Diario de León
Publicado por
Manuel Garrido, escritor
León

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Tras la independencia de España, llegó la hora de llevar a la práctica en Centroamérica los ideales inspirados por la Revolución francesa, inspiradora asimismo de los próceres independentistas. Así es como se trató entonces de plasmar en el campo de la educación todo el afán sentido de ilustración frente al rígido monopolio de la instrucción religiosa católica. Su condición de sacerdote no fue óbice para que el hondureño José Trinidad Reyes se convirtiera en un abanderado de las ideas ilustradas en la sociedad del siglo XIX en que vivió. Uno de sus proyectos más importantes fue la fundación en 1845 de una academia de estudios superiores, a la que puso este largo y curioso nombre: sociedad del genio emprendedor y del buen gusto.

De modo que inquietud y buen gusto: no están mal como brújula para el camino del conocimiento en un centro de estudios que dos años más tarde se convirtió en la primera universidad hondureña. El padre Trino, como es popularmente conocido con un toque de humor campechano, está en el pequeño grupo de personalidades hondureñas destacadas del siglo XIX.

Un siglo después, en el año 1930 el empeño ilustrado quedó reflejado en la ciudad de Trujillo, una de las diecinueve localidades con este nombre en la América hispana y cabecera del departamento de Colón, cuando un grupo de profesores y otros notables fundaron un instituto de enseñanza secundaria en la ciudad. Y le pusieron este nombre bien expresivo de sus ideales: el espíritu del siglo. Se supone que tal espíritu no era otra cosa que los nuevos aires que corrían por el mundo, soplados por el siglo XVIII, ese llamado siglo de la Ilustración y de las Luces.

Podría también haber hallado asiento en un detalle que se encuentra en la iglesia del mismo Trujillo, catedral desde 1987. Según se entra, a la izquierda, donde estuvo el baptisterio hay una placa de mármol blanco empotrada en la pared. En ella consta el año en que la iglesia fue terminada, 1832, trece antes por tanto de la Sociedad del padre Trino, y la inscripción, aureolada por una orla de trazos ondulantes, dice así: Deo omimo maximo («Al Dios de la grandeza absoluta»; pero el adverbio por cierto está mal escrito, qué la vamos a hacer, lo correcto sería omnino ). Creo que es un caso único, la inscripción podría ser la de un templo romano. Constan asimismo los nombres de las autoridades: alcalde, comandante y cura, este con su título de bachiller y además curiosamente titulado «capellán federal», porque eran los tiempos de la fugaz República Federal de Centroamérica.

Hacia el año 2014 pude ver una gran pintada en una calle de la ciudad de Tocoa, trazada con letras uniformes de gran tamaño sobre un muro de bloques de cemento con revoque en gris un día. Era un verso de Jorge Guillén, cuyo nombre se citaba, y mi asombro me llevó a indagar sobre la autoría, que apuntaba hacia algún profesor del instituto de enseñanza media. El muro ha ido cobrando al paso del tiempo y de las lluvias un color oscuro indefinible con manchones y un desconchón a la izquierda, pero el caso es que allí sigue tan singular y llamativo como el primer día: amigos. nadie más, el resto es selva. La existencia por cierto no lejos de allí de una selva de verdad como es la Mosquitia, esa gran mancha verde centroamericana repartida entre Honduras y Nicaragua, vuelve más sugestiva esta reivindicación de la ley de la amistad frente a la ley de la selva. Y eso es lo que hacía para mi asombro y en un sitio como aquel un verso como este.

Las iglesias protestantes pentecostales que proliferan en Centroamérica como hongos tras la lluvia ofrecen un elenco abundante de curiosas y llamativas denominaciones. En la misma ciudad de Tocoa encontré varias que me llamaron la atención. Una de ellas de apariencia modesta se anunciaba en un tablero blanco sostenido por dos palos con este rótulo: Iglesia libre de Dios, en una paradoja inconcebible, como lo es una Iglesia sin rastro de Dios, una Iglesia atea. El orden impuesto a las palabras impide apreciar el auténtico propósito del anuncio, que no es otro que proclamar la libertad de una así denominada Iglesia de Dios, una iglesia independiente.

Ya en la salida de la ciudad hacia Trujillo hay una iglesia que se anuncia bautista y se presenta simplemente así: Hechos 1-8. Nada de particular, aparte de su aire enigmático de contraseña, pero es que el anuncio añade la bienvenida a esa iglesia que no está allí mismo, sino a una calle de distancia. Lo que ocurre es que el término utilizado es cuadra, habitual en toda América, de modo que el letrero se tiñe de una inesperada comicidad, porque esta es la invitación que se ofrece a los ojos foráneos sorprendidos: bienvenidos a una cuadra.

Señales son luminosas, porque remiten a un tiempo que se anunciaba propicio para las luces intelectuales, más brillantes y atrayentes tras la prolongada oscuridad, y a la par ofrecen una cierta luz sobre aquellos que fueron deslumbrados por ellas. Una luz que ilumina y se ilumina: es el caso de estas seis lucecitas.

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