Diario de León

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En estos tristes, aunque esperanzados días, hay tiempo para todo: para trabajar y estudiar; para compartir y saborear los ratos de ocio; para amarse mutuamente; para sembrar y cosechar; para reír y cantar; en realidad hay tiempo para todo, menos para odiar. ¡Vayan llantos a la espalda y manos a la faena!, porque el mundo espera días mejores, y mejores sueños realizados. En días como éstos, cuando ya el cielo se viste de azul, sin que falten tardes grises para relajarse, Jane y yo, vimos de una larga sentada, Radioactive y Las chicas del radio .

La joven polaca, María Salomea, a los 24 años, en 1891, se fue de un país monárquico, católico y conservador, buscando futuro en una Francia republicana, liberal y tolerante, aunque nunca perdió sus raíces. Casó con Monsieur Pierre Curie y su vida estuvo dedicada a su esposo, a sus dos hijas y, a la ciencia, codeándose con los mejores científicos e investigadores de la arrogante Sorbona. Con su esposo descubrió dos elementos: polonio (nombrado así por amor a su patria), y el radio, que tanto el uno como el otro —ellos lo advirtieron—, eran elementos peligrosos y destructivos —como muchos inventos—, si mal se usan.

Marie Curie, casi en el anonimato, murió en 1934, debido al contagio radiactivo, y fue enterrada, junto a su marido. Muchos años después, en 1995, sus restos fueron trasladados, junto con los de Pierre, al Panteón de París

Ganadora de dos premios Nobel, física, 1903, con su marido, y química, 1911, ya viuda, madame Curie, con su hija mayor, Irene, se trasladó al frente durante la Primera Guerra Mundial para aplicar su sistema de Rayos X a los soldados heridos —sobre todo, en piernas y brazos—, evitando así amputaciones innecesarias, cerrando también con la cauterización heridas profundas y, aplicando y propagando futuros tratamientos para curar el cáncer. Las damas de alto copete, que le negaron una mirada agradecida y un saludo reverente, y que la abuchearon en las calles de París, solo supieron de los malos efectos de sus descubrimientos, que terminaron en verdaderas tragedias en diferentes momentos de la historia del siglo XX: Las chicas del radio, las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, el desastre de Chernóbil, pero a cambio, han aportado también grandes beneficios a la humanidad, cuando correctamente se han sabido aplicar.

Entre los años 1917 a 1926, la empresa norteamericana United States Radium Corporation, instalada en Nueva Jersey, obtuvo éxitos en el desarrollo de una pintura radioactiva luminosa en la oscuridad, pintando números y manecillas de relojes e indicadores luminosos para el ejército norteamericano. Las jóvenes trabajadoras, mojaban el pincel en su frasquito de radio y entre sus labios amorosos y prometedores lo estiraban para afinarlo, con el fin de que fuera más efectivo, ya que recibían su salario por objetos pintados. La empresa fue motivo de varias demandas judiciales a finales de la década de 1920 relacionadas con enfermedades y muertes de jóvenes trabajadoras que habían ingerido material radioactivo,

La película Las chicas del Radio nos cuenta la historia real de cómo dicha empresa ocultó la verdad del envenenamiento radiológico, que provocó muertes sin cuento. Es más, abusó de su poder y de su dinero para callar bocas, haciendo del juicio que Grace Frayer y cuatro norteamericanas más (1928), valientemente le plantearon, una farsa de mentiras y ocultamientos de la realidad a la que ellas estaban sometidas en su fábrica de Orange.

En el terrible caso de Las chicas del radio , S. Tejedor nos cuenta la cruda realidad de aquellas trabajadoras que comenzaron a sangrar por la boca, a perder los dientes y hasta las propias mandíbulas, deformadas por terribles necrosis y cánceres. Fueron acusadas de haber contraído la sífilis, todo con tal de no reconocer la verdad, y lanzar sobre ellas la infamia más vergonzante para una honesta joven de aquella época. En 1930 fue la segunda vista del juicio en la que la empresa por un puñado de dólares amañó el silencio de las que todavía quedaban vivas.

La Casa Real sueca, cuando con un simple telegrama le comunicó la concesión del Nobel de Química, en el mismo texto le decía, «aunque pensamos que usted no tendrá deseos de venir a recibirlo», pinchó en hueso duro y, Marie Curie, con su hija mayor, Irene —futuro premio Nobel de Química en 1935—, se trasladó a Estocolmo para recibir el segundo premio y ser aplaudida por un público enfervorizado. Así era ella, así eran ellas, las luminosas mujeres de esta historia: inteligentes, valientes y constantes luchadoras, que radiantes brillarán por siglos, encumbradas a la gloria.

Marie Curie, casi en el anonimato, murió en 1934, debido al contagio radiactivo, y fue enterrada, junto a su marido. Muchos años después, en 1995, sus restos fueron trasladados, junto con los de Pierre, al Panteón de París. Con este motivo, F. Mitterrand,  exaltó la figura de madame Curie, como la «primera doctora en Ciencias, profesora en la Sorbona, receptora de dos premios Nobel, así como la gloria de reposar ahora en el Panteón de París, por ‘méritos propios’».

Me pregunto si el misterioso comprador ambulante que, a mediados del siglo pasado, recorrió pueblos —al menos que yo sepa, en El Bierzo—, comprando relojes despertadores de casa en casa, no tuviera algo que ver con el asunto que hoy trato. No solo los soldados en las guerras, sino los mineros bercianos compraron un tipo de despertador luminoso —cuando todavía en muchos hogares ni luz eléctrica había—, y olvidaron el canto del gallo y siguieron el camino de las estrellas, cuando las madrugadas invernales se remontaban a las cuatro de la mañana.

El reloj despertador luminoso permitía a los mineros madrugar a tiempo para, sorteando infernales peligros de la noche, llegar puntuales a las bocaminas. Es posible que los temas no tengan relación, pero como uno nunca sabe…

—¡Compro despertadores luminosos!, —voceaba el desconocido—, ¡los pago a buen precio!

—¡Oiga!, —alguien le preguntó—, ¿y los compra por peso?

—¡Como si usted tuviera una arroba d’ellos!, —ironizó el buen hombre en tono zumbón.

—¡Pues permítame que le diga que una arroba, no, pero media larga, y a buen recaudo, sí que ha de haberla en el desván!, —dijo bromista y luminosa la Cutarra, y volvió a inquirir—. Y usted, si no es mucho preguntar, ¿pa’qué diantres los quiere?

—¡Pa’ tirarlos del puente abajo!, —respondió el forastero malhumorado, y con el saco al hombro, aprovechando una esquina y girándose de calle, desapareció—.

Las dos caras de la moneda siguen girando en el aire del mundo empresarial actual. Podemos apostar por caras limpias (ciencia, justicia, moralidad) o envidar por cruces negras (ignorancia, atropello, corrupción). El mundo del futuro no será otro que el que nosotros elijamos para vivir.

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