Diario de León

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La confirmación de una noticia comienza por un desmentido. Lo anunciaron los supervisores y lo negaron los responsables bancarios, sin embargo, es realidad la fusión entre CaixaBank y Bankia. Su anuncio fue el pistoletazo de salida de nuevos procesos de concentración bancaria en el sistema financiero español. Ahora todo son quinielas y apuestas sobre otras posibles uniones entre diferentes bancos, cada uno, hasta hoy, con sus respectivas estrategias de negocio. Con las negociaciones entre Unicaja y Liberbank por un lado, la fallida, de momento, entre el BBVA y Sabadell por otro, e informes que aconsejan la fusión de Santander y Sabadell como mejor opción, serían tres fusiones realizadas en España en la que denominamos tercera fase. Hay que mover ficha, según algunos analistas financieros. Sin embargo, las prisas nunca fueron buenas; menos aun cuando hay dinero de por medio. «El baile ya ha empezado y ya no va a parar» (J.R. Iturriaga). «El mercado da por hecho que los ‘casamientos’ no han terminado y en 2021 se verán nuevas operaciones» (D. Cabrera).

La boda entre CaixaBank y Bankia es, como cuando los padres acordaban casar a sus hijos, una boda de conveniencia y no una boda por amor entre los contrayentes. La unión de las dos entidades es «una operación que despide un cierto aroma a otra de triste recuerdo: el matrimonio entre Caja Madrid y Bancaja o la historia de dos bancos malos que no hicieron uno bueno» (J. Cacho). Lo mismo que ocurrió en Castilla y León con la fusión protagonizada entre Caja España y Caja Duero, con final bien conocido. Además, la fusión entre las antiguas cajas de ahorros catalana y madrileña se ha hecho con las bendiciones de un Gobierno autodenominado progresista que prometió «no dejar a nadie atrás» —se calcula que habrá entre 10.000 y 12.000 empleados despedidos—, lo que dará lugar a una de las mayores reducciones de plantilla de la historia de la banca española. «Sólo un Gobierno de izquierdas podía autorizar la fusión de CaixaBank y Bankia sin exponerse a una devastadora tormenta política… Piense por un momento el lector en lo que habría pasado de haberse atrevido un Gobierno del PP a privatizar un banco» (I. Camacho).

Con estos movimientos, y cuantos sucedan próximamente, el sistema financiero español quedará reducido a una mínima expresión y en manos de los capitalistas de toda la vida. Con las nuevas fusiones se descubre que «la izquierda caniche que nos gobierna no se dispone a instaurar una ‘dictadura bolivariana’… sino a favorecer un reinado plutocrático, acumulando la riqueza en unas pocas manos» (J.M. de Prada), sin embargo al «Gobierno COBILIN —COmunistas, BILduetarras e INdependentistas—» (A. Piedra) poco parece importarle, prefiriendo asumir las recomendaciones del Banco Central Europeo que no cesa de insistir en continuar con las concentraciones bancarias, cuyas consecuencias las soportarán empleados y clientes. Los empleados porque pierden sus puestos de trabajo y terminan en el paro, y los clientes porque se les incrementan las comisiones. «La fusión entre CaixaBank y Bankia, enésimo autoengaño de unas élites parasitarias que, como ladrones de guante blanco, pasarán la factura a una ciudadanía aletargada, asqueada, dócil, empobrecida. Para ello cuentan con la colaboración inestimable del gobierno de turno» (J. Laborda).

La fusión entre las antiguas cajas de ahorros catalana y madrileña se ha hecho con las bendiciones de un Gobierno que prometió «no dejar a nadie atrás» —se calcula que habrá entre 10.000 y 12.000 empleados despedidos—

No hay duda de que la forma de hacer banca está cambiando —sucede desde hace unos años—, pero era impensable que pudiera practicarse hasta el extremo de perder su propia naturaleza y devaluar la atención tradicional y personalizada, justificándolas en la digitalización, como viene haciéndose para encubrir cierres de oficinas y despidos de trabajadores. Situación que conduce a una pérdida gradual de principios y valores que parecían inmutables, y que, sin embargo, ahora, se acomodan a intereses bastardos.

Los supervisores son los primeros que están recomendando estas operaciones de integración de unas entidades en otras llamándolas eufemísticamente reestructuración bancaria y ocultando los verdaderos problemas cuya solución sería devolver la actividad financiera a su naturaleza real, la de intermediar el dinero a través de buenas prácticas bancarias. Volver al modelo tradicional de negocio donde el margen de intereses era su principal fuente de ingresos, y evitar burbujas de activos indebidamente gestionados. «La mala fijación de márgenes en los préstamos… tiene su origen en una de las mayores disfunciones del sector bancario español: el uso como referencia del Euribor, un mercado casi virtual; a los promotores de la idea habría que devolverlos al colegio. Al principio lo compensaron con volumen…; tras eso, optan por fusiones, ‘tecnología’ y duros ajustes sobre la red y los ahorristas, destruyendo negocio, mientras los clientes hacen largas colas, los empleados se mueren de estrés y los deudores de risa» (L. Riestra).

Sabemos quienes pierden en las reestructuraciones de las entidades financieras. También quienes ganan. Los que se reúnen con el ‘pijoprogre’ de La Moncloa en la Casa de América en Madrid. Los plutócratas que disponen de un copioso ‘escudo vip’ y forman parte del escogido club de los pudientes. Los que disfrutan de elevados, vergonzosos e inmorales salarios. Los que se sitúan en primera línea para no quedarse atrás. Los mismos que serán beneficiarios de los Presupuestos Generales de Estado para salir aún más fuertes. «Una veintena de exministros y exaltos cargos políticos trabajan en consultoras políticas, empresariales o de comunicación que intermediarán entre compañías, Gobierno y Bruselas para aspirar a la obtención de los fondos europeos de recuperación» (A. Ortín). Los de siempre, como siempre, por los siglos de los siglos, amén.

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