Diario de León
Publicado por
Prisciliano Cordero del Castillo
León

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Araíz del asesinato de George Floyd en una calle de Minneapolis y viendo la televisión en estos días, a parte del coronavirus, la noticia que sobresale es la del racismo en Estados Unidos. Ante esta realidad, es difícil saber qué decir en respuesta a la violencia policial hacia hombres y mujeres de color en América.

Durante mi estancia Estados Unidos, he conocido ciudades donde se prohibía expresamente la residencia a los negros, he visto barrios en los que no se permitía vender o alquilar casas a los negros, he visto a jóvenes, cuyas vidas han sido marcadas por la muerte violenta de tantos compañeros de color y, ahora, la muerte inexplicable de George Floyd. Su muerte no puede ser en vano. Aquellos que se han aferrado al privilegio y la negación, aquellos que se han vuelto adictos al racismo deben hacer examen de conciencia.

Cada vez que sucede algún problema entre negros y blancos, se prometen soluciones rápidas. Se dice: «Las cosas mejorarán». Y, sin embargo, todavía hay una gran pobreza y desempleo en los barrios negros. Los hombres negros están en riesgo cuando se enfrentan a la policía. Las escuelas para niños negros son inferiores. Falta atención médica y la vivienda es deficiente. Incluso, en algunos barrios negros de las grandes ciudades, es más fácil encontrar un arma que fruta fresca en los mercados. Mientras tanto, los negros siguen siendo víctimas de enfermedades, adicciones y delitos. No es de extrañar que la gente esté frustrada y enojada. Ciertamente, se han producido mejoras, pero han sido limitadas y a cuentagotas.

Durante mi estancia en los Estados Unidos, he visto a muchas personas luchar por la justicia y la igualdad entre blancos y negros, pero el racismo aún perdura. Después de todo este tiempo de lucha y reivindicación, las cosas deberían estar mejor. Las escuelas deberían ser mejores. Las relaciones con la policía deberán ser más amigables. Los trabajos deberían ser abundantes y los sueldos justos, de tal manera que pudiesen ganar más con su trabajo que con la ayuda del estado o «Wellfare», algo muy parecido al salario mínimo vital que se acaba de aprobar en España, y que en Estados Unidos ha producido tanta dependencia, marginación social, pobreza sistémica y, en definitiva, un nuevo tipo de esclavitud.

También he visto reacciones violentas cuando se producen disturbios, como los que están sucediendo en estos días en todas las ciudades de Estados Unidos, al grito de «Black Lives Matter» (las vidas de los negros importan). Y he visto a buenas personas darse por vencidas debido a la frustración, el agotamiento y la desesperación. El impulso continuo para criminalizar a toda la población negra es una señal de la creencia duradera en los Estados Unidos de que «el negro no debe ser libre», como denunció Kelly Brown, sacerdote de la iglesia Episcopal americana. En su libro Stand Your Ground: Black Bodies and the Justice of God, Kelly denuncia que la deshumanización, las injusticias y las degradaciones que sufren las personas de color se basan en una noción básica: las personas blancas se creen más importantes y valiosas que las personas de color. Es decir, las vidas blancas no solo importan, sino que importan más.

Son muchas las personas que han denunciado el racismo y la desigualdad, pero todas sus palabras las lleva el viento. Muchos pensaron que se podría terminar con la maldición del racismo. Pero no lo han conseguido. Los blancos siguen viviendo en sus barrios blancos y los negros en los suyos, cada uno con sus vidas separadas en comunidades cerradas. La América blanca es ciega al racismo. No tiene en cuenta el legado de la esclavitud y las nuevas formas de discriminación. El hecho de que la esclavitud ya no sea legal en Estados Unidos, no significa que las construcciones raciales que produjo la esclavitud no continúen existiendo. Los blancos prefieren centrarse en unos pocos alborotadores y delincuentes negros, que en el racismo sistémico que impregna a todo su sistema social. Las soluciones reales requieren un cambio estructural. Sin embargo, todavía existe una feroz oposición a las soluciones propuestas a lo largo de los años de lucha, como el gasto equitativo para escuelas en barrios negros, trabajos para todos los que quieran trabajar, un salario mínimo que les permita vivir dignamente de su trabajo y a una buena atención médica.

Hasta este momento, Estados Unidos no ha podido derrotar al racismo. Esperemos que en un próximo futuro lo consiga. Pero la esperanza ha sido asesinada tantas veces a tiros en las calles, en automóviles, en salas de fiesta, en las esquinas. Los negros ya no pueden ser los chivos expiatorios expulsados y sacrificados por el privilegio de los blancos. Deseamos que, a partir de la muerte de George Floyd y de las multitudinarias manifestaciones de protesta, les llegue pronto la reconciliación y la paz.

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