Diario de León
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En 1911 Joaquín Cañal, cabreirés de Trabazos, municipio de Encinedo, emprendió un largo viaje, cuando se decidió a dar el gran salto a Cuba, siguiendo la huella de un tío paterno, padrino también, del que recibió su nombre. Él había estudiado magisterio y ejercía su profesión, cuando fue llamado a filas para combatir en Cuba. Terminada la guerra, permaneció en la isla y a continuación entró en el seminario y fue ordenado sacerdote. Desempeñaba su misión en la diócesis de Camagüey, cuando llegó el sobrino. Trabajó este varios años en diversos oficios, incluido el de sastre, que era el suyo en Trabazos, pero en 1916, como hacían tantos cubanos, alargó su periplo hasta Nueva York. Se empleó allí durante tres años en una fábrica de productos químicos de la Corporación Dupont. No vivía propiamente en la gran ciudad, sino en su ámbito, en Nueva Jersey, como consta en un cuaderno que se conservó entre sus papeles. En él escribió unas notas sobre su vida emigrante, apuntes de gramática inglesa y otros datos interesantes, como este: en octubre y noviembre de 1918 hubo en Nueva York 350.000 muertos de gripe española. Pero además en la primera página pegó la hoja de una libreta rayada en la que había escrito una larga poesía de 74 versos, fechada el 23 de mayo de 1918 en Carneys Point, nombre de la población, bajo este título: Neoyorkinas.

Lo más curioso y sorprendente es que la poesía está compuesta en decasílabos ortodoxos, con sus hemistiquios pentasílabos y rima asonante en los impares. Joaquín salió de Trabazos con los estudios primarios. El resto de formación se debió a su curiosidad de lector fiel. No hay explicación para esos decasílabos. Solo acierto a intuir una posible. En 1914 el maestro Padilla había compuesto una canción destinada a la gloria, el pasodoble El relicario, sobre una copla con ingredientes de melodrama típico: torero enamorado, bella deslumbrada, brindis mortal en la plaza. La copla está compuesta en decasílabos, divididos en hemistiquios pentasílabos con su cesura y rima asonante en los impares. Fue estrenada en Barcelona y rápidamente se difundió por todo el mundo hispánico, Cuba en particular y Nueva York, donde para 1918 su éxito tenía que estar bien asentado. Melodía aparte, aquel extraño ritmo hubo de impactar sobremanera en el joven cabreirés trasplantado a aquellas tierras y aquel mundo deslumbrante en que apuntaban al cielo los rascacielos.

Pero no fueron estos los que dejaron huella en sus versos, sino otra cosa más vulgar y cotidiana: el asombro ante el chicle. Empieza así: «Cómo se pasan aquí la vida,/ mascando chicles sin descansar». Siguen otros 72 versos, apenas con un par de titubeos en la métrica sostenida ortodoxamente. En cuanto a las rimas son todas agudas, lo mismo que las de El relicario. Sobre esa costumbre a sus ojos tan llamativa, cuenta observaciones y anécdotas obtenidas en la calle, la sala de baile, el metro, etc. Dice: «No les critico la tal costumbre/ de mascar chicles al por mayor,/ porque me encantan de todos modos/ estas criaturas de Nueva York». Y ya se entiende que las particularmente observadas en el oficio de mascar son mujeres, de ahí el título. Y las anécdotas protagonizadas por ellas son chicles bien mascados, dejados en cualquier lugar, que acaban pegados a pantalones e incluso los gemelos de una camisa.

Su grafía es buena, pero contiene algunos detalles que delatan el origen del escribiente, así esas formas típicas del hablante popular cabreirés, como, por ejemplo «creyiera» (por creyera), o «misiricordia», «dibilidad», junto a alguna pequeña falta de ortografía. Llama asimismo la atención lo perfectamente que integra en el ritmo términos en inglés: subway, foxtrot, country, please, excuse, what is the matter (¿qué pasa?), etc.

En febrero de 1919 Joaquín regresó a Cuba y se instaló en Lombillo, Camagüey, donde compró una casa y en ella puso al fin su sastrería. Y así, conseguido el objetivo que se había propuesto, en abril viajó a Trabazos para casarse con la novia que había dejado. Tras el nacimiento de la primera hija, volvió a Cuba, donde ellas lo siguieron algún tiempo después. Hacia 1932 las circunstancias de conflictividad social en el país, consecuencia sin duda de la gran depresión del 29, aconsejaron la vuelta a España y así lo hizo con una nueva hija nacida allí. Aún volvería una última vez a Cuba para liquidar el negocio. Su regreso definitivo se produjo en 1935. Traía sus ahorros para vivir con cierta holgura de su profesión de sastre, así como una máquina de escribir, toda una joya entonces.

Pero, huyendo del desastre, se encontró con otro mayor, que fue la guerra civil. Los falangistas le robaron el dinero y la máquina de escribir, se supone que por considerarla elemento subversivo en un hombre más culto que ellos, lo que se dice un hombre de mundo, de otro mundo. Reducido a la pobreza de la que había huido veinticinco años atrás y con una familia aumentada con dos nuevas hijas, Joaquín nunca asumió el trabajo agrícola del que precisamente había huido en su juventud. Y un hombre tan dotado como él se volvió triste y apagado, nostálgico de un tiempo resonante en los versos de su copla neoyorkina, reliquia feliz de una vida perdida. Pues eso es una reliquia, lo que queda después del naufragio o de la gloria. Murió a punto de cumplir los 65 años.

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