Diario de León
Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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Sí, voy a sumergirme en un charco donde no es impensable que me arranque las piernas algún caimán escondido entre la ciénagas. Pero como decía el autor de La vida es sueño,  ¿«sin valor, qué es el vivir, sino un perpetuo morir»?

Las damas han luchado, desde hace ya más de un siglo, por equiparar sus derechos a los que tienen los varones. Esa empresa heroica que iniciaron las ladies anglo con sus campañas vindicando el sufragio universal  ha recogido  copiosas cosechas. Las mujeres han logrado  todos los derechos antes exclusivos de los varones: los políticos, de votar y gobernar;  los económicos, de poseer y gestionar los patrimonios y las sociedades; los familiares, de disponer y controlar el hogar y la prole; los sociales, de vestir, hablar, hacer y deshacer con la libertad de los varones.

Tantos derechos han asumido las feministas en estos cien años que muchos juristas ya afirman sin tapujos, y muchos varones lo secundamos, que han llegado a sobrepasar los de los varones. Y han convertido su lucha por la igualdad en un empeño por la supremacía.  Pero lo que motiva mi tribuna no es una cuestión de derechos sino de deberes. 

Porque el feminismo ha exigido todos los derechos asociados al género masculino pero nunca ha reivindicado los deberes: el más relevante de los cuales  es el de defender  a tu comunidad, con las armas, en caso de agresión. Parecía tan lejana la guerra en este mundo de los iphones y toda esa mandanga de lo digital que nadie se acordaba de que a veces no queda otra que defender tu clan, tu horda, tu comunidad, es decir, tu patria. Esto se ha puesto en evidencia con este espantosa conflicto  de la pobre Ucrania que nadie quería imaginar. 

Así que en este punto todos deberíamos estar preguntándonos, viendo esas imágenes de varones de todos los ámbitos que se aprestan para defender con sus vidas la libertad de un pueblo. ¿dónde están las mujeres? ¿Alguien ha visto a una mujer  en las colas de alistamiento del ejército de Ucrania?  ¿en los checkpoint que controlan las carreteras?, ¿en los destacamentos que se enfrentan a los tanques? Se ha visto alguna en el otro bando?

Yo no las he visto y suplico a quien lo haya hecho que me lo muestre para expresar mis disculpas. Porque solo veo, las estampas de siempre, mujeres de todas las edades que huyen con sus maletas y sus progenie a refugiarse de las  balas y las bombas. Colaboran, es cierto en la confección de bombas y defensas, en los hospitales, en los refugios. Pero la sangre, en los frentes de combate la dejan, como antaño, los varones,

No es momento de tomarse a la ligera las cosas ya que la supervivencia de todo se haya en peligro. Pero, ¿no sería lo consecuente al feminismo  que ellas se integraran en las milicias que combaten a los agresores lo mismo que hacen los  varones? Si el feminismo ha buscado la igualdad en derechos debe buscar la igualdad en deberes. Porque si no es así dejan al descubierto la trilería de esta bandera.

Reclamar las ganancias pero eludir las pérdidas, anotarse las recompensas pero no afrontar los riesgos  es arte de embaucadores. Las damas, en su afán de igualarse en todo a los caballeros, no dudan en exigir el reparto del botín al cincuenta por ciento. Pero si hay que defenderlo de la banda de enfrente, ellas  corren a esconderse. 

Todo este disparate de la paridad en todo se  llevaba sin crispación. Porque al fin era como el chocolate del loro. Algo que no va más allá de un «quítame esas pajas».  Pero había que superar la prueba del algodón para saber si esa igualdad de papeles era en verdad una apuesta o solo un farol. La prueba del algodón es, claro está, la guerra. Antes de la irrupción del feminismo, en caso de guerra la sangre la ponían los varones.  Después del triunfo del feminismo, los nombres de las bajas en el frente siguen siendo masculinos

Así que Señoras Doñas del Feminato Universal ,  esa pústula perversa del legítimo, feminismo, este modesto menestral les recuerda algo primario: Si tenemos que arriesgar la vida, para defender la tierra,  la prole y la libertad, habrá que ponerse el uniforme, calar  el fusil y disparar. Porque es lo que toca y hay también que hacerlo en paridad.  Y no me contesten, por favor, que la violencia de la guerra es un reflujo  de testosterona de los varones. Porque yo les yo replico: a los tiranos los encumbran también los votos femeninos.

Esta guerra criminal  en Ucrania está quitando las caretas a todos los embaucadores; tiranos neocomunistas, sátrapas neoconservadores, feministas supremacistas y su cacareante quinta columna de negacionistas neuróticos y conspiranoicos frenopáticos que le están abriendo los portones de la fortaleza de las libertades a todos los dictadores al acecho del botín.

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