencia de unidad, que regala la plenitud como fruto.

Sentir la vibración del ser, lleva a más apertura, más apertura, lleva a más recibir, más recibir lleva a más confianza, más confianza lleva a más recibir. En este proceso se vive un ser, no sólo conectado al Origen, sino tomado por la ¡fuente! progresivamente, con indescriptible gozo, hasta llegar a sentir que no hay dos, solo hay Uno.

Como es de esperar salir de esta experiencia, conlleva dificultad. Uno continuaría así indefinidamente. Así lo describió el psicólogo

Antonio Blay narrando alguna de estas vivencias,

En el evangelio Corintios 2:9 se dice: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entendimiento humano puede comprender la gloria que nuestro Padre tiene preparada para sus hijos.

El gozo va asociado al agradecimiento. Mi gratitud es profunda y en expansión.

¡Gratitud, Padre!

¡Gratitud, Madre!

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