Diario de León

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Pasada supuestamente la pesadilla el mundo parece comenzar a despertar de su sueño tormentoso. No hay más que ver el dinamismo que van adquiriendo las calles, con sus aglomeraciones correspondientes, para intuir que el miedo deja paso al movimiento colectivo sin fin. De nada sirven ya las estadísticas de muertos por covid que, día tras día, aún siguen vomitando los informativos, porque la población tiene asumido que la vida continúa, del mismo modo que los accidentes, infartos, cánceres, guerras o asesinatos, de siempre. El acontecimiento, por fin, ha sido integrado en el mundo humano, e invita ahora para que todo continúe con el ritmo desenfrenado habitual.

De ahí que, el mismo día en que finalizaba el estado de alerta, la población juvenil, que siempre ha vivido este asunto de forma mucho más relajada —porque la juventud no percibe el peligro del mismo modo que los adultos—, se lanzara con ímpetu a gozar no se sabe bien de qué cosa. ¿La derrota del virus? Sería un desconocimiento, puesto que los virus llegan para quedarse. ¿La libertad, entonces? No lo creo, porque ésta nunca se alcanzará por decreto. ¿O la posibilidad de abrazarse mutuamente? Es posible, pero mal asunto si para ello se ha tenido que esperar al dictamen del gobierno de turno.

Por eso el aislamiento experimentado bajo el dictamen de la ley, trae ahora, como respuesta, la salida en manada, en un intento por reencantar nuevamente el mundo

Luego, ¿qué se pretendía celebrar con tanto alboroto ante la mirada atónita de los mayores, presos aún por la conmoción sufrida? En realidad nada. Tan sólo moverse, salir, desplegarse por las calles y sentir, a través de la mirada y del movimiento de los demás, que el mundo de antaño volvía a resurgir de sus cenizas de lamento, con el olvido de las ceremonias silenciadas de los muertos o de lo acontecido.

Vivimos, nosotros siempre hemos vivido, en un mundo de vértigo, de prisas y aglomeraciones, que se suceden sin punto de inflexión. En realidad la vorágine de las calles, con sus tiendas y bares apretados de gente, que entran y salen por el simple hecho de circular, refleja claramente la necesidad de un tránsito comunitario constante sin parangón en la modernidad. Luego la celebración, más allá del significado que cada uno quiera darle, surge de la necesidad de ese trasiego colectivo, mimético, que atrae a la gente como un imán. Por eso el aislamiento experimentado bajo el dictamen de la ley, trae ahora, como respuesta, la salida en manada, en un intento por reencantar nuevamente el mundo; ese que durante tanto tiempo ha estado encorsetado en la simple fantasía, como remeto frente al mal.

Hay relación, pues, entre la salida en manada y la inmunidad de rebaño a la que tanto se ha aludido durante este tiempo, como sinónimo de un tipo de sociedad gregaria que se mueve por impulsos del orden de la imitación. Lo cual lleva implícito también, que todo el mundo tienda a moverse por los mismos lugares y en la misma secuencia temporal. Da lo mismo que sea la ciudad o el campo, una urbe u otra, en todos ellos, se repite el mismo fenómeno de aglomeración, que tiende a la conjunción de un movimiento que se perpetúa por el propio hecho de la concentración. Me dirán que esto mismo siempre ha existido a través de los certámenes deportivos o dramáticos en la antigua Grecia, o la lucha de gladiadores del mundo romano, o las procesiones y celebraciones religiosas más primitivas. Sin embargo, ahora este fenómeno tan humano de congestión tiene una promoción de consumo y un dictamen de goce, bien distintos, que cala en todos los escenarios sociales ante los cuales no cabe ningún antídoto, porque el hacinamiento y el consumo son el sino de una civilización generadora de ilusiones como pompas de jabón.

Por ejemplo, desde el campo médico —me hago eco de la reflexión de mis compañeros—, los profesionales se ven ahora desbordados por la llegada de demandas, dentro de este escenario de masificación que acompaña nuestra época. Todo el mundo acude en tropel para ponerse al día en sus consultas, revisiones, analíticas…, como si el tiempo perdido hubiera sido un insulto para la esperanza humana. La pregunta que muchos se hacen es, precisamente, dónde había estado escondida la clínica durante todo este tiempo. Porque, es cierto, que el temor a la infección mantuvo a la población dentro de un silencio sintomático, tan sólo perturbado por el temor al contagio maldito. Luego, ¿qué ha sucedido con esta clínica camaleónica que alude a la existencia de pacientes más allá de enfermedades posibles?

Del mismo modo que la globalización, término de uso reciente, y la emigración con su efecto llamada hacia un mundo mejor, alude a un fenómeno generalizado de ilusiones proclive a concentrarse en los mismos lugares del planeta, la masificación es también la respuesta de la población a ese mismo impulso tendente a aglutinar colectivos en la misma dirección, y lo que es peor, en la misma franja horaria, en función de expectativas, aspiraciones y anhelos demasiado condicionados. Porque espacio y tiempo condicionan nuestra mente, pero también nuestros deseos y miedos, y mucho más, en este momento, gracias al efecto seductor que suscitan las redes en cualquier instante. Frente a este empuje voraz, consecuencia de nuestro estilo de vida autista y consumista, no hay poder predictivo ni organización que valga, en tanto que la secuencia de pedidos se agolpan, uno tras otro, bajo el epígrafe de esa presión social que parece no tener límites.

¿Cabe pues resignarse y afrontar con un tedio infinito lo que parece ser un destino inevitable en nuestro mundo?

Ahora que todo vuelve a la normalidad masificadora, la de siempre, la que hasta ahora había estado enmascarada por el miedo, es preciso tratar de organizar las demandas en las consultas mientras se invoca un sentido de responsabilidad en todo aquello que se pide. Me consta que en estos momentos se está haciendo un esfuerzo para organizar las agendas, y que existe voluntad por no caer en los mismos errores, tratando de evitar la susodicha saturación, inherente al propio sistema. Pero es misión de todos, gestores, profesionales y pacientes, saber adecuar las necesidades y los objetivos, en un marco que vele por la calidad clínica y afectiva del encuentro siempre que se requiera; lo cual no es necesario para cualquier tipo de demanda. Dicho de otro modo: si la tecnología ha llegado para quedarse, como los virus, entonces es el momento de pensar con calma y mucha imaginación, el modelo de Medicina que queremos construir para este siglo XXI. Todo un reto para titanes, sin duda, a ser posible que no quieran ser dioses.

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