Diario de León
León

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Con la que está cayendo es más que indecente cuestionar la ayuda de 400 euros, sí, 400 míseros euros, para que muchas personas puedan malvivir. Lo de que la gente no trabaja porque no quiere o porque no lo intenta hace tiempo que es bochornoso decirlo. Y encima da la sensación al escuchar a algunos que nunca hubo marginalidad hasta que estalló la crisis y que el día que se disipe esta tormenta las nubes desaparecerán como por arte de magia y nadie volverá a tener problemas hasta que el sistema vuelva a griparse.

Es impresentable criticar esa ayuda económica, como es intolerable que un cargo público solvente los problemas de su pueblo a mamporros y como son indecentes los «sobres» de unos y las «ideas» de otros. Son cosas que no tienen cabida, así, sin más. No la tienen, sin necesidad de matices y sobre todo sin que se intente filtrar a través del color del cristal con el que se mira.

Siempre me llamó la atención el criterio de Justicia de los niños. Sólo hay negros y blancos. Sin margen para los grises, para los peros, para las disculpas que tanto nos gustan a los adultos.

Y es que hay cosas en las que no vale mirar primero la bandera que lleva en la mano el «artista» de turno para decidir cómo pronunciarse. Hay palabras o acciones indecentes, intolerables o impresentables en sí. Y elegir el camino del relativismo es siempre erróneo porque entonces se abre la puerta para justificar cualquier cosa.

Hace tiempo que los mensajes de los partidos políticos sobre la corrupción, las meteduras de pata, los mamporros o incluso sobre la acción o inacción de los gobiernos produce sonrojo. Esa doble vara de medir genera de manera automática y directa un descrédito que está haciendo daño directamente al propio sistema. Ese relativismo moral a la hora de enjuiciar a los propios y a los otros únicamente lleva a que entonces todo sea justificable si se le aplica el filtro del color apropiado.

Y de esa doble moral al final lo más imperdonable es el silencio. Ese silencio espeso que usan los partidos cuando ya no cabe mantener más en alto la bandera de la «presunción de inocencia». Surgen los silencios elocuentes que ponen sobre la mesa ese relativismo tan dañino que atenta contra esa mínima Justicia que se exige siempre en democracia. Hay cosas que están bien o mal más allá de los colores. Si no se admite entramos en una vía de impunidad moral peligrosa.

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