Diario de León

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Tribuna | En recuerdo de Unamuno y Sánchez Rojas

Publicado por
Miguel Ángel Diego Núñez | Autor del libro 'Regionalismo y regionalistas leoneses del siglo XX (una antología)'
León

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En el fin de año recordamos a dos hombres unidos a Salamanca y a su Universidad: José Sánchez Rojas y Miguel de Unamuno. Ambos fallecieron un 31 de diciembre durante la Segunda República, en 1931 y 1936, respectivamente. Los dos fueron profesores en la Universidad salmanticense, Sánchez Rojas de italiano y Unamuno de griego. Parece razonable, en estas fechas, subrayar los aspectos creenciales de uno y otro.

La profundidad religiosa y filosófica de Unamuno es patente cuando se ocupa de la Navidad y la pone de manifiesto de modo especial en su producción poética. En ella aúna el nacimiento del Dios-niño con la muerte de Cristo-hombre y la salvación de la Humanidad haciéndonos, con la resurrección, dioses en cierta medida. Con velo de mantillas te mostraste/ al nacer. Tú, la vida, a los pastores,/ rendido sobre el tronco del pesebre/ cuando sonó el ejército del cielo (Lucas II, 14)./ Gloria y paz; mas ahora, ya desnudo/ y sobre el tronco de la cruz, deslumbras/ al Sol, que su fulgor ante Ti apaga,/ Luna de Dios, y a tu mudez responde/ la del orbe. Porque eres Tú la vida (Juan I, 4)./ para los hombres luz, y así al morirte/se quedaron a oscuras; mas tu muerte/fue oscuridad de incendio, fue tiniebla/ de amor abrasadora, en que latíade la resurrección la luz.

¡Dios se ha hecho niño!/ Quien se hace niño, padece y muere./ ¡Gracias Dios mío!/ Tú con tu muerte/nos das la vida que nunca acaba/ la vida de la vida./ Tú, Señor, vencedores de la vida/ nos hiciste tomando nuestra carne,/ y en la cruz, vencedores de la muerte/ cuando de ella en dolor te despojaste./¡Gracias Señor!/ Gracias de haber nacido en nuestro seno,/ seno de muerte,/ pues al hacerte niño/ nos haces dioses./ ¡Gracias, mi Dios!

La profundidad religiosa y filosófica de Unamuno es patente cuando se ocupa de la Navidad

Unamuno también hará referencia a la estrella que quía a los magos y a los hombres: En la noche, madre del sueño,/ Gaspar, Melchor, Baltasar,/ la estrella nos lleva a su Dueño,/ a sombra de tierra el altar.

José Sánchez Rojas, en diciembre de 1931, vuelve a Salamanca desde Madrid con objeto de dar una conferencia en Ciudad Rodrigo. El día 30 se encuentra con su maestro Don Miguel de Unamuno, a pesar de las bajas temperaturas no lleva abrigo y tose sin cesar. Cuando se despiden es ya de noche y quedan en verse al día siguiente.

Es conocida la devoción hacia Santa Teresa de Sánchez Rojas y su hondo españolismo, que le harán escribir en 1918:

¡Ay! Me duele el corazón, Teresa mía./ Un serafín de amor me lo ha tocado./ Una llaga sangrienta llevo al pecho./ ¡España, ella, tú, lo habéis deshecho!/ ¡Dile a Jesús, tu Esposo, que he llorado,/ que lloro y lloraré más todavía!

A las diez de la mañana del último día del año, en el hotel Términus, donde se aloja, rodeado de familiares expira el escritor y periodista después de recibir los auxilios espirituales. Así lo corrobora Antonio García Boiza en La Gaceta Regional y afirma: «Sanchez Rojas fue el constante peregrino por todos los caminos de la vida. Si [se] apartó [de] la ruta, si las nieblas le hicieron más de una vez ir por veredas desconocidas, quedaba la lucecita de su fe teresiana, como la luz misteriosa que en una fría noche guio a los pastores al Portal de Belén, a los hombres de buena voluntad, y que a nuestro escritor le condujo al cancel de la eternidad con una santa muerte».

El 1 de enero, como relata Emilio Salcedo, «Unamuno, con los hombros hundidos bajo el peso de una gran tristeza, de las dudas de no haber insistido lo suficiente para salvarle de su cotidianidad a salto de mata y de artículo, sintiéndose tremendamente viejo, preside el entierro que cruza el Tormes y lleva, en último y definitivo retorno a su tierra madre, al pobre y desmedrado despojo de aquel ser desventurado, entusiasta e ingenuo, cuya trinidad de entusiasmo literario y humano estaba formada por el agustino horaciano, la santa andariega y el vasco peripatético».

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