Diario de León

Los poderes ocultos del teléfono móvil

León

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Dentro de los innumerables inventos que ha hecho la humanidad hay muchos extraordinarios. Es posible que, entre los últimos aparatos, el televisor fuese el más impactante de todos. Sin embargo, yo creo que el teléfono móvil, el móvil en adelante, lo ha superado con creces y se ha convertido en el invento más completo, con aplicaciones múltiples e insospechadas hasta que apareció el susodicho aparato. No voy a mencionarlas por ser de dominio público su conocimiento, al menos muchas de ellas.

Me voy a referir, más bien, a algunas propiedades que sobrepasan el aspecto técnico y que se han convertido, a la chita callando, en funciones que han transcendido su cometido original.

Es de todos conocida la importancia que adquieren algunos objetos para el ser humano, y con quienes establece una relación especial. Mencionemos, al inicio de su andadura, por ejemplo, el chupete o el juguete, sin ir más lejos. La importancia de esos objetos ha sido bien estudiada por los intelectuales del ramo. Sabemos que el chupete no solo sirve para satisfacer y gozar de la fuente del placer oral. También, sobre todo, sirve para sentirse unido a la madre a través del pezón, fuente de alimentación y protección tan necesarios para el bebé. Con el juguete ocurre que más allá del juego, en su acepción lúdica de divertimento, existe la utilización especial y particular que el niño hace de él. Basta contemplar y escucharle mientras juega y habla con el objeto que tanto le interesa, pues le sirve para conocerse a sí mismo, sus deseos, sus pulsiones, a la vez que va situándose en el mundo exterior, el del otro.

Otro poder oculto del móvil es el de apropiarse de muchas capacidades del ser humano. Se convierte en un egoísta y le roba el tiempo que, antes de la aparición del invento en cuestión, disponía para pasear, jugar con sus semejantes, e incluso pensar

Otro poder oculto del móvil es el de apropiarse de muchas capacidades del ser humano. Se convierte en un egoísta y le roba el tiempo que, antes de la aparición del invento en cuestión, disponía para pasear, jugar con sus semejantes, e incluso pensar

Es conocida, también, la tendencia que tiene el ser humano a «dar vida» a ciertos objetos y aparatos con los cuales interactúa y les habla como si fuesen seres vivos o personas. Así, es frecuente hablar al televisor mientras se visiona una película o un programa de deportes o un concurso. Tampoco es extraño ordenar, exigir al automóvil averiado que arranque, que no le puede dejar tirado… Y lo mismo ocurre con otros artefactos. A este respecto me permito introducir una pequeña nota de humor. Un día, una persona me confiaba que hablaba con la lavadora, que empezaba a fallarle. Me preguntó si eso era grave. Mi respuesta fue tranquilizadora, al quitar importancia al hecho, aunque añadí, irónicamente: hablar a la lavadora no es grave, siempre y cuando ella no te conteste… Pero, curiosamente, ya están extendiéndose, y cada vez lo harán más, los llamados robots de compañía que lo mismo te dan los buenos días, te felicitan y te abrazan por tu cumpleaños, te cantan un pasodoble, te preparan un gin tonic o te ponen un supositorio…, es un decir.

Todo este preámbulo viene a cuento del poder, de los poderes ocultos del móvil. Para empezar, se convierte, para muchos, en inseparable; vamos, que donde va el dueño va el móvil, o viceversa. La separación, cuando se produce, puede complicar la vida e inclusive provocar un trauma en el propietario del aparato en cuestión. Eso quiere decir que el móvil se ha colado en los circuitos cerebrales del supuesto amo que acaba convirtiéndose en un ser sometido y, no pocas veces, esclavizado. Lo llaman adicción, o sea la «móvil adicción». Ocurre, pues, que el móvil se convierte en indispensable y, finalmente, en dueño de su amo. Y eso sin que el móvil haga ni diga nada al respecto, que parece una cosa sobrenatural; algo así como lo de las armas que carga el diablo…

Lo cierto es que el móvil ha desplazado la realidad tangible hacia una realidad virtual y acomodaticia. Así, no es extraño oír decir un amigo a otro que se encuentra por la calle: Hombre, cuánto tiempo sin verte. Tú llámame y charlamos. Es que ahora no tengo tiempo, y perdona, pero me está entrando una llamada, o un WhatsApp. Me alegro mucho de verte, pero tú llámame. Vamos, que el móvil se convierte en el elemento facilitador en la relación e incluso sustituye la presencia «de cuerpo presente» de los protagonistas.

Otro poder oculto del móvil es la de apropiarse de muchas capacidades del ser humano. Se convierte en un egoísta y le roba el tiempo que, antes de la aparición del invento en cuestión, disponía para pasear, jugar con sus semejantes, e incluso pensar.

Se acabó aquello de «a mis soledades voy, de mis soledades vengo». Ahora es «a mi instagram (o sucedáneos) voy…» Llega a robarle parte de su vista, de su atención, e inclusive de su imaginación. Pretende convencerle de que todo lo que necesite, imagine o desee lo encontrará dentro del móvil. Él lo es todo. Es omnipotente y omnisciente; todo lo puede, todo lo sabe.

Me ha dado por pensar que el móvil, en su afán, insisto, de proporcionar y satisfacer al personal cuanto necesite y desee, y en particular para algunas personas, sobre todo para niños y adolescentes, se ha convertido en una especie de placenta universal que suministra el alimento del vivir del espíritu o de la mente.

Se ha propuesto, incluso, que la realidad virtual supere la realidad tangible. Es posible que una regresión tan profunda y primitiva del usuario del susodicho aparato tenga consecuencias a medio o a largo plazo en el devenir de la humanidad porque puede tener efectos adversos en el cerebro que se iría atrofiando paulatinamente. De momento, todo parece estar bajo control, pero según algunos estudios se ha comprobado que los recién nacidos presentan en sus dedos, además del reflejo de prensión, ese que consiste en el cierre de la mano al tocarles la palma de la misma, unos movimientos peculiares y característicos, como de toqueteo, de sus pulgares e índices si se les roza con un teléfono móvil (es broma, pero no me extrañaría que ocurriese).

Antes se decía que uno era dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Ahora, uno puede convertirse fácilmente en esclavo de su curiosidad (sana y malsana), de sus idas y venidas o de sus deseos y, no tardando, de sus pensamientos; que esto último ya se trató de controlar en otro contexto. Me refiero a las faltas y pecados de «pensamiento», palabra y obra, pero con un pobre resultado práctico. ¡Ojo al dato!, que diría un famoso periodista deportivo. Y si hablamos de placenta ¿dónde se encuentra y por dónde discurre el cordón umbilical? La respuesta es que va desde los dedos del paisano tocón hasta la nube.

Así que, si uno está en las nubes, cuidado con el móvil, que el aparato puede detectar el motivo, lanzarlo a los cuatro vientos y armarla gorda…

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